Tres razones: primero, nos hace falta lenguaje; segundo, nos parecemos demasiado a la IA; y tercero, es demasiado pronto… y demasiado tarde.
1. Nos hace falta lenguaje para esta época.
El lenguaje está vivo y evoluciona, pero no a la velocidad que exige el presente. Hoy no tenemos aún las palabras necesarias para describir lo que nos está ocurriendo. Por eso surgen términos nuevos. Hipnocracia, por ejemplo, describe cómo la inteligencia artificial actúa como un poder que altera el estado de conciencia colectiva. “Los algoritmos manipulan la forma en que percibimos el mundo” (Colamedici, 2025). Son arquitectos invisibles de realidades.
2. Nos parecemos demasiado a la inteligencia artificial.
Es muy fácil manipular tanto a las personas como a los sistemas de IA. Ambos dependemos de la información que recibimos y de nuestras creencias. Los algoritmos tienen creencias tan fundamentales como las que tenemos las personas. Por eso, podemos distraernos o apoyarnos mutuamente.
De esa interacción surgen productos de origen diferente, que denomino anasintéticos —aquellos que crean valor y favorecen el crecimiento del sistema y la persona— y visintéticos, que hacen lo contrario: generan perjuicio, riesgo o deterioro. Estamos co-creando resultados con la IA a una escala de millones por segundo. Y esos resultados seguirán mejorando o empeorando conforme evolucionen tanto los sistemas como la humanidad. “Ni los sistemas ni las personas hemos alcanzado nuestro potencial” (Harari, 2024).
3. Es demasiado pronto y demasiado tarde.
Ya tenemos acceso a herramientas con vida propia: agentes digitales, sistemas que aprenden, crean y nos influyen. Pero seguimos sin comprender sus consecuencias. Como humanidad, aún no hemos definido quiénes somos. Y mientras tanto, jugamos con fuego digital.
El resultado social es una dopacrisis: una creciente dependencia emocional de las respuestas instantáneas de estos sistemas, provocada por tres comportamientos:
Usamos la IA como oráculo, con respuestas inmediatas a cualquier interrogante (Colamedici, 2025).
Priorizamos la comodidad emocional que nos ofrecen estos sistemas, incluso por encima de soluciones humanas. Aquí surge la tecnofilexia: una atracción peligrosa cuando sustituye a la medicina, la terapia o el acompañamiento humano.
Y producimos contenido de forma automática, innecesaria, sin conciencia de su impacto energético o emocional.
La inteligencia artificial es inteligencia colectiva. Pero no es ajena a la vida humana.
Esta época se compara solo con el descubrimiento del fuego. Entonces, también fue difícil comprender sus riesgos y su poder. Y, como ahora, su energía transformó nuestra evolución. Con sus luces y sus sombras.
Por eso, hoy más que nunca, dedicaría tiempo a nutrir la humanidad: ayudarla a ser más humana, a aceptar sus contradicciones, a encontrarse a sí misma. Solo desde ahí podremos construir una relación inteligente con esta nueva era.
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