Cuando se aborda el tema de la salud mental, deben tenerse presentes diversos factores que intervienen en torno a ella: el ámbito personal, familiar, social y –de manera muy significativa– el laboral, entre otros. A raíz de ello, para efectos de su protección y fortalecimiento, confluyen diversos actores, empezando por el propio Estado, así como los empleadores, organizaciones sociales y la propia persona trabajadora.
Según datos brindados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la salud mental en el trabajo tiene un impacto en la sociedad y en el mundo laboral con 12.000 millones de días laborables perdidos cada año debido a la depresión y la ansiedad, es decir, es un factor de relevancia en la emisión de incapacidades y, eventualmente, en el aumento del riesgo de accidentes laborales.
Los entornos de trabajo y la forma en que se cumplen las obligaciones laborales pueden crear factores de riesgo para la salud mental; por ejemplo, las exigencias y el control del trabajo, la carga y el ritmo, el desarrollo o no de la carrera profesional, la seguridad en el trabajo y el equilibrio entre compromisos laborales y el ámbito personal pueden ser determinantes en este tema. Bajo este contexto, proteger y promover la salud mental en el trabajo se convierte en un reto mayúsculo para todo patrono.
Los empleadores pueden valorar una serie de medidas con el fin de velar por el bienestar integral de su personal, las cuales pueden guardar relación con la revisión periódica de cargas laborales y la prevención y capacitación sobre el manejo de conflictos interpersonales, que pueden desestabilizar el entorno laboral.
Por otra parte, las medidas pueden comprender la creación de reconocimientos y beneficios para el personal que coadyuven a un bienestar integral; dentro de estas, podemos hablar de reconocimientos económicos para que las personas accedan a servicios de disfrute personal o familiar (por ejemplo: pago de gimnasio o espacios de esparcimiento personal) u otorgamiento de tiempos remunerados para fines personales.
No obstante, es fundamental generar o revisar las políticas y acuerdos aplicables en cada organización para así identificar si estamos ante la creación de condiciones o beneficios sobre los cuales podrían generarse cuestionamientos como: “¿tienen naturaleza salarial?”; “¿se convierten en derechos adquiridos o pueden modificarse y eliminarse en el tiempo?”.
Por otra parte, siempre resulta conveniente sensibilizar al personal sobre el tema y brindar acompañamiento tanto a la persona afectada como a su entorno laboral. Los representantes patronales capacitados pueden apoyar a sus equipos en aras de lograr un ambiente de trabajo más saludable y con empatía ante este transcendental tema, lo cual contribuirá a un mejor manejo de los casos y la toma de decisiones oportunas y estratégicas.
Sobre este punto, la Organización Mundial de la Salud (OMS), para el último trimestre del año anterior, incluso recomendó: “capacitar a los administradores en la esfera de la salud mental para ayudarles a que reconozcan y respondan a las dificultades de las personas con angustia emocional a quienes supervisan; desarrollen competencias interpersonales como la comunicación abierta y la escucha activa; y comprendan mejor de qué manera los factores estresantes en el trabajo pueden afectar a la salud mental, y cómo pueden gestionarlos”.
De lo dicho, podemos finalizar indicando que, para todo patrono, el tema de la salud mental y su impacto laboral deviene en medular e implica medidas en diversos frentes a saber: capacitación y sensibilización del personal (comprende a representantes patronales y trabajadores en general); prevención y monitoreo de situaciones relacionadas con el tema; creación de estímulos para el personal con reglas de juego claras; así como el abordaje y atención de casos específicos.
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