La pasada COP27 (Conferencia de las Partes) fue en Egipto, un país que, según anunció en el 2022 su presidente, Abdel Fattah Al-Sisi, ha entrado "oficialmente en etapa de pobreza hídrica".

La pobreza hídrica, tal como la define el Banco Mundial, es cuando los recursos internos renovables de agua dulce per cápita de un país son inferiores a 1.000 metros cúbicos anuales, que es la tasa mínima para satisfacer las necesidades de agua y alimentos de la ciudadanía de Egipto, población que desde hace muchos años apenas cuenta con la mitad del volumen hídrico mencionado.

La Conferencia de las Partes es la Cumbre Anual que realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y que reúne a 196 países más la Unión Europea, quienes conforman a “las Partes”.

La COP27, sin embargo, no se realizó en el Egipto sin agua, sino en otro diferente, el Egipto del balneario de Sharm el-Sheikh, a orillas del mar Rojo. Se trata de una ciudad repleta de piscinas, con un resort formado por lagunas artificiales, de 100 hectáreas de agua cristalina en mitad del desiertoLa laguna del complejo turístico Citystars Sharm El Sheikh, por cierto, ha sido reconocida con el Récord Guinness como la laguna cristalina más grande del mundo.

Esta ciudad, desde luego, es solo para algunos y por eso es tan remota que solo se puede llegar a ella en avión. Para que los invitados de la COP 27 se requirieron 130 aviones presidenciales, y los 40.000 delegados debieron hacer escala en El Cairo o Luxor.  Tómese en cuenta que Egipto es la segunda nación que más CO2 emite del continente africano, después de Sudáfrica.

La polémica no se limita a estos temas, otros factores de crítica de esta COP 27 incluyeron el patrocinio de la empresa Coca Cola, y la cantidad sin precedentes de representantes de las petroleras o sus contratados haciendo lobby a favor de los combustibles fósiles.

La conferencia del clima de Egipto incluyó entre sus delegaciones a un total de 636 representantes de empresas relacionadas con las energías fósiles. Ese fue el recuento de un informe sobre los lobbies presentes en la la COP27 y que fue elaborado por la organización no gubernamental “Global Witness”. Según el recuento, más de uno de cada cinco miembros de la delegación Rusa –que llevó a 150 personas- procedían de la industria de los combustibles fósiles”.

Un informe de Red de Acción Climática Contra la Desinformación aseguró que la industria del gas y el petróleo dedicó 4 millones de dólares en publicar mensajes engañosos en Facebook e Instagram durante la cumbre del clima.

Recién terminada la COP 27, empezaron los preparativos para la edición 28, que se llevará a cabo en diciembre y cuyo destino será Dubái. Como Presidente Designado del encuentro se ha elegido al Dr. Sultán Ahmed Al Jaber, quien pertenece a la industria petrolera y forma parte de la empresa Abu Dhabi National Oil Company (ADNOC), que también está invirtiendo mucho dinero en otras formas de energía renovable; es decir, una organización que no tiene reparo en lucrar con los dos tipos de negocio a la vez.

La organización Amigos de la Tierra, señala que “ADNOC es el 12º mayor productor de petróleo del mundo y ocupa el puesto 14 en la lista de corporaciones más generadoras de emisiones de carbono. Por otra parte, es una de las corporaciones de combustibles fósiles que más va a crecer próximamente. De hecho, recientemente intensificó sus planes de expansión comprometiéndose a producir 5 millones de barriles al día para 2027”.

Tras casi 28 conferencias anuales de este tipo, se han llevado a cabo extensos análisis, diálogos y negociaciones para buscar la sobrevivencia del planeta y obviamente la nuestra propia. Hablamos de 28 años de COPs, pero es mucho más que eso, porque prácticamente estas discusiones globales arrancaron hace más de 50 años cuando en 1972, año en que nací, se efectuó la Primera Cumbre de la Tierra en Estocolmo, ya desde entonces se empezaban a hacer cálculos y simulaciones acerca del impacto de la economía lineal, extractiva y siempre obsesionada con el crecimiento. Desde esas fechas los resultados no pintaban muy bien.

Los principales logros impulsados a partir de la primera Cumbre de la Tierra fueron el Convenio sobre la Diversidad Biológica y la Convención Marco sobre el Cambio Climático, ésta última, más tarde nos llevaría a dos hitos globales muy relevantes, la elaboración del Protocolo de Kioto sobre el cambio climático y el Acuerdo de París.

