Costa Rica enfrenta una coyuntura decisiva: para las elecciones presidenciales de 2026, los millennials y la generación Z representaremos casi el 60 % del padrón electoral. Según La República, este bloque etario será el más numeroso entre las personas habilitadas para votar. Esa cifra no es solo demográfica: es poder potencial.

Sin embargo, según el informe Juventudes: asignatura pendiente. Informe País Costa Rica 2024, publicado por la Fundación Friedrich Ebert (FES), solo un 58 % de las juventudes costarricenses considera que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Un preocupante 40 % estaría dispuesto a aceptar un régimen autoritario si “resuelve los problemas”.

Este dato no es menor. No habla solo del sistema político: habla del abandono. Habla de un modelo económico que excluye, de una institucionalidad que no escucha, y de una política que no comprende a quienes están en las aceras esperando turno para ser parte. No es apatía: es desconfianza.

Y, sin embargo, estamos aquí.
En las aulas, en los barrios, en los espacios organizados y también en los no convencionales, seguimos luchando por un país más justo.
La encuesta muestra que el desempleo, la pobreza, la inseguridad y la violencia de género nos atraviesan de forma diferenciada, pero contundente. También señala que solo un 17 % tiene un interés activo en la política, mientras muchas y muchos sienten que sus problemas no están representados en la política nacional.

Pero si algo deja claro este estudio es que existe una mayoría juvenil que defiende los derechos humanos, que apoya la igualdad de género, la educación sexual integral, los derechos de las personas migrantes y LGBTIQ+, y que valora la justicia ambiental y la salud pública. No somos apolíticos: estamos politizados desde otras formas, desde otros espacios. Lo que falta es que el sistema institucional abra paso.

El informe también revela una profunda brecha entre las aspiraciones juveniles y la representación política actual. Mientras una amplia mayoría considera prioritario el acceso a empleo digno, educación pública de calidad, salud mental y justicia ambiental, estos temas siguen sin ocupar un lugar central en la agenda institucional. En cambio, persiste un discurso adultocéntrico que trata a las juventudes como destinatarias pasivas de políticas, en lugar de reconocerlas como actores políticos con propuestas propias. La desconexión entre las preocupaciones reales de las juventudes y las decisiones que se toman desde el poder es uno de los principales factores del desencanto democrático.

A pesar de ello, el informe documenta múltiples formas de participación política no tradicional: activismo ambiental, luchas por la diversidad, participación en colectivos comunales, espacios artísticos y redes digitales. Estas expresiones muestran que las juventudes no están desmovilizadas, sino reorganizadas desde nuevas gramáticas del poder. El problema no es la falta de compromiso, sino la falta de reconocimiento institucional a esas otras formas de construir lo político. Si la democracia quiere ser intergeneracional, debe aprender a dialogar con estas nuevas formas de acción colectiva, y no reducirlas a anécdota o marginalidad.

Ese reconocimiento no depende solo del Estado: también las estructuras partidarias, los movimientos sociales y las luchas comunales deben asumir la urgencia de incorporar, priorizar y construir con las juventudes. No se puede defender la democracia dejando fuera a quienes más necesitan que funcione. ¿Cómo se sostiene un régimen democrático cuando la juventud enfrenta un desempleo crónico, una crisis educativa prolongada y una imposibilidad real de acceder a vivienda digna? La democracia no se protege solo en los discursos: se defiende generando condiciones materiales para vivirla.

Ya no es suficiente con ser escuchados, es hora de ser protagonistas. Las juventudes no pueden seguir relegadas a “espacios de consulta”. Necesitamos ocupar posiciones de poder real, donde se define el curso de la política pública, se aprueban presupuestos y se transforma el Estado desde adentro. Representar sin decidir es tolerar una democracia a medias.

El desafío es claro: pasar del reclamo a la acción. No basta con pedir que se nos represente, debemos prepararnos y ocupar los espacios desde los que se decide el destino de toda nuestra generación. Estamos listos para proponer, decidir y transformar. Porque el tiempo de las juventudes no es futuro: es ahora.

Disputar el sentido de la democracia con y desde las juventudes... o resignarnos a perderla.

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