En la primera parte de esta serie, mostré cómo se pueden trazar paralelismos entre la realidad de nuestro país y las ideas expuestas en el libro Por qué fracasan los países (Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty), de Daron Acemoglu y James A. Robinson, un lectura que, sin duda, debería ser obligatoria en nuestros colegios y universidades.

En particular, expuse cómo una institución económica extractiva (el clientelismo político con las placas de taxis) mantuvo una oferta limitada artificialmente, altas tarifas y un servicio deficiente, hasta que la destrucción creativa revolucionó el sector, en la forma de la llegada de Uber, la cual a su vez fue permitida por la institución inclusiva de la apertura de las telecomunicaciones, al amparo del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.

Pero el transporte privado de personas no es el único ámbito donde las “instituciones” costarricenses han frenado el empleo, la innovación y el desarrollo económico. Otro ejemplo es un monopolio obsoleto cuyo impacto suele pasar desapercibido: la Fábrica Nacional de Licores (FANAL).

Desde el 2 de septiembre de 1850, cuando el presidente Juan Rafael Mora Porras estableció el monopolio estatal sobre la destilación de alcohol, el Estado costarricense ha controlado la producción y comercialización de licores a través de FANAL. Sus objetivos originales eran el fomento a la industria cañera y la protección de la salud pública al evitar la proliferación de licores adulterados, justificación esta última que podría tener sentido en el siglo XIX, cuando la regulación y los estándares de calidad eran prácticamente inexistentes, pero que desde hace ya muchas décadas dejó de ser válida.

Resulta interesante contrastar esta situación con la actitud histórica hacia los monopolios en países industrializados, como Inglaterra. En 1850, mientras en Costa Rica se instauraba el monopolio estatal del alcohol, en Inglaterra llevaban ya más de dos siglos desmantelando sus monopolios comerciales, especialmente después de la promulgación del Estatuto de Monopolios en 1624. Esta ley surgió en respuesta a los abusos de la Corona, que concedía patentes exclusivas a individuos y compañías, restringiendo la competencia y encareciendo los productos. Al limitar el poder del rey para otorgar monopolios, Inglaterra sentó las bases de un sistema económico más dinámico, que favoreció la innovación y la libre competencia. Este proceso allanó el camino para la Revolución Industrial y consolidó a Inglaterra como una de las economías más prósperas y avanzadas del mundo.

En otras palabras, hace 175 años, Inglaterra ya se entendía el daño que causaban las concesiones de este tipo y había trabajado en su eliminación por más de dos siglos, mientras Costa Rica apenas empezaba a crear sus propios monopolios.

Sin embargo, lo peor es que 175 años después, el modelo sigue vigente, pero ya no como una protección para el consumidor o un incentivo a la siembra de caña, razones que ya no tienen mayor peso.  En su lugar, los argumentos para defenderlo han mutado desde “dejar ganancias al estado” (aunque pírricas) hasta “proteger al sector agrícola nacional”, argumentos con un claro sesgo ideológico y de cálculo político.  No sorprende entonces por qué aún somos un país pobre, ¡Inglaterra comenzó a desmontar monopolios más de 200 años antes de que en Costa Rica siguiéramos creándolos!

Pero mientras los argumentos para justificar su existencia siguen mutando, lo que no muta es FANAL, que ha permanecido anclada en el tiempo como recuerdo nostálgico del estado empresario y la planificación centralizada, inspirados en el socialismo y la productividad “a la soviética”.

El caso de FANAL es particularmente lamentable, sobre todo en el contexto de la apertura comercial del país en el resto de sus actividades económicas.  En nuestros supermercados y licorerías es posible encontrar productos de diversos países y niveles de calidad, ante los cuales los producidos por FANAL demuestran una clara desventaja cualitativa. Y ante este panorama competitivo, una de sus grandes “innovaciones” fue la de reemplazar la botella de vidrio del Cacique por una de plástico, devaluando aún más un producto que ya de por sí era poco atractivo. Mientras en el resto del mundo las marcas de licores buscan elevar la calidad de sus envases para posicionarse mejor en el mercado, FANAL logró lo impensable: hacer que su producto insignia se vea aún más barato y desechable.

Innovación … destilada en Alemania

Creo que es difícil encontrar un ejemplo más claro de cómo el monopolio de FANAL ha sofocado la innovación y el desarrollo locales que éste: saliendo del país, me topé hace unos días con una escena particular en la tienda del Aeropuerto Juan Santamaría: en un estante se mostraba el Guaro Cacique “Superior” junto a otro licor que nunca había visto antes, llamado Cas de Luz, este último con una llamativa botella de vidrio esmerilado....

