Hay episodios que hablan del espíritu de una época, identifican a una comunidad, un gobierno, un presidente. Son expresiones tan claras y crudas que no hay forma de negar su capacidad para descubrir verdades. Recientemente el país fue testigo de una conferencia de prensa, como quien dice un teatro o un bar, donde se gritaron identidades y proyecciones políticas. Un episodio para reflexionar sobre nuestra época.

Más allá de lo obvio, de la ofensa a la inteligencia pública; de la red infantil de falsedades; de la alabanza forzada; de la burla a la ciudadanía; de la ambigüedad intencionada; del desespero por callar y distraer; se notó un lenguaje con agenda clara. Palabras coherentes al discurso que se ha tenido desde campaña. Una carta de presentación de nuestro Poder Ejecutivo.

En particular, quiero apuntar la traducción de la realidad nacional en términos de un vocabulario bélico y criminal. Esto implica cuestionar como la presidencia entiende su labor pública y preguntarnos si las analogías que expone son las misma que utiliza para él mismo entender su rol político.

Simplificar los desacuerdos a un campo de batalla, donde la victimización sirve de abono para sospechar de las causas judiciales, es francamente inquietante. El discurso oficialista avisa imposición, desde su vocero principal hasta la forma como una horda de encapuchados amedranta el debate público. Hay una esencia violenta que acompaña el tono del gobierno.

Para quien dice periodistas como dice sicarios entiende que quien dice ‘trol’ puede decir paramilitar. No es nuevo que se convoque a terceros ajenos al Estado para atacar personas e ideas. Ha sucedido mucho en la región y ha derivado en desaparecidos, acallados, y terrorismo. El sueño de quienes son represivos por vocación, violentos por deber; los comprometidos y atemorizados.

La peligrosidad de la conducta y el vocabulario utilizado es que está acostumbrando a un quehacer político a la fuerza, confrontación como metodología para la toma de decisiones.  Se articula una forma de presentar lo político desde la necesidad de radicalizarse, hasta las ultimas consecuencias, hasta romper los principios democráticos de respeto y legalidad.

Señalar desacuerdos con líneas editoriales y aparentes simpatías de los medios de comunicación con sectores particulares es una observación valida que debe motivar discusiones dispuestas a madurar el sistema democrático del país. Sin embargo, la explosión de ira e impotencia solo denota una lucha de elites, el pueblo instrumentalizado y confundido, atestiguando la política del espectáculo.

Y la reacción legislativa habla de ese hartazgo. Es reiterativo el reclamo sobre las formas como se relacionan los poderes, sobre los insultos y la falta de agenda que satisfaga la capacidad propositiva de los legisladores. Existe un partido oficialista que se esta desgastando muy temprano. Sus legisladores aparentan cansancio de defender a un puñado de dirigentes que les obligan a tomar un discurso sin espacio para la reflexión propia. Y en la camisa de fuerza en que se encuentran solo les queda ser cómplices o buscar independencia moral y partidaria.

Hay otras formas de enjuiciar la ética de quienes pagan estructuras paraestatales sin que se recurra a un imaginario tan radical. Si, puede ser explicativo, pero acostumbra a pensar al país en términos que complacen la escalada de violencia. Polarizar va servir para desvirtuar la discusión de fondo, la cual no solo debe limitarse al actuar del partido de gobierno, sino que debe criticar la modalidad de hacer campaña, de generar comunidad política.

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