El año pasado vimos una proliferación de ferias libreras con diversidad de tamaños, propuestas y resultados. En abril, particularmente, por el Día del Libro y tal vez el clima favorable, llegó a haber hasta tres ferias o festivales de libros en un mismo día. Esto no solo se debe al fenómeno general del regreso a la presencialidad, sino también a la situación particular del sector librero costarricense, que depende en gran medida de los espacios para vender libro impreso. El hiato de más de dos años sin actividades presenciales dejó a los emprendimientos pequeños o independientes en cuidados intensivos; algunos no sobrevivieron. Ciertamente, estábamos sedientos de ver y tocar estanterías llenas de libros.

A lo anterior, súmese que, a criterio de varias personas del medio (yo incluido), la Cámara Costarricense del Libro y el Ministerio de Cultura y Juventud no han mostrado la actitud solidaria que hubiéramos deseado. No voy a ahondar en este tema porque el fin de este escrito es otro, más constructivo; solo diré que diversos actores del medio editorial han preferido tomar la iniciativa en vez de esperar la respuesta de los entes que se arrogan la representación del sector.

La buena intención de todas esas iniciativas se aplaude y se agradece. No obstante, unas fueron mejores que otras y hubo desde pequeñas ferias en las que no se vendió casi nada hasta sorpresivos éxitos como la de Sarchí y la Fiesta del Libro en la UCR . También tuvimos la Feria Internacional del Libro de la CCL, con bastante éxito, aunque no exenta de polémica por el tema que mencioné arriba de la falta de solidaridad, los altos precios de los stands y por haberse efectuado en el Centro de Convenciones en vez de la Antigua Aduana. Tuvimos la Feria Hecho Aquí, donde se han abierto espacios para los libros desde hace algunos años, y la Fiesta de la Lectura, ambas del MCJ; cortas, pero concurridas. Siempre con el afán de mejorar, dejo algunas reflexiones sobre la organización de las ferias.

Sillas vacías

¿Cómo hacer que la gente llegue a las ferias? ¿Cómo hacer que llegue a las charlas? Una de las mayores frustraciones en varias ferias y actividades literarias del año pasado (y alguna que ya hemos tenido en 2023) es la falta de público. La gente está ansiosa por salir de la casa, pero no tanto para ir a actividades de literatura. En algunos casos, la feria en cuestión ha tenido buenos números de visitas y ventas, pero las actividades han sido puramente “protocolarias”, como dijo cierto escritor que tuvo que presentar su libro ante un grupo de sillas vacías en la FILCR. En los casos más graves, ni la propia feria logró convocar público y los libreros pasaron días enteros sentados, viéndose unos a otros, viendo pasar gente que nunca se acercó a los stands o incluso viendo a la pared, al piso, al cemento.

Uno de los grandes dilemas en la organización de una actividad es cuándo, dónde y cómo hacerla para que no le afecte el tránsito, la hora pico, la lluvia, los horarios de trabajo, que no choque con otra actividad que le robe público, que el lugar sea accesible, que haya parqueo, que haya espacio, que no haya escándalo, que se pueda vender… Sin embargo, quizá estamos haciendo la pregunta equivocada. Tal vez la verdadera pregunta sea: ¿es válido todavía el modelo de la actividad presencial?

La organización de actividades está derivando hacia la creación de contenidos que estén disponibles para acceder cuando a uno le quede mejor. Así como hemos ido perdiendo la costumbre de seguir una teleserie en días y horarios específicos, nos cuestionamos la conveniencia de movilizarse a un lugar cierto día a cierta hora para ver la presentación de un libro o escuchar una charla de un escritor. Muchos todavía hacemos ese esfuerzo, pero muchos otros ya no.

También deberíamos cuestionarnos si ver en persona a un escritor tiene el mismo atractivo hoy que hace veinte años. Me refiero específicamente a los escritores nacionales; sé que hay famosos de otros contextos que todavía mueven masas y pasiones con su presencia corpórea, pero aquí sospecho que la situación es muy distinta. Hace muchos años, no me atrevo a decir cuántos, uno no conocía en persona a ningún escritor de ningún tipo, ni nacional, mucho menos internacional. Uno tenía la impresión de que los escritores nacionales eran pocos, de que eran seres privilegiados y raros, y que publicar un libro era un sueño distante. Conocer en persona a un escritor era novedoso y hasta emocionante, aún si fuera un escritor poco o nada célebre. Hoy, nos encontramos escritores (o gente que osa llamarse así) en cada pueblo, en cada chino, en cada parada de bus, en la casa de a la par, en la oficina, en la sopa y hasta en las pesadillas (no digo que en cada bar porque los escritores siempre han estado allí). Hoy, publicar un libro es como si nada. Entonces, ¿es realmente atractivo un evento donde el mayor gangón es tener al escritor en persona?

