“Necesitamos un Bukele en Costa Rica”, se escucha cada vez con más frecuencia en la calle y se lee cada vez con más contundencia en las redes sociales. Algunas veces por parte de las voces de la desesperación, ante la ola descontrolada de criminalidad, homicidios y narcotráfico por la que atraviesa el país y la falta de acciones claras, concretas, realistas y viables para combatirla. Otras veces, las que más me preocupan, por parte de ultraconservadores, enemigos de la institucionalidad democrática, amantes de la “mano dura” y enemigos declarados de una visión integral de los derechos humanos de todas las personas y no solo de aquellas que calzan a conveniencia en su molde.

De los primeros, comparto la desesperación cuando veo que el país se nos sale de las manos y cae cada día más en las de la criminalidad organizada. De los segundos, procuro andar de lejos porque no hay nada más peligroso que el fundamentalismo que se vale de la política para fomentar odios, promover discriminación y llamar a debilitar el Estado de Derecho a conveniencia.

A ambos, les digo que no. La solución no es un Bukele ni nada que se le parezca. No hay nada peor que apostarle a un populista con aires de mesías, que esté dispuesto a atentar contra las instituciones, el marco de legalidad y la división de Poderes, para alimentar su ego, generando más problemas que los que eventualmente solucionaría.

Bukele es un payaso egocéntrico que prioriza su propia imagen antes que cualquier otra cosa. Es capaz de ironizar con ser el “dictador más cool del mundo mundial”, burlándose de sus críticos, pero al mismo tiempo normalizando el calificativo, de tal forma que sus atropellos a la institucionalidad, no resulten extraños.

Como un moderno e igualmente nefasto “Flautista de Hamelin” inició encantando a su pueblo librándolos de viejos y mañosos políticos acusados de corrupción, dando instrucciones e incluso despidiéndolos por Twitter, sin las garantías judiciales del debido proceso y con base en lo que él y solamente él considerara conveniente.

Pero recordemos que, en la leyenda alemana del flautista, este no solo se deshace de las ratas que invadían el pueblo de Hamelin, sino que al no recibir el pago que él mismo impuso, terminó por llevarse a los niños para nunca más volver. Así como va este “disruptivo” flautista, quitando del camino a quienes no le siguen el juego.

¿Ejemplos? La destitución de todos los magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema y el fiscal general de ese país. Así como el cese de todos los jueces que cumplan 60 años o tengan más de 30 años de servicio, con lo cual no solamente se encarga de quitar a conveniencia, sino de nombrar en el Poder Judicial a sus incondicionales, invadiendo los límites entre Poderes del Estado.

Tan es así, que entre los cesados se encontraba el juez Jorge Guzmán, quien conocía la causa de la masacre de unos 1000 civiles en 1981 en la localidad de El Mozote a manos del ejército y que, en 2020, pidió a la Fiscalía determinar si Bukele cometió algún delito por el bloqueo a inspecciones de los archivos militares.

Estas acciones han llevado a la Organización de Estados Americanos, la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, el relator especial de la ONU sobre la Independencia de Magistrados y Abogados, la Unión Europea y organismos no gubernamentales como Human Rights Watch a manifestar en reiteradas oportunidades su preocupación con esta decisión y a denunciar una deliberada y antojadiza concentración de poder.

En su cruzada autoritaria eliminando pesos y contrapesos institucionales, la ha emprendido también contra los medios de comunicación, lo que ha llevado a un desplome de El Salvador en los índices de Reporteros Sin Fronteras en materia de libertad de prensa. Por ejemplo, este autoritario personaje en una transmisión por Facebook, acusó a los principales medios digitales del país (El Faro, la Revista Factum y Gato Encerrado), así como los periódicos La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, de mentir y atacar al gobierno. ¿Prensa canalla? ¡No!

Da la casualidad de que El Faro publicó en varias investigaciones las negociaciones entre el gobierno y la Mara Salvatrucha desde junio de 2019, cuando Bukele llegó al poder: el pacto consistió en reducir los homicidios por parte de la pandilla a cambio de beneficios carcelarios y apoyo electoral. Y, además, estos medios han denunciado que Bukele tiene una estructura oculta por encima de sus ministros, una especie de supragabinete formado por al menos diez asesores venezolanos cuyos contratos, honorarios y responsabilidades no han sido transparentados, tanto a ellos, como a un séquito de mercenarios asesores en comunicación e imagen.

