Tras el evidente y arrollador triunfo de Edmundo González Urrutia en las elecciones del 28 de julio, la nación suramericana se ve inmersa en un intrincado y complejo juego de ajedrez, cuyo “final” tiende dolorosamente a alargarse y nadar en un mar de incertidumbres.

Sin resultados “oficiales”. Esa es, “en corto”, de la forma más diáfana posible, la situación político-social de Venezuela en estos momentos.

Por un lado, el régimen de Nicolás Maduro pretende que a través de una sentencia de un tribunal controlado por sus partidarios, se sustituya el obligatorio y necesario despliegue de los resultados estado por estado, municipio por municipio y hasta parroquia por parroquia, que debería estar publicado en la web del Consejo Nacional Electoral.

Por otra parte, María Corina Machado, líder de las fuerzas democráticas venezolanas, junto al claro vencedor de la contienda electoral, Edmundo González Urrutia, se mueven por el mundo gracias a la súper autopista de la información (llámese Internet), con muestras contundentes y fidedignas de lo ocurrido, mostrando copias fieles y exactas de las actas de escrutinio, con lo que han logrado apoyos nunca antes vistos, como los informes de observación del Centro Carter y el panel de expertos de Naciones Unidas, así como resoluciones y pronunciamientos de la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos (para no hablar de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que calificó de “terrorista” al Estado venezolano).

No obstante, el cártel criminal madurista se vale de su “fuerza armada”; cuerpos élite de la policía, guardia nacional y “para policías/militares” (llamados “colectivos”), que forman parte de la delincuencia organizada. Su complemento es un “sistema institucional” que no cuida ya ninguna forma humana de actuar; realiza detenciones arbitrarias, desapariciones, secuestros, y ejecuta suertes de “juicio sumarios”, que recuerda a la “época del terror robespperiana”.

Se trata de una situación que decantará en otro escenario, en el que se imponga una “fuerza superior” que ponga un poco de orden; o termine desinflándose, lo que daría pie precisamente a una nueva situación, a un nuevo equilibrio de fuerzas.

Por el lado de los sectores democráticos, liderados por Machado y González, les toca continuar reforzando la estructura social que permitió la “defensa del voto” a través de los llamados “comanditos” -que consiguieron precisamente la obtención de las actas-, transformando su accionar en mecanismos de “lucha no violenta activa”, a pesar de la represión y el miedo.

A mi juicio, la presión que los países de Occidente, desde Estados Unidos de América hasta algunos europeos, pasando por otros de habla hispana de nuestra región (incluyendo Costa Rica) y organismos multilaterales, generada por la “crisis de legitimidad” (ante la falta de resultados), es necesaria mas no será suficiente para generar el cambio político en Venezuela. Incluso que vuelva al tope la recompensa que por las cabezas de Maduro, Vladimir Padrino López, el hombre fuerte del Ejército, y Diosdado Cabello, para muchos el “jefe” de los “colectivos” violentos y enlace con el narco, emitiera el departamento de justicia norteamericano. Incluso que la Corte Penal Internacional emitiera alguna sentencia firme o medida favorable a los derechos humanos de los venezolanos. Sin mencionar los temas económicos que se engloban en el término “sanciones”.

¿Quién le pone el cascabel al gato?, es una pregunta obligada. Y la respuesta viene más bien desde adentro. Somos los venezolanos a quienes nos toca darle una resulta a este intrincado juego de ajedrez, que le sirvió de imagen a “El Gabo”, Gabriel García Márquez, para ilustrar aquella cadena de secuestros que los llamados “Extraditables”, encabezados por Pablo Escobar Gaviria, impulsó en la Colombia de los 90. Y traigo esto a colación porque pareciera que los venezolanos vivimos un gran secuestro colectivo: secuestro de nuestra voluntad, de nuestros recursos, en fin, de nuestra libertad por parte de ese entramado de redes de negocios turbios, poder de fuego e intereses globales (o “contra globales”), ante lo cual tocaría o una negociación o una liberación. Escenarios cuya probabilidad es incierta. Todo apunta a la dolorosa prolongación del secuestro, con sus correlatos: la constante marcha centrífuga de ya millones de venezolanos y una acentuación de una crisis económica y humanitaria sin precedentes.

Toca, entonces, recomponer y/o realinear fuerzas que tienden de nuevo a dispersarse, asumiendo ya como como cosa cierta que los métodos democráticos/electorales hoy en Venezuela ya no tienen cabida, que lo que se impone es una rebelión, que puede ser pacífica pero firme, arriesgada, que ponga en jaque a la élite usurpadora del poder, a su propia supervivencia, y que en definitiva pueda dar pie a la negociación.

Con todo, solo un par de consideraciones “finales”: 1) la base social de la Unidad es en buena medida la que acompañó al “chavismo” por más de 25 años; una base que incluye a quienes han formado parte de su estructura partidista y clientelar, empleados públicos, policías y militares. ¿Cómo puede sostenerse un edificio con cimientos débiles? ¿A punta de bayonetas? Y 2) desde afuera puede venir otro ahorcamiento financiero, sumado al aislamiento y/o indiferencia de países y potencias “aliadas”, que pueda erosionar muchas supuestas lealtades. El fantasma de las “traiciones” o sediciones ronda el Palacio de Miraflores, la propia sede del poder. Y el miedo antes que paralizar incita a huir hacia adelante.

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