Este cambio en las costumbres de las actividades literarias va a exigir de ciertos escritores un cambio en su cultura y en su ego: tendrán que resignarse a hablarle a una cámara (o teléfono), en vez de un salón repleto de gente, precisamente porque cada vez cuesta más tener un salón repleto de gente. Pero esto también exige una adaptación en la logística de quienes organicen las actividades: esa cámara deberá ser obligatoria y bien instalada. Lo digo porque mucha gente aún organiza actividades teniendo lo presencial como prioritario y la transmisión o grabación como algo por añadidura. Así es como hemos tenido actividades con sillas vacías y, tras de eso, sin transmisión por Internet. O hay transmisión por Internet, pero de muy mala calidad, con una imagen pobre, movida, desenfocada, con problemas de audio, porque tal vez la persona usó un teléfono sin siquiera trípode, con mucho ruido ambiente, y no se oye bien lo que dice el invitado, etc., etc.

Las actividades literarias deberán tener la transmisión, la calidad de la grabación y el fácil acceso al contenido como cosas prioritarias. La parte presencial es lo que tendrá que ser por añadidura, para los románticos que aún vamos (cuando podemos) a la actividad, pero el éxito de esta no podrá seguir dependiendo de ni medirse por la cantidad de sillas llenas. Quizá, en vez de buscar la mejor combinación de lugar, fecha y hora para que llegue la gente, deberíamos acostumbrarnos a priorizar las mejores condiciones para transmitir y grabar, y luego promocionar el contenido. Suena algo obvio en esta época de youtubers, pero creo que para muchos actores del sector literario todavía no lo es.

Eso sí, las ferias presenciales de exposición y venta siguen siendo necesarias y lo serán siempre, mientras exista el libro impreso. Ya tuvimos aquí algunas experiencias con ferias virtuales y simplemente no funcionan, porque no tenemos el desarrollo tecnológico y logístico para convertir la compra virtual en entrega material. Aceptémoslo: no somos Amazon. Además, persiste el romanticismo de muchos que preferimos ir y husmear, tocar, oler y hojear en los puntos de venta.

En ese sentido, nos va mucho mejor en la convocatoria de público para las ferias presenciales y es más fácil señalar los errores de los casos fallidos (algunos de ellos son verdaderos clásicos): cobrar por la entrada es un error; sí, ya sé que en la FIL Guadalajara cobran, pero no somos la FIL Guadalajara. Hacer la feria solo con mis amigotes porque solo ellos me dan pelota o solo a ellos conozco es un error. Hacer curaduría de libros para que solo sean de ciertos temas (por lo general, temas aburridos) es un error, porque espanta a varios participantes que podrían convocar público. Por otro lado, hacer una feria o festival sobre un tema específico, pero sin invitar a los nombres más relevantes de ese tema, es un doble error. Hacer una feria con toldos en el mes más lluvioso del año es un error. Hacer una feria con los stands metidos en el rincón menos transitado de un centro comercial es un error y más si se hace el mismo fin de semana en que habrá una actividad masiva en el espacio más transitado del mismo centro comercial. Finalmente, hacer una feria con elevados costos para los expositores es un error a mediano y largo plazo, incluso si la feria es un éxito, porque va a causar que el evento pierda variedad y atractivo, mientras los participantes excluidos buscan y generan otras opciones.

Mi casa es su casa

Las ferias llevadas a cabo fuera de la Gran Área Metropolitana y, para ser más específico, aquellas que requieran largos desplazamientos y fuertes gastos en viáticos y hospedaje, tienen que superar un enorme escollo: ¿cómo hacer que sean rentables para los pequeños emprendimientos?

Una de las mejores claves para ayudar al sector librero es entender que los márgenes de ganancia de sus actores son muy estrechos. Gastos y tarifas que podrían parecer pequeños e incluso risibles para unas personas pueden ser la diferencia entre ganar, perder o apenas quedar tablas para muchos expositores. Por lo tanto, son un factor determinante para que un expositor decida si participa en una feria. Entender esto no solo es un ejercicio de empatía y solidaridad, también es tener en la mano la llave para resolver varios de los problemas de nuestro sector.

