Aunque el panorama sea desafiante, aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo. No lo digo por simple optimismo, sino por la convicción de que debemos actuar con serenidad y unidad. Hoy quiero hablarles de una crisis que enfrentamos en Costa Rica, una crisis tangible, presente en cada hogar afectado por desastres naturales, en cada comunidad golpeada por un clima cada vez más impredecible y extremo.

El cambio climático no es una amenaza futura; es una realidad que ya afecta nuestra vida diaria. En los últimos años, hemos sentido sus efectos de manera alarmante: aumentos de temperatura, sequías que asfixian nuestras zonas agrícolas e inundaciones que desbordan ríos, impactando la economía y la vida de miles de familias. Sin embargo, la respuesta gubernamental ha sido insuficiente. Nos enfrentamos a una falta de acción que decepciona y mina la confianza que los ciudadanos deben tener en sus autoridades.

Costa Rica no está exenta de esta crisis global, y cada día sin una respuesta efectiva agrava el sufrimiento de nuestra gente. Las tormentas, huracanes e intensas lluvias no son ya fenómenos esporádicos; causan estragos que no podemos seguir ignorando. No solo se trata de pérdidas materiales, sino de un deterioro en la seguridad y la tranquilidad que nuestras familias merecen.

Es hora de actuar con seriedad y de plantear soluciones de mediano y largo plazo que involucren a todos los sectores: gobierno, municipalidades, universidades, sector privado y comunidades. El país ya cuenta con una estructura institucional y recursos humanos capaces y experimentados, lo que falta es liderazgo, políticas claras y la dotación adecuada de recursos. Necesitamos una visión de país que supere el asistencialismo y busque soluciones firmes, dejando claro que la inacción no es una opción. Este es un esfuerzo que va más allá de un solo gobierno y exige un compromiso compartido. Los recursos son elevados, pero un país que no invierte en la seguridad y bienestar de sus habitantes se condena a la mediocridad y a depender de soluciones temporales.

Cada vez que veo nuestras comunidades afectadas, me llena de dolor e indignación saber que gran parte de esta devastación es prevenible. Casas sumidas en el barro, pertenencias destruidas, familias que lo pierden todo, muchas veces sin apoyo. Esta crisis exige un gobierno comprometido y una acción decidida; ignorar el problema no es ni responsable ni humano.

El cambio climático está aquí para quedarse. Nos corresponde enfrentarlo con el respeto que nuestra gente merece. Costa Rica puede y debe renacer, con serenidad y fortaleza, brindando a cada ciudadano la seguridad que merece. Estamos a tiempo de evitar que nuestra nación siga cayendo en la desconfianza y la indiferencia. Es momento de restaurar la seguridad en nuestras comunidades y de construir juntos un país donde cada familia viva sin miedo, con la certeza de que su gobierno las respalda y protege.

Es importante destacar que nuestro país ya cuenta con un mapeo detallado de todas las zonas de riesgo, clasificado según categorías de vulnerabilidad. Estudios y diagnósticos no nos faltan; existen en abundancia y son accesibles a través de instituciones como el Servicio Meteorológico Nacional, la Comisión Nacional de Emergencias y nuestras universidades, que han realizado un trabajo exhaustivo y bien fundamentado en diagnósticos y propuestas para mitigar los efectos del cambio climático y proteger a nuestras comunidades. Lo que realmente falta, y es lo más crucial, es conseguir los fondos necesarios para llevar estas propuestas a la realidad. Sin financiamiento adecuado, todo este conocimiento y planificación seguirán siendo solo promesas sobre el papel.

Actuemos ahora, con la fuerza de la unidad y la serenidad que nos permitirá enfrentar los desafíos más grandes. Costa Rica merece este compromiso, y juntos tenemos que hacer que esta nación sea un lugar digno y seguro para todos.

Al final del día, lo que la gente realmente quiere es vivir tranquila, sin miedo, sin incertidumbre, sabiendo que puede salir de su hogar y regresar a él con la paz de que su entorno es seguro. Esa es la principal responsabilidad de un gobierno: garantizar la tranquilidad de su pueblo. El gobierno no debe ser una fuente de inquietud, sino un pilar de seguridad y confianza, un respaldo firme para que cada familia pueda vivir con dignidad y sin temor. Es hora de que asumamos ese compromiso con seriedad y determinación, porque la tranquilidad de nuestra gente es lo que realmente importa.

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