Hace poco, el presidente de la República, Rodrigo Chaves, utilizó una frase muy a propósito para el tema del presente escrito. Al referirse a sus exabruptos con la Asamblea Legislativa, Chaves dijo:

Eso es como cuando una pareja –en este caso oposición y gobierno– tienen diferencias que son naturales, pero tienen un hijo en común, que es el pueblo de Costa Rica”.

Pues, bien, cuando una de las personas que conforman una pareja (sea hombre o mujer, no importa, mejor no digamos) desea someter a la otra, hay una señal que para mí es inequívoca de sus intenciones opresivas: controla y restringe la comunicación. Le revisa el teléfono, le cuestiona lo que pone en las redes sociales, le hace mala cara si lee tal cosa, si oye tal música, si habla con Fulano o Mengana, e incluso si es Fulano o Mengana quien le habla. Por otro lado, no le permite opinar, ni preguntar por los asuntos de la casa, mucho menos por los del negocio, ni pedir explicaciones mínimas. ¿Críticas? ¡Olvídese! Ni, aunque sean constructivas, formuladas con cariño. En otros niveles (y aquí sí voy a decir el género), el hombre le impide a la mujer estudiar, trabajar y salir; ya sea por medios indirectos, como dejarla sin dinero, desmotivarla, minar su autoestima; o por el muy directo ejercicio de la coacción.

Salgámonos del ámbito de pareja y vayamos a otros espacios más variados, pero donde se aplican las mismas prácticas. Por ejemplo, el líder del grupo radical que no deja a sus acólitos enterarse de las noticias, los aísla, los desconecta del mundo, de sus familias, de sus amigos y de cualquier persona o cosa que pueda alertarlos sobre el peligro que corren. En el nivel más alto, los gobiernos autoritarios que restringen la información, controlan a la prensa, censuran las opiniones, aplastan a la oposición y… en fin, un poco de lo que vemos en las noticias con cierta frecuencia.

Lo que tienen en común los ejemplos anteriores es alguna instancia de autoridad que teme a la información y la crítica, porque, allí donde estas puedan generarse, hay disensión, libertad y separación de poderes; hay verificación de hechos y rendición de cuentas; hay un protagonismo repartido entre diversos actores. Es decir, todo lo que odian los tiranos.

Sin embargo, voy a distinguir aquí dos clases de autoridad igualmente nocivas.

Por un lado, está la autoridad de puertas cerradas, timorata, miedosa e inepta, pero con cierta consciencia de su ineptitud, por lo cual se esconde y no da cuentas, ni soporta que le pregunten porque no quiere que se enteren de que no sabe qué hacer, ni delega los asuntos porque teme (y odia) el éxito de los demás. Se mueve con sigilo, como tratando de que nadie se acuerde de que está allí, y detesta que los demás hagan ruido y delaten su presencia, porque llegarán las preguntas y las críticas. Este tipo de autoridad es profundamente irresponsable y catastrófica, porque prefiere tapar los asuntos y dejarlos alcanzar una masa crítica antes que resolverlos.

Por otro lado, está la autoridad populista y agresiva que se precia de ser franca, abierta, sin miedo a dar la cara, que adora estar en el foco de la atención, que hace alarde constante de sus logros y ataca sin pudor a quienes considera sus enemigos. Este tipo de autoridad es experta en el dominio escénico y sabe montar una farsa donde se muestra razonable y accesible, donde pretende criticar y recibir las críticas de tú a tú y hasta invita a que le critiquen, pero solo se trata de eso: una farsa. En la realidad, se parece más a un francotirador que dispara desde una tronera. Su comunicación es violenta y va en una sola dirección.

Ambos tipos de autoridad culparán siempre a otros por el desastre y van a odiar a quien sea que los cuestione. No distinguirán nunca entre los diferentes tipos de crítica; en su percepción de las cosas, toda crítica es malintencionada e improcedente. Y por eso, odiarán que las personas tengan la libertad de comunicarse.

Sí, estoy de acuerdo con Rodrigo Chaves (¡qué raro me sentí al escribir eso!) en que dirigir al país es como una relación de pareja. Lo que no creo es que tengamos las mismas razones para afirmarlo.

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