Muchos expositores no van a las ferias de zonas alejadas porque simplemente no pueden cubrir los costos que ello implica. Aún para las editoriales estatales, que suelen tener más recursos que las independientes, ha ido poniéndose más difícil, debido a los recortes de presupuesto y las nuevas trabas administrativas. Digo nuevas porque, a las que ya existían, se han sumado normas dizque más modernas que parecen consistir en que ya nada se puede hacer y todo es prohibido.

Algo que he notado en muchas de esas ferias es que hacen un esfuerzo a menudo grande para cubrir la alimentación de los participantes. Sospecho que está ligado a la cultura hospitalaria de pueblos tradicionales (a muchos organizadores de la GAM más bien se les olvida que uno tiene que comer). Créanme: nadie agradece tanto que lo inviten a comer como yo; pero, objetivamente, ese esfuerzo económico y logístico de la comida podría aprovecharse en algún otro rubro que ayude a mejorar la participación de los expositores al reducir sus gastos. Menciono dos rubros que me parece fundamental atender: el transporte y el hospedaje.

Recurrir a los hoteles y crear alianzas con el turismo local es un recurso que no se ha explorado lo suficiente, pero tiene un potencial enorme. Conocí una buena experiencia en un festival de Monteverde donde los hoteles ayudaron a hospedar escritores. Ferias más grandes, con mayor cantidad y calidad de participantes, serán más atractivas para el público y los turistas, crearán cultura literaria en la zona y activarán la economía. En cambio, si las ferias se reducen a unas pocas mesas para el organizador y sus cuatro amigos, no van a tener trascendencia. El sector librero debería acercarse más al Instituto Costarricense de Turismo, porque no solo de Ministerio de Cultura vive el libro. Coordinarse para brindar hospedaje en las casas de habitación también es un recurso que funciona; así pude ir a un festival de escritores en Pérez Zeledón y hasta hemos traído autores del extranjero.

En cuanto al transporte, les dejo una idea que nunca he visto aplicada en el país: contratar un solo servicio que lleve los libros y materiales de los stands de todos los participantes o al menos una buena cantidad de ellos desde San José hasta donde se vaya a efectuar la feria. Así, será más fácil para los expositores trasladarse luego en autobús o vehículo liviano, sin tener que llevar a cuestas cajas y maletas. También será más fácil armar colectivos para llevar a los escritores invitados. Se pueden tocar las puertas de instituciones como las universidades públicas o el propio Ministerio de Cultura, que cuentan con microbuses y camiones.

En fin, si estas ferias periféricas crecen, podrán convocar más público, patrocinios y recursos.

Un sector atomizado

Como autor de literatura fantástica, sé lo fragmentado que está el sector y de ahí mi eterno chiste del maecito que nunca falta en una feria diciendo que es el primer tico que escribe literatura fantástica. Pero es que mi chiste es eterno porque no es un chiste; es real y sigue pasando, aun cuando llevamos una eclosión de casi veinte años de este tipo de narrativa en Costa Rica.

Esta es una de las grandes tareas pendientes: la unidad del sector, que nos conozcamos unos a otros, que se coordinen actividades y esfuerzos, que los de un lado sepan lo que están haciendo los del otro, que se inviten mutuamente, que no nos dividamos en grupúsculos. Mientras sigamos trabajando solo con Fulano porque es el que conozco, el que me cae bien, el que va a la misma iglesia o me da una tarima y un micrófono para que yo me luzca, aunque se jodan los otros, no vamos a pasar de este ser.

Cuanto más unido esté el sector y mejor conozcan sus miembros las necesidades de los otros, mejores resultados tendremos. Es una cuestión numérica muy simple: cada editorial o persona que se sume a una feria va a ayudar a hacerle promoción, pero la feria debe ser atractiva para que la gente se sume. Desde luego, todo lo anterior debe estar en concierto y balance con las necesidades de los auténticos beneficiarios: los lectores. No lo olvidemos y no nos confundamos: todo esto se trata de los lectores. Cómo encontrarse con ellos, cómo hacerles llegar nuestros libros, cómo crear cultura con ellos. No vendemos camotes ni sopas; vendemos libros. Sí, es un negocio; sí, debe ser rentable y sostenible, pero lo sostenemos para seguir llegando a los lectores. Las ferias deben ser rentables para nosotros y atractivas para ellos. Más que atractivas; deben ser espacios que ellos aguarden con ilusión cada año.

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