Mayo es sinónimo de abejones. O lo era hace unas cuatro décadas, cuando aparecían volando de repente, con las primeras lluvias del año, y golpeaban las ventanas, las bombillas y las paredes, a las mascotas, los señores despistados y los niños. Los abejones confirmaban entonces que nos esperaban varios meses de lluvia, eran un espectáculo de naturaleza impredecible, que podía concluir en la taza de café o en el plato de sopa, y un peligro inminente para las aves de corral. Por eso a los abejones pequeños se les conocía con un sobrenombre que era también una advertencia: los ahogapollos.

El abejón es signo de peligros y errancias, de movimientos misteriosos y de pequeños accidentes. O lo fue, en ese tiempo remoto. “Abejonear” significaba hablar en susurros, por lo bajo, y también merodear al grupo de personas que “abejonean”, con el propósito de adivinar sus intenciones secretas. Y claro, durante décadas, los costarricenses hemos utilizado la palabra abejón para referirnos a varios tipos de escarabajo y no, como dictarían la gramática y el sentido común, a una abeja de tamaño excepcional.

El abejón es entonces tanto un nombre equivocado como una metáfora del equívoco. Se dice que “anda como abejón de mayo” quien tropieza frecuentemente como consecuencia de una borrachera, aunque esta expresión popular comienza a perder sentido para las generaciones más jóvenes, y no precisamente por falta de borrachos. ¿Por qué están desapareciendo los abejones? ¿Están disminuyendo también otras poblaciones de insectos? ¿Cómo nos afecta esta situación? ¿Nos afecta?

Datos, ficciones y resurrecciones

A principios de los años setenta, en el Valle Central costarricense abundaban las zonas verdes, los cafetales y los cultivos de flores y hortalizas. Este paisaje ha cedido lugar a las urbanizaciones y las carreteras, lo que se considera como la principal causa de la dramática disminución de las poblaciones de abejones, que se estima en alrededor de un 95%, durante los últimos 40 años. Esto supone la pérdida de algunos de sus beneficios, como la polinización de las plantas y la descomposición de materia orgánica, que a su vez permite que el suelo absorba nutrientes a una mayor velocidad.

Cuentan los biólogos y entomólogos interesados en los abejones de mayo que de las 430 especies que se han identificado en nuestro país sólo una quinta parte es capaz de vivir en espacios modificados por el ser humano. Así, el trueque de las amplias zonas verdes por los paisajes de cemento, piedra y varilla se considera la principal causa de la disminución en las poblaciones de abejones. Además, el uso excesivo de plaguicidas y los efectos el calentamiento global han contribuido con este fenómeno.

En el antiguo Egipto el escarabajo se convirtió en un símbolo de la resurrección, gracias a su capacidad para enterrarse y emerger de la tierra cada día, entre otros talentos. El protagonista de La metamorfosis (1915), Gregorio Samsa, despertó un mal día, después de un sueño intranquilo, convertido en un escarabajo gigante. Nuestro entrañable escarabajo de mayo, como otras especies en vías de extinción, se aleja poco a poco de nuestra vida cotidiana y de las expresiones populares y se acerca, de manera dramática y casi exclusiva, a los territorios de la mitología y la ficción literaria.

Extinciones

Existe un millón de especies de insectos descritas y alrededor de seis millones por nombrar. Esa descripción es apenas el principio de todo. Se trata de un procedimiento taxonómico de gran importancia que, sin embargo, no supone que conocemos, y mucho menos que apreciamos, a los insectos. Para comprobarlo basta considerar que las especies de insectos que nos resultan atractivas o beneficiosas, como las abejas o las mariposas, se cuentan apenas con los dedos de las manos.

Los insectos suman tres cuartas partes del reino animal terrestre, lo que equivale a que existen alrededor de 200 millones de insectos por cada persona que habita el planeta. Así, los insectos son tan numerosos como desconocidos, tan fundamentales para la vida como torpemente perseguidos. De acuerdo con un estudio publicado en 2019 por la Universidad de Sidney, las poblaciones de un 41% de los insectos de la Tierra están en declive. En una línea un poco más alarmante, los investigadores a cargo de esa publicación afirman que estos animales podrían desaparecer en los próximos 100 años.

Entre los factores detrás de la disminución en las poblaciones de insectos en diversas partes del mundo se citan, como ocurre con los abejones de mayo, los cambios de hábitat causados por los seres humanos y el uso de químicos como herbicidas, fungicidas y pesticidas.  Revertir esta tendencia supone un cambio en la manera en que cultivamos los suelos y, sobre todo, en la forma en la que convivimos con los insectos.

Convivir significa, en este caso, repensar el uso de ciertos insecticidas y entender lo que suponen nuestros pequeños insecticidios cotidianos en relación con ese eslabón fundamental en la cadena de la vida. Los insectos constituyen el alimento de aves, peces y pequeños vertebrados, que a su vez dan de comer a otros animales. Además, todas las especies de flores necesitan de su colaboración para polinizarse, lo que representa alrededor de 70% de las frutas y vegetales que comemos diariamente.

“Sin insectos no hay comida y sin comida no hay personas”, comentaba en 2019 a la Revista National Geographic el entomólogo Dino Martins. Así de sencillo. Se trata de un asunto más importante de lo que habitualmente consideramos y “más serio que abejón en baile de gallinas”, como decíamos en la época remota en que los abejones aparecían por miles, chocando contra todo y contra todos, con la llegada de los aguaceros de mayo.

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