El cerebro humano necesita el arte. Desde los primeros años de vida, los niños cantan, dibujan y bailan, actividades imprescindibles para su desarrollo psicomotor, emocional y cognitivo y que constituyen, a la vez, espacios para la diversión y el esparcimiento.
Son muchos los indicios neuronales que justifican por qué la música, y el arte en general, deben ser parte de la formación de los niños y las niñas desde sus primeros años de vida: escuchar música (y todavía mejor, practicarla) tiene grandes beneficios; entre otros, mejora la memoria a largo plazo y la memoria de trabajo, aumenta la capacidad de concentración, favorece la psicomotricidad y las habilidades de lectoescritura, promueve el pensamiento creativo y, en general, aumenta el rendimiento cognitivo.
Sin embargo, como lo manifiesta la psicóloga cognitiva Elizabeth Spelke, la importancia de la educación musical no debe centrarse en los beneficios externos (como la mejora del pensamiento lógico-matemático, del que mucho se ha hablado), sino en los beneficios inherentes al arte; particularmente, aquellos relacionados con el desarrollo emocional y social.
En efecto, quizá el mayor aporte de la música es que colabora en nuestro desarrollo psíquico y emocional, pues facilita el equilibrio necesario para alcanzar un adecuado nivel de bienestar y felicidad. “Escuchar y hacer música desarrolla la sensibilidad, la creatividad y la capacidad de abstracción o análisis” (Lacárcel, 2003). Su función, entonces, no es estrictamente educativa, y por tanto, no debemos considerarla como una materia más entre las mal llamadas “materias especiales”.
El gran aporte de la enseñanza musical se enmarca dentro de lo que se conoce como “educación para la vida”. Frente a los enormes desafíos que afrontan los niños y las niñas de hoy en una sociedad marcada por la violencia, la degradación ambiental y la discriminación, es necesario el establecimiento e impulso de sistemas educativos que vayan más allá de la aritmética, las ciencias naturales y la alfabetización; es indispensable preparar a nuestros niños para que puedan desenvolverse en el mundo actual y el del futuro; y ese mundo demanda no solo conocimiento, sino habilidades sociales y fortalecimiento afectivo.
En ese sentido, la música está asociada a nuestro desarrollo emocional y, por ello, nos permite ver el mundo que nos rodea desde una perspectiva diferente, más estética, más profunda, más empática y, principalmente, más feliz.
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