Asimismo, una vez sintiéndose cada vez más afianzado en el poder, no ha tenido reparo en entrar acompañado por fuerzas militares fuertemente armadas al Palacio Legislativo, exigiendo la aprobación de presupuestos y proyectos y amenazando con disolver el Congreso si no se hacen las cosas a su gusto y conveniencia.

Este egocéntrico dictadorzuelo, que tanto encanta a los ultraconservadores —e incluso se ha autodenominado como “un instrumento de Dios”— no ha tenido reparo en cambiar de partidos e ideología, las veces que le ha parecido conveniente para sus propios intereses, emulando aquella sarcástica frase del comediante estadounidense Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”. Y no exagero, pasó del partido izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que lo hizo alcalde, para pasar al centroizquierdista “Cambio Democrático”, para abandonarlos y formar su propia agrupación llamada “Nuevas Ideas”, no sin antes haberse sumado al partido conservador GANA (Gran Alianza por la Unidad Nacional), con el que terminaría llegando a la Presidencia. Brincos políticos en los que demostraba su tendencia al desprecio de las instituciones y los valores democráticos, así como a todo aquello que no sea su propia hambre de poder.

Hoy, este egocéntrico autoritario, busca la reelección presidencial, aunque la Constitución Política de su país se lo impida. ¿Cómo? Por su desprecio por la institucionalidad y el Estado de Derecho y porque al haber cambiado la conformación de la Sala Constitucional a su antojo, logró que jueces nombrados a su conveniencia emitiran una resolución absolutamente antijurídica que se lo permite.  Sí, como Maduro, Ortega y todos los demás dictadores de izquierda o de derecha que han desfilado por las naciones del continente.

Y todo, bajo un discurso sacado del Manual del Populista Autoritario que aprovecha la indignación de la gente, el desgaste de los partidos y los liderazgos tradicionales, autoproclamándose como “uno más del pueblo”, reescribiendo la historia y los hechos a su antojo en un despliegue de posverdad que mezcla medios tradicionales y redes sociales y, aprovechando la pirotecnia comunicacional de autoridad extrema contra las maras. Todo esto, mientras hipoteca a su país jugando el poco capital en Bitcoins, abriendo el portillo a la especulación y las operaciones económicas irregulares.

Y si usted sigue pensando que igual requerimos un Bukele en el país, porque “está bueno lo que hace con los mareros y delincuentes”, déjeme decirle en primer lugar que incluso Amnistía Internacional, ha documentado no solo violaciones masivas a los derechos humanos en esta cruzada autoritaria, sino que se presentan detenciones realizadas sin evidencias sólidas de pertenencia a las pandillas y violaciones al debido proceso judicial. En otras palabras, encierra a quien quiere.

Sí, porque al dictador le sirve demostrar su despliegue de poder “contra los mareros y los delincuentes”, lo que no va a decir es que no se va a detener ahí. Seguirá contra opositores políticos, periodistas y contra cualquiera que no piense como él quiere o haga lo que él diga. ¿Y quién se lo va a impedir, si se le permite que haga lo que quiera con las instituciones y destruya el marco de legalidad?

Así que no. No necesitamos un Bukele porque es un dictador y no un ejemplo a seguir. No necesitamos a quien se aprovecha del descontento, la criminalidad, las disparidades sociales y otros males de nuestra sociedad para alimentar un monstruo mayor, al que difícilmente una vez que se le entrega el poder absoluto, podamos controlar.

Necesitamos exigir a nuestras autoridades que trabajen dentro de las potestades que les da la ley para solventar los problemas y las necesidades que tiene nuestro país y que cada día son más evidentes en seguridad, educación, salud y otras grandes áreas.

Pero nunca entregarnos a las redes de populistas autoritarios que buscarán congraciarse con la ciudadanía solamente para hacerse del poder, porque una vez en él, harán lo que les convenga sin importar nada.

Así, que nunca está de más recordar que como decía Albert Camus: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las debilidades de los demócratas”.

Pero también al pastor luterano Martin Niemöller, quien estuvo preso en los campos de exterminio de Dachau y Sachsenhausen desde 1937 hasta 1945, en su sermón de Semana Santa de 1946, recordando que:

"Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista.

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata.

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté,

porque yo no era sindicalista.

Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté,

porque yo no era judío.

Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar."

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