A veces me preguntan por qué La Mitad del Estante se concentra en promover el trabajo de escritoras. Entre las muchas razones que justifican la existencia de este espacio, encuentro que con frecuencia a los lectores se nos hace creer que existe una lista imprescindible de escritores a los que debemos conocer para ser una persona cultivada. Pero sin importar si estas listas pertenecen a los planes de estudio o las recomendaciones de blogs, rara vez incluyen escritoras.
Esta experiencia dificulta que como lectores logremos construir la genealogía de esas autoras que revolucionaron o expandieron la literatura y que hoy todavía sirven de influencia a escritores de todo el mundo. Para mí, Edith Wharton (Estados Unidos, 1862-1937) forma parte de ese grupo de autoras esenciales que trasciende el espíritu de su época; una época que retrató minuciosamente y a la también vio desparecer.
En 1921, esta estadounidense se convirtió en la primera mujer en obtener el prestigioso premio Pulitzer de ficción por La edad de la inocencia. Wharton fue también una viajera incansable y una miembro de la alta sociedad neoyorquina que dominó el mundo político y cultural durante la mayoría del siglo XIX.
Pese a que nunca renunció a los privilegios de su clase, Wharton fue considerada una especie de traidora pues utilizó su pluma incisiva para mostrar a todos la hipocresía y la banalidad de un mundo ajeno al 99% de la población.
En La Edad de la Inocencia, una de sus obras más célebres, Newland Archer inicia la historia como un joven ejemplar de su clase social. Archer ha procurado en May Welland a una esposa que acrecentará su estatus social y que reinará sobre el mundo al que pertenecen. Sin embargo, su conformismo se sacude con la llegada de la condesa Olenska, una mujer marginada por su divorcio y su rechazo a las estrictas convenciones.
La marginación y vulnerabilidad de las mujeres es un tema que interesa a la autora y al que retorna en varias de sus novelas.
En Ethan Frome, una mujer desesperada y sin opciones para llevar una vida digna toma una decisión drástica para acabar con su sufrimiento, con consecuencias trágicas que amargan aún más su existencia
La Casa de la Alegría es otra variación del mismo tema, pero en el que Wharton consigue que quien la lee experimente emociones que van de la tristeza a la indignación. En esta novela, Lilly Bart busca un matrimonio ventajoso para evitar la pobreza. En su lugar, recorremos con ella un declive social y una creciente soledad y aislamiento.
Una madre soltera que debe ocultar su condición para mantener su reputación, pero, sobre todo, para proteger el futuro y las oportunidades de su hija es el centro de La Solterona. En este texto, la autora muestra una relación movida por la compasión en la que, a pesar de resentimientos y celos, una mujer se esfuerza por proteger a otras de la precariedad.
Pero Wharton también es capaz de mirar con dureza a las mujeres de su clase. En Las costumbres nacionales, la autora nos introduce a una de las villanas más perfectas. Ondine Spragg lleva el hedonismo y la vanidad hasta las últimas consecuencias, infligiendo dolor y humillaciones a quien no le brinde gratificación inmediata a sus deseos o a quien simplemente le cause aburrimiento. Pocas veces he despreciado tanto a un personaje ficticio.
En manos de cualquier otra persona, estas tramas serían fácilmente un melodrama. No obstante, Wharton, quien además es generosa con las descripciones y los gestos sutiles, convierte las historias en ejercicios de delicadeza y en sátiras agudas.
Esta columna rechaza la noción de cánones. Preferimos la idea de leer aquello que nos interesa y nos reta. Sin embargo, esperamos que, si usted quiere conocer obras clásicas, le dé una oportunidad a Edith Wharton.
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