El 20 de mayo se conmemoró el Día Mundial de las Abejas, una fecha que busca reflexionar sobre la importancia de estos pequeños insectos para la vida en el planeta, su situación actual y las medidas que se pueden implementar para evitar su extinción. De acuerdo con la FAO, tres de cada cuatro alimentos que consumimos requieren de polinización y son estos insectos los principales oferentes de este servicio ecosistémico; sin ellos enfrentaríamos una crisis de seguridad alimentaria sin precedentes y nuestros bosques, vitales para el equilibrio ecológico, desaparecerían gradualmente.

Cuando se habla de abejas, regularmente se piensa en la abeja melífera (Apis mellifera), la principal productora de miel a nivel mundial, sin embargo, existe gran diversidad (más de 700 especies en Costa Rica según Hanson et al 2021), incluyendo las abejas sin aguijón, las abejas de orquídeas, los abejorros sociales y no sociales (conocidos como chiquizás), entre otros. Además, debemos recordar que nuestros antepasados mantenían un vínculo profundo con las ellas, especialmente con las que no poseen aguijón, esto debido a que de manera tradicional se aprovechaba su miel como alimento y con fines medicinales, prácticas que poco a poco se han ido recuperando.

A pesar de su importancia, más de un tercio de las especies de abejas están en peligro de extinción, debido entre otros aspectos a la pérdida de hábitat, el uso indiscriminado de agroquímicos, el cambio climático, las enfermedades y la competencia con especies exóticas invasoras. Lo anterior ha generado situaciones extremas en algunos lugares, donde ciertos cultivos ahora deben ser polinizados manualmente; práctica que, aunque efectiva en el corto plazo, es insostenible y costosa a largo plazo.

La protección de las abejas requiere la implementación de políticas que promuevan prácticas agrícolas regenerativas, así como el mantenimiento en buen estado de áreas protegidas y otras medidas que limiten el cambio de hábitat desde lo global a lo local.

Un ejemplo inspirador para su conservación a nivel gubernamental es el de la ciudad de Curridabat en Costa Rica, que se ha declarado desde el 2015 "Ciudad Dulce", implementado medidas para proteger a las abejas como parte de su visión de desarrollo. A esta iniciativa se han unido otros gobiernos locales tanto dentro como fuera del país y se empiezan a encontrar ejemplos a escala global como el caso de Zacatecas, México, que cuenta con una ley para su protección y el caso colombiano que posee una normativa de fomento de apicultura, donde entre otros aspectos, promueve el desarrollo de programas de conservación tanto de abejas como de flora apícola.

Para detener su extinción se requiere de un involucramiento profundo por parte de las empresas agrícolas, para que controlen y preferiblemente eliminen el uso de agroquímicos, en especial los insecticidas neonicotinoides.

A nivel individual o comunal, también se pueden tomar acciones, tales como cultivar plantas nativas que permitan mantener la diversidad de abejas y en general, la vida silvestre propia del lugar.

Algunos de los arbustos y plantas recomendadas incluyen el coralillo (Hamelia patens), el güitite (Acnistus arborescens), la juanilama (Lippia alba), la lantana (Lantana camara), el rabo de zorro (Stachytarpheta cayennensis), entre otros.

La salud de las abejas es un reflejo de la salud de nuestro planeta, sin ellas, nuestra alimentación, nuestros ecosistemas y nuestro bienestar están en grave riesgo.

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