A lo que vinimos… Horarios de trabajo, jefes, botas, patrullas, presupuesto, delegaciones… Pucha ¿por dónde empiezo?

Démosle desde el principio. Como en cualquier organización, para que un cuerpo policial alcance sus objetivos y como resultado de ello, satisfaga los requerimientos de la sociedad en materia de seguridad, será imperativo que la gerencia (sea técnica policial y/o administrativa) realice bien su trabajo. Esa tarea gerencial se enfrenta, en no pocas oportunidades, con colectivos internos con problemas de comportamiento, que no comulgan con los intereses institucionales y que significan a su vez, alguna resistencia a las jerarquías. Podemos teorizar por horas sobre qué debe cambiar en nuestra policía, pero me referiré en esta oportunidad solo sobre un par de “cositas”.

Estamos “hasta la pistola” de burocracia

El comportamiento organizacional policial no dista en mucho de otras instituciones igualmente públicas, que han sido todas construidas a partir de un complejo mundo de procesos legales y reglas propias del paradigma burocrático, en perjuicio del servicio brindado mientras buscan -contradictoriamente- la eficiencia frente al usuario. Y es que no existe la capacidad real de los directivos para adecuar el uso de los recursos organizacionales a su cargo para generar un valor público (en términos de lo que es valorado por la ciudadanía), sino que una vez sí, y otra también, se encuentran con obstáculos como el intermitente y calculador respaldo político, el ineludible procedimiento y análisis legal de la actuación pretendida y lo limitado de los recursos económicos y materiales.

Debemos dejar de lado la tramitomanía y abogar por una gestión estructural preventiva e interactiva que permita prever los riesgos, arquitectar contingencias y evolucionar hacia los escenarios del futuro; de manera que no solo se dé respuesta eficiente a las necesidades demandadas por la ciudadanía, sino también orientarse hacia una creatividad y liderazgo innovadores donde las personas funcionarias policiales seamos entonces emprendedoras a lo interno de la organización, como fuente de beneficio y valor sociales y de productividad material para Costa Rica.

No será tarea fácil actualizar el firmware de la población policial; los mayores esfuerzos e inversión deben estar dedicados al desarrollo y capacitación de la población policial, quienes finalmente son los actores principales en la estrategia, la estructura y de los sistemas de la organización, por cuanto somos nosotros, la tropa, la que conoce de primera mano las realidades de las personas usuarias que son quienes demandan seguridad integral. Así se logrará no solo una “buena práctica” de carácter optativo, sino una robusta cultura de gestión y calidad.

La motivación es la herramienta a la mano de los jerarcas para abatir el prejuicio social que pesa sobre las que somos personas servidoras públicas: mediocridad, inoperancia y burocracia absurda. Ojo que ya no solo hablo de la policía.

Eso va de la mano con otro pilar, la Comunicación: 

Saber comunicarse de forma adecuada ya no es una habilidad deseable, es un requerimiento básico para alcanzar toda clase de objetivos. De ello no tenemos duda, sin embargo, no podemos obviar los antecedentes castrenses de nuestra policía; y es que cuando hablamos de comunicación en términos milicos, es inevitable traer a la mente imágenes de comandantes y oficiales gritando mientras encabezan ataques heroicos, generales dirigiendo ejércitos o sargentos gritándole en la cara a los nuevos reclutas.

Curiosamente incluso cuando Hollywood nos ha mostrado ese tratamiento particular doctrinario marcial, los libros de liderazgo militar usan innumerables adjetivos para describir qué deben ser y hacer los líderes de esas organizaciones, pero no le prestan debida atención a cómo hacer lo que promueven ni a la comunicación efectiva entre sus fuerzas.

El Centro de Preparación de Oficiales de la Reserva (ROTC por sus siglas en inglés) es la fuente principal de nombramientos en el Ejército de los Estados Unidos de América. Durante los cuatro años de instrucción solo un curso durante el segundo año incluye expresamente las comunicaciones. En el caso particular costarricense, solo una materia del Curso Básico Policial de la Academia Nacional de Policías, trata algún tema relacionado con la comunicación y aunque se le denomina “Comunicaciones Policiales”, lo cierto es que la currícula está orientada a los medios tecnológicos (radios), procedimientos y claves policiales, pero no a la integralidad y relevancia del término. Ahora todo tiene sentido.

Existe un buen número de oficiales de policía en el Ministerio que manifiestan insatisfacción con su jefatura inmediata y con la dirección de la organización relativa a las condiciones de trabajo y como resultado de ello, la comunicación interna y las relaciones humanas son irregulares. Si hay alguien a quien esto debería quedarle claro, sería al presidente Chaves tras su visita sorpresa a una Delegación Policial (de las de verdad, de esas en las que no hay comida y el personal está hastiado). Es que no percibimos reales oportunidades de desarrollo y autorrealización como para aspirar a puestos superiores; por otro lado, la Evaluación Anual del Desempeño es una herramienta de las jefaturas que, aunque promueve lo contrario, está plagada de vicios, subjetividades e inequidades, conducente a que el personal no se sienta comprometido a mejorar su desempeño.

La comunicación debe ser analizada como una variable comprensiva de todo lo acontecido en la policía, (desde las relaciones a lo interno de la organización hasta las actividades con la ciudadanía, incluida la coerción y la violencia durante el trabajo). Ese proceso comunicativo es percibido frecuentemente por la sociedad costarricense como uno confortativo y con tintes de abuso de autoridad; y puede que tengan algo de razón. Es lógico pensar a la luz del conductismo, que si una persona recibe órdenes toscas y rudas desde su jefatura policial (así como los niños no tienen tendencias innatas y lo que llegan a ser depende por completo de sus ambientes de crianza y la forma en que los tratan sus padres) y aunado a eso, se siente empoderado por la autoridad que su uniforme le otorga, inconscientemente va a transgredir la cordialidad y respeto en el proceso de comunicación con los ciudadanos en el ejercicio de sus funciones.

La autoridad por sí sola implica una relación de desigualdad entre la población civil y la policía devenida de la capacidad de coerción legítima que tiene ésta última, que en ocasiones podría generar actitudes de superioridad polarizando las reacciones del público hacia los uniformados. Las jefaturas echando garra de esa misma superioridad tan subjetiva como nociva, bien podrían intentar poner alguna distancia entre ellos y “la tropa” para robustecer su posición hegemónica y de la pleitesía que esperan recibir. ¿Qué estamos haciendo para prevenir estos lamentables escenarios y desbalances?

Repensemos y llevemos a la progresión los conceptos de servicio y vocación para darle paso a una generación de servidores públicos orientados hacia una gestión de calidad total. A fin de cuentas, por eso nos llamamos así, para servir, pero con pasión, dedicación y con ansias por ser mejores cada día. Es la mejor forma de ponerle el pecho a las balas.

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