En 1923, se fundó en nuestro país la Liga Feminista, movimiento construido para luchar por la igualdad de los derechos entre hombres y mujeres, especialmente al sufragio, y a ser electas en cargos públicos. Celebramos el centenario de tan importante agrupación y hoy podemos decir con orgullo que, gracias a este movimiento, las mujeres podemos emitir el voto y ocupar cargos públicos. A las puertas de un proceso de elección para la magistratura de la Sala Constitucional y de la Sala de Casación Penal, es de aplaudir que hoy sean dos mujeres las mejor calificadas en ambos concursos.

En el ámbito de la judicatura, los distintos informes del Estado de la Justicia, dan cuenta de que, si bien las mujeres ocupan la mayor parte de los puestos del escalafón menor (categorías de Juez/a 1,2,3), este porcentaje disminuye cuando se trata de los puestos de más alto nivel de quienes administran justicia (categorías 4 y 5). Si ya nos vamos a la cúpula judicial, vemos que, entre las veintidós personas que ocupan la magistratura, quince son hombres y solamente siete son mujeres.

Recientemente fue aprobada la Ley contra la violencia de las mujeres en la política, pues, pese a los esfuerzos, se hace necesario aún visibilizar la exclusión, dificultades para el acceso a las papeletas y puestos de elección según las reglas partidarias; burlas, chotas y hasta piropos velados o alusiones a los ciclos menstruales o procesos hormonales, como elementos de descalificación. En el campo de la enseñanza universitaria, aún se encuentran serios escollos para que las estudiantes o docentes, puedan siquiera ser consideradas en serio, acompañadas en los procesos contra los docentes “de sólida formación” que las acosan, persiguen, humillan u ofrecen mejorar las notas a cambio de favores sexuales, como si se pudiera disponer de la dignidad y el cuerpo de las alumnas como objeto de negociación.

Por otra parte, en los distintos ambientes de trabajo, aún es toda una tarea titánica que se comprenda que las mujeres tenemos doble o triple jornada laboral (siempre se argumenta que “también” hay hombres en esa misma condición); a pesar de ello, las mujeres muestran excelentes capacidades para liderar equipos de trabajo, tener iniciativas innovadoras y, además, se esfuerzan por especializarse y mantener siempre actualizada su formación profesional.

En la Corte Suprema de Justicia, históricamente, han sido los hombres quienes han ocupado todos los puestos y a nadie le parece extraño, pero cuando más mujeres mucho mejor preparadas se atreven a pasar por ese calvario de procesos, éstas son las que deben ser atacadas, en lo personal,  porque en el fondo, por más que se diga que se respeta la igualdad de género, y se amplíen estos espacios de participación, eso queda “para otra ocasión” o “para otros puestos” porque a la cúpula, solamente llegan mujeres a cuenta gotas y, como ya han llegado varias, muchas es “peligroso”, para quienes probablemente ya ocupan esos puestos y pueden sentir que esto constituye una amenaza.

Cada vez que se presenta una elección de un puesto para la magistratura, se desatan todo tipo de especulaciones, en particular para desacreditar a las mujeres postulantes, aún valientes que se atreven, a pesar del escabroso camino que les espera, a partir de cualquier cosa que pueda invisibilizar que -en los últimos concursos- aparecen como las mejores calificadas.

Estas mujeres, sienten, sueñan y desean cambiar las cosas, aportar su grano de arena, darse la oportunidad de refrescar órganos que requieren urgentemente otras visiones y perspectivas, renovarse y dinamizarse. No se trata de que bajen la cabeza y pidan que sea lo que Dios quiera, se trata de que puedan sentirse valoradas y orgullosas y que deban explicarles a ellas, a todas las mujeres del país por qué, pese a todos sus atestados y mejor calificadas que los demás, podrían quizás quedarse “para en otra”.

Hace dos semanas nuestra Asamblea Legislativa eligió por unanimidad al magistrado Jorge Leiva Poveda, en la Sala I, quien era el mejor calificado de ese concurso, de manera que, si la línea es la excelencia no habría razón alguna para pensar que se vaya a irrespetar este criterio y de esta forma, nuestras diputadas y diputados estarán saldando esa deuda histórica con las mujeres. El país necesita estar seguro de que lo que se predica, se cumple, y por eso, queremos a las mejores.

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