Hace un par de semanas comencé a leer un libro sobre la naturaleza humana, en el cual se planteaba y defendía una idea que ha sido rechazado de manera casi categórica, tanto a nivel científico como filosófico: el ser humano es moralmente bueno por naturaleza o al menos la mayoría de las personas lo son.

Modernamente parece contraintuitivo aceptar esta proposición. Por la forma en que tratamos al planeta y la forma en que nos tratamos unos a otros, el mundo parece que puede acabarse en cuestión de meses. Guerras injustificadas inician, gente inocente muere todo el tiempo por mero capricho de otros y el egocentrismo (vestido de individualismo) en nuestra generación se atesora con mayor fuerza.

Por otro lado, la dicotomía entre la maldad y la bondad del humano no es un tema para nada nuevo.  Es una discusión que casi toda corriente filosófica plantea de alguna manera. Por supuesto, esto no se limita a meras discusiones teóricas entre el bien y el mal, modernamente la neurociencia y la psicología se han interesado sobremanera para demostrar el entredicho moral de nuestro ser.

De estos estudios, se ha determinado que, en efecto, tenemos algo así como una “intuición moral” sobre ciertos aspectos. Por ejemplo, parece que la empatía es una actitud humanamente universal. La mayoría de las personas pueden ponerse en la posición de otros y entender sus sentimientos y emociones ante ciertos contextos. Igualmente, parece haberse demostrado que estamos diseñados genéticamente para tener una suerte de tribalismo grupal. Las nacionalidades, “razas” y hasta los equipos deportivos son manifestaciones sociales de esta presunta predisposición. En el momento en que nos alineamos a un grupo, tendemos a rechazar y crear adversidad ante lo ajeno y diferente.

A pesar de todo esto, me pregunto si realmente importara contestar la pregunta de nuestra moralidad intrínseca. Es decir, si científicamente se demostrara, sin margen de duda, que tenemos una naturaleza inclinada a la bondad y a la cooperación, ¿realmente la gente empezaría a comportarse de manera diferente? O, por el contrario, ¿las personas comenzarían a ser “malas” con los demás? ¿Cambiaría en algo la dinámica social? ¿Será entonces que el factor clave y último para comportarnos bien o mal es el descubrir cuál es la proposición fundamental moral de nuestra especie? Es probable, pero realmente lo dudo.

Como especie somos expertos en negar los hechos naturales y biológicos, tanto del mundo exterior como de nuestra condición humana. Incisivamente negamos y rebatimos lo que la ciencia comprueba como cierta y beneficiosa para la especie. Ejemplos claros son el movimiento antivacunas, las teorías de la tierra plana y la reputación casi satánica de los alimentos transgénicos.

El propio Jesús podría bajar del cielo ante nuestros perplejos ojos y aun así refutaríamos su existencia. Parece que comprender las cuestiones y fundamentos últimos de nuestro mundo es algo en que se ocupan los desdichados. La comodidad de la caverna es placentera y conveniente, la búsqueda del precepto moral originario no es más que una ilusión o bien, un camino demasiado difícil de recorrer.

Por lo que, si mitificamos constantemente nuestra historia, ¿por qué no hacerlo también con nuestra propia naturaleza? Como especie, podríamos determinar a nivel científico que realmente somos buenos por nacimiento, pero de todas maneras actuaríamos de manera contraria. Después de todo, aun sabiendo que podemos ser buenos, nuestro medio es demasiado cruel para permitir tal barbaridad. El que es desmedidamente bueno termina muerto, pobre o es visto como un idiota por su bondad excesiva. “Si este mundo es de los vivos” dicen por ahí…

Si bien esto es una polaridad y la mayoría de las personas entiende que la vida cotidiana no es blanca ni negra (no somos completamente malos ni buenos). La verdad hoy día es que estamos inmersos en un mundo donde se prioriza y se exhibe “la maldad” de la especie. Las noticias enfatizan las guerras, asesinatos y robos, las redes sociales son octágonos irreverentes de luchas ideológicas y el sistema económico nos empuja a creer que no existe lugar para todos y debemos ser cada vez más individualistas, competitivos y agresivos.

Si nos rodeamos de un medio en que “ser malo” es técnicamente beneficioso, difícilmente nos comportemos de una manera diferente, incluso sabiendo que naturalmente podemos hacerlo.  Esto es el inconveniente socialmente técnico de ser moralmente bueno.

¿Será entonces que los esfuerzos científicos por demostrar nuestra verdadera “esencia” moral son entonces inútiles? Absolutamente no. Negar el conocimiento y la ciencia es lo mismo que negar la comprensión del mundo y lo que somos como especie. Negar la ciencia es simplemente aumentar el egocentrismo humano.

Aquí hay un concepto clave ya citado por Schopenhauer hace más de 150 años. Las predisposiciones biológicas son elementos condicionantes, pero no consecuentemente determinantes. Como seres humanos tenemos las capacidades cognitivas suficientes para limitar una conducta o impulso presentado como “natural” con respecto a los contextos axiológicos en un espacio y tiempo determinado. En pocas palabras tenemos la capacidad de hacer lo correcto o incorrecto, independientemente de cuál sea nuestra naturaleza primigenia.

Dicho en voz alta parece una conclusión casi innecesaria de mencionar. ¿Pero entonces por qué parece que repetimos la historia de maldad una y otra vez? Discursos de intolerancia se alzan en el poder en sociedades democráticas, déspotas caen y otros se levantan, nos continuamos matando los unos a los otros, somos intransigentes ante lo que es diferente, agresivos ante situaciones inofensivas y no tenemos la mínima capacidad de comunicación ante posiciones diametralmente opuestas.

Como mencionaba el libro, parece que hemos tomado un nocebo y nos hemos creído la historia de la maldad en nosotros. El mundo nos ha conquistado y el Edén se ha cerrado de manera permanente.

Pero eso no es más que otro mito arraigado de nuestro imaginario colectivo. Si tenemos la capacidad de ver a la humanidad como una historia profética y repetitiva condenada a la maldad, perfectamente podemos imaginar lo contrario.  Independientemente de lo que seamos moralmente, tenemos la capacidad imaginativa de creer y actuar con bondad. Si el mito no puede salir de nosotros, lo mejor es que saquemos lo mejor de él.

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