Vivimos en tiempos en que la reputación de las personas y de las organizaciones es absolutamente fundamental, tanto por su potencial para generar confianza como por su fragilidad para desmoronarse ante una falla de autenticidad. También vivimos una época dificil de reconocer para esta generación, donde oscila inquietante la civilización entre la ilustración y el oscurantismo. Quiere decir, entre la mentalidad abierta o cerrada de quienes llevan las riendas de nuestras sociedades.

Estos son tiempos convulsos, caracterizados por la volatilidad de criterios, la incertidumbre respecto al futuro inmediato, la complejidad de los asuntos públicos que nos atañen, y la ambigüedad de las interpretaciones divergentes sobre los mismos hechos y la misma información. En estos tiempos, es de suma importancia contar con universidades públicas que sirvan de asidero para la conciencia histórica y colectiva de una nación.

En el caso particular de las universidades estatales costarricenses, hemos caído, quizás por mala administración reputacional o quizás por politiquería, en un estado de ambivalencia respecto a su papel protagónico como agente de edificación del estado y de la sociedad. Debemos ser críticos y preguntarnos si alguna vez alguien a cargo de tomar decisiones en las universidades se puso a pensar lo que podría afectarle a futuro que un puñado de docentes o administrativos llegaran a devengar salarios exorbitantes. No quiere decir que hayan sido obtenidos de manera irregular. Pero sí debió pensarse que, tal vez, en un futuro, alguien podría querer mancillar la honra institucional aprovechándose de la mención a esos salarios desmedidos que nunca debieron suceder.

Más allá de llorar por la leche derramada, sería importante elaborar una clara estrategia de comunicación para que el público en general pueda participar de la conversación acerca del valor que produce, los logros que genera, y los indicadores de éxito de una universidad pública. Es muy probable que para quienes nos graduamos de una institución como tal, sea mucho más fácil e intuitivo entender su valor. Mientras que para otras personas quizás no resulte tan sencillo o, peor aún, están siendo alimentados por información que caracteriza a dichas entidades como enemigas del pueblo.

En tiempos de inteligencia artificial el aprendizaje tendrá que cambiar. No porque las universidades dejen de ser importantes sino porque habrá muchísima gente que aprenda de muchas maneras que no están contempladas por el sistema académico tradicional. Debemos preguntarnos entonces para qué queremos aprender algo, en particular, para qué queremos aprender algo si hay tantísimo que aún ignoramos.

Sí es importante reconocer el privilegio que significa haber tenido la oportunidad de formarse en una aula universitaria. También es importante recordar que en los países más desarrollados del mundo el privilegio universitario le corresponde a un porcentaje muy pequeño de la población mientras que la gran mayoría se forma en educación técnica o en educación dual. Además, le es posible desarrollar emprendimientos gracias al ecosistema emprendedor que les permite crear su propio empleo,  crear impacto social y alcanzar amplios niveles de bienestar socioeconómico.

La luz que emana de la universidad, con su universalidad de conceptos, ideologías y conocimiento, debe continuar siendo la cuna de la filosofía, de la economía y de la cultura de la sociedad, reconociendo el valor incomparable que ofrece la ciencia, la técnica y la ética en constante ebullición en estos centros de transformación. También, esa luz debe adaptarse a tiempos oscuros y también a tiempos veloces, donde la tecnología desvirtúa, para bien y para mal, todo lo que entendíamos como consolidado.

Escuche el episodio 231 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Lucidez generosa”.

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