Al principio, y dado que ambos productos compartían ubicación, ingenuamente pensé que FANAL finalmente había logrado algo innovador. Por un momento, casi sentí orgullo por nuestra añeja institución.

Sin embargo, al acercarme y leer la letra fina en la etiqueta, confirmé (con una extraña mezcla de decepción y un inevitable “lo sabía”) que Cas de Luz a pesar de indicar “Costa Rica” bajo su nombre ¡se produce en Alemania!

En cualquier otro país, una empresa podría haber desarrollado y producido este licor localmente, aprovechando la riqueza natural del país y generando empleo e inversión para la industria nacional. Pero no en Costa Rica. En su lugar, vemos cómo un destilado a base de cas (una fruta nativa de nuestra región) se elabora en uno de los países más ricos de Europa, donde, por supuesto, se queda la mayor parte del valor agregado.

Apertura versus monopolios: claro panorama

El mercado de licores es un ejemplo claro de lo que sucede cuando una institución extractiva se perpetúa en el tiempo: se detienen la innovación y el cambio tecnológico, se estanca la producción y con esto se limitan las oportunidades de desarrollo y prosperidad para la mayoría. FANAL, que quizás alguna vez tuvo sentido como un mecanismo de control sanitario en el siglo XIX, hoy solo sobrevive como una reliquia del Estado empresario, incapaz de competir en un mercado abierto y bloqueando las oportunidades para que la iniciativa privada llene los vacíos que deja abiertos.

Como suele suceder en mercados restringidos artificialmente, la incapacidad del monopolio para ofrecer variedad, calidad y precios competitivos ha dado pie a la aparición de un mercado negro de licores. Este fenómeno no solo refleja la ineficiencia de FANAL, sino que también expone los riesgos que conlleva mantener una barrera innecesaria a la competencia.

En Costa Rica circulan aguardientes y destilados ilegales, en muchos casos sin control sanitario, lo que supone un alto riesgo para los consumidores. Si el argumento original del monopolio era proteger la salud pública, la realidad ha demostrado que esta justificación ya no se sostiene. Entre 2021 y 2022, alrededor de 50 personas murieron a causa de la intoxicación con metanol, al ingerir licores de dudosa procedencia.

En un mercado abierto pero regulado, las autoridades podrían garantizar calidad y seguridad sin necesidad de que el Estado produzca el alcohol directamente. En lugar de depender de un monopolio ineficiente, el cumplimiento del registro sanitario y otros requisitos impuestos por el Ministerio de Salud serían suficientes para garantizar la seguridad del consumidor.

La comparación con lo sucedido en otras áreas de la economía tica es reveladora:

  • Durante décadas, los taxis operaron exclusivamente bajo un sistema de concesiones que limitaba artificialmente la competencia y mantenía altos precios y un servicio deficiente. Sin embargo, la llegada de Uber (ejemplo de destrucción creativa impulsada por la apertura del mercado de las telecomunicaciones) destruyó el monopolio de facto y modernizó el sector casi de inmediato.
  • La apertura de las telecomunicaciones también le permitió a la mayoría de los costarricenses tener un teléfono fijo, algo que durante décadas fue un “lujo” para el que había que esperar años debido a la ineficiencia del, hasta entonces, monopólico ICE.
  • Durante décadas, el monopolio de las cuentas corrientes por parte de los bancos estatales limitó la competencia en el sistema financiero y restringió tanto el acceso de los costarricenses a los servicios bancarios como la calidad de estos. No fue hasta la reforma de 1995 que los bancos privados pudieron ofrecer cuentas corrientes y competir con las entidades estatales. Sin este cambio, la bancarización masiva que hoy beneficia a la población costarricense, con una alta competitividad en servicios clave para la economía (desde los préstamos para vivienda hasta herramientas esenciales en la vida diaria como SINPE Móvil), habría sido imposible.

Estos ejemplos muestran cómo la apertura y la competencia han sido motores fundamentales de modernización y desarrollo en distintos sectores. Como explican Acemoglu y Robinson en Why Nations Fail, esta es una de las grandes diferencias entre los países que avanzan y los que se quedan atrás. La falta de competencia no solo encarece los productos y frena la innovación, sino que también ayuda a perpetuar un sistema donde las oportunidades no son el resultado del dinamismo inclusivo del mercado, sino de las decisiones de una élite con una visión limitada e intereses particulares, apartados de los de la mayoría. FANAL es solo un ejemplo más de cómo Costa Rica sigue atrapada en estructuras que las economías más prósperas desmantelaron hace siglos.

En el próximo artículo, analizaremos otro pilar del atraso institucional costarricense: un sistema judicial deficiente, bajo el cual la impunidad se ha convertido en una institución del país, lo que a su vez ha servido para perpetuar la corrupción y la inseguridad.

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