Así, desde 1972, el Convenio reconoce, por primera vez, que la conservación de la diversidad biológica es una preocupación común para la humanidad y forma parte de nuestro proceso de desarrollo.  El convenio abarcó todos los ecosistemas, especies y recursos genéticos, a los que definió como material biológico de origen animal, vegetal o microbiano, de valor real o potencial, que contenga unidades funcionales de la herencia. A su vez, se establecieron nexos entre las medidas tradicionales de conservación y la meta económica de utilizar de forma sostenible los recursos biológicos. De forma adicional, se sentaron principios para la distribución justa y equitativa de los beneficios resultantes de la utilización de recursos genéticos, en particular, cuando se destinan a usos comerciales.

Sin embargo, después de 50 años de tantísimas reuniones y extensas discusiones, pareciera que el objetivo de mantener la temperatura del planeta en un nivel sano que permita el bienestar y equilibrio de las especies y los ecosistemas está cada vez más lejano.

Mi percepción es que a partir del 2015, después de la COP21 de París hubo una mayor fractura en el progreso de las negociaciones y resultados. ¿Recuerdan ese momento, donde vimos, con ojos aguados, a la tica Christiana Figueres liderando los acuerdos y tomada de las manos en posición de victoria con los líderes mundiales? Las personas sensibilizadas a la política global ambiental, podemos comparar ese momento con el penal que tiró Michael Umaña contra Grecia y que nos dio la entrada a cuartos de final en el Mundial de Brasil 2014.

Ese momento de éxito, supremamente mediático, hizo más famosas las COPs, y desde entonces, estas reuniones globales se han ido convirtiendo, lamentablemente, en espacios corporativos, comerciales y hasta en tristes oportunidades turísticas. No me malinterpreten, reconozco que muchas personas que van a estas reuniones son individuos de sobresalientes capacidades técnicas y profesionales con una legítima preocupación por el futuro ambiental de nuestro planeta y que llegan a estos encuentros repletos de buenas intenciones; pero lo cierto es que se ha abierto la puerta a otro tipo de intereses que están muy lejanos de las verdaderas prioridades climáticas.

Pregunto: ¿no son suficientes 50 años de estar haciendo lo mismo y esperar resultados distintos? Ya identificamos el problema, y aunque sabemos qué es lo que hay que hacer seguimos sin hacerlo. ¿Es que acaso no estamos dispuestos a renunciar a los privilegios y a lo que creemos es nuestro derecho a costa del bienestar general? ¿Vamos a seguir repitiendo lo mismo, este 2023, en Dubái?

¿Qué pasaría si renunciamos al "business as usual" de las COP's y nos ahorramos el dinero y todas las emisiones de CO2 que generarían cientos de viajeros de Costa Rica a Dubai? Pienso en algo así como una protesta con impacto mediático, un acto afirmativo desde este pequeño país que se conoce por hacer las cosas diferentes. Tenemos autoridad moral para hacerlo: que no viaje un solo representante del país, sino que pidamos espacios de forma virtual, espacios en los que nos conectemos a la vez miles y miles de costarricenses, y que las votaciones también tenga una opción remota, como ya sabemos que es posible, especialmente después del COVID-19

¿Qué tal si hacemos lobby por los “no viajes” y se renuncia a la “selfie” en el desierto y, en cambio, utilizamos ese dinero para educar y preparar a nuestras comunidades costeras, las más vulnerables a los impactos del clima, las sequías y las inundaciones?

Si las políticas del actual gobierno no consideran como una prioridad los temas ambientales y climáticos, tampoco ellos deberían viajar a Dubái con el dinero de nuestros impuestos. Si no hay consenso entre los poderes del Estado para prohibir la exploración y explotación petrolera en territorio nacional, es obvio que los líderes electos en este período no han entendido de qué se trata el calentamiento del planeta, la pérdida de la biodiversidad, la inseguridad alimentaria y el consecuente colapso social al que nos veremos enfrentados en la próxima década.

Podría apostar que muchas empresas y organizaciones realmente comprometidas recibirían ese mensaje como una muy buena señal del país que, aunque haya perdido un poco el rumbo, todavía tiene la posibilidad de volver a ser la mejor versión de sí mismo.

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