Recientemente, el presidente Rodrigo Chaves Robles realizó una visita a la Zona Sur del país, una región conocida por sus paisajes naturales, pero también por su pobreza y olvido histórico por parte de los gobiernos. Con el agua hasta las rodillas, Chaves Robles llegó a un territorio golpeado por las lluvias, donde las inundaciones han arrasado con hogares, cultivos y esperanzas. Sin embargo, más allá de la urgencia de la situación, lo que llamó la atención no fue tanto su gesto de “solidaridad”, sino la manera en que utilizó el momento para lanzar discursos incendiarios, acusar a los opositores y atacar a los diputados con tono furioso, buscando generar un sentimiento de “nosotros contra ellos”. En su discurso, se destacó el uso de un populismo claro: ofrecer soluciones rápidas y fáciles, prometiendo todo a cambio de la lealtad política.
El populismo, en tiempos de crisis, se ha convertido en un recurso frecuente de quienes buscan capitalizar el sufrimiento de la gente para mantener el poder. La visita del presidente a la Zona Sur, por ejemplo, es un claro intento de mostrar cercanía con las personas más afectadas, pero ¿realmente está haciendo algo por mejorar su situación? En lugar de ofrecer soluciones estructurales, el gobierno se presenta como el salvador en el momento de la catástrofe, sin abordar las causas profundas de los problemas que afectan a estas zonas rurales: la pobreza, el desempleo, la falta de infraestructura y la escasa inversión en educación y salud.
¿Qué está en juego?
A primera vista, la retórica del presidente parece ofrecer un rescate inmediato, pero la realidad es más compleja. Las promesas de mejorar las condiciones de vida en las zonas rurales son tan antiguas como las crisis mismas, pero rara vez se cumplen. En lugar de construir proyectos sostenibles que fortalezcan la economía local, el gobierno prefiere a veces caer en la tentación del asistencialismo, ofreciendo ayuda momentánea y buscando el aplauso de los presentes.
A esto se le llama populismo: movilizar la emoción de la gente para ganar apoyo, pero sin ofrecer soluciones concretas que cambien realmente las condiciones de vida de los habitantes de estas zonas.
Oportunidades para las zonas rurales: el camino a la autogestión
A pesar de la coyuntura difícil, las zonas rurales del país no están condenadas a ser eternamente dependientes de las promesas vacías de los políticos. Es momento de pensar en alternativas que no dependan exclusivamente de los discursos populistas. Si bien la crisis puede resultar un terreno fértil para la demagogia, también es una oportunidad para reimaginar el desarrollo en estas áreas. Es cierto que las zonas rurales necesitan apoyo del Estado, pero este debe ser un apoyo que promueva la autogestión, la cooperación local y el fortalecimiento de las capacidades productivas de la región.
Una de las principales oportunidades para estas comunidades es apostar por la agricultura sostenible y las tecnologías limpias. Hay un mercado global en expansión para productos orgánicos y naturales, y las zonas rurales, con su potencial agrícola, pueden convertirse en protagonistas de este cambio. Además, los jóvenes de estas áreas, muchas veces migrando a la ciudad por falta de oportunidades, tienen un potencial enorme que puede aprovecharse si se les ofrecen alternativas como formación en nuevas técnicas agrícolas, el impulso a emprendimientos rurales o incluso el uso de plataformas digitales para la comercialización de productos locales.
La educación, además, juega un papel crucial. Los jóvenes rurales necesitan acceso a una formación de calidad que no solo les permita acceder a trabajos en el campo, sino también participar activamente en la economía digital, en los negocios y en la toma de decisiones que afectan su vida cotidiana.
Un llamado a la acción
En lugar de caer en la trampa de los discursos populistas y efímeros, es hora de exigir que las soluciones para las zonas rurales no lleguen en forma de promesas vacías, sino de proyectos sostenibles y a largo plazo. La inversión en infraestructura, educación y servicios básicos debe ser la base de cualquier política pública que realmente busque mejorar la vida en estas comunidades. Y, sobre todo, es importante que los habitantes de las zonas rurales se conviertan en los principales actores de su propio destino, utilizando las herramientas de la modernidad para superar los obstáculos del pasado.
No dejemos que las aguas de la crisis nos sigan arrastrando. Las oportunidades están ahí, pero requieren más que gestos políticos: necesitan de compromiso real, de trabajo en conjunto y de un gobierno que se enfoque en soluciones duraderas. En lugar de alimentar la división, es momento de construir una verdadera unidad basada en el bienestar colectivo.
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