Meses atrás tuve la fortuna de admirar en el Thyssen de Madrid la exposición La máquina Magritte. Lo que está aconteciendo en Costa Rica en el balotaje me ha hecho recordar una de las polisémicas obras del pintor: desde una luminosa ventana cortinada se observa un verde pastizal, un desdibujado sendero, y varias copas de cuidados árboles ante un cielo deslavado; rápidamente se percibe que el vidrio está roto, y la mirada busca los pedazos en el suelo y los que siguen cayendo, para descubrir con sorpresa que en ese brevísimo tránsito las partes desprendidas ya no son simples trozos filosos de vidrio, sino trizas del mismo paisaje observado, que había sido pintado.
Ese juego de Magritte admite tantas lecturas como las miradas de cada cual. Para efectos de esta reflexión, quiero intentar formular algunas inquietantes sensaciones o preguntas que me ha provocado: ¿cómo se rompió el vidrio, en esa atmósfera aparentemente calma? ¿Por accidente o con violencia? ¿Cuándo? ¿Quién o qué lo trizó? ¿Cuál es la relación entre la materialidad del objeto (el paisaje) y su representación? ¿Se altera la materialidad y el ser del objeto al trizarse su representación, su signo? ¿Está en juego la presunta transparencia de la ventana ante lo real, frente a la representación explícita de esa realidad en una obra pictórica? ¿Lo real, puede percibirse sin mediaciones, o impera la imagen?
Permítanme seguidamente esbozar la racionalidad de algunos conocidos hitos del acontecer político nacional, que me permitirán plantear cómo esta evocadora obra de Magritte, metafóricamente, puede ayudarnos a reflexionar sobre la grave encrucijada en que se encuentra Costa Rica.
Paradójicamente, como se sabe, la actual disyuntiva que enfrentan los electores tiene como punto de partida la renuncia de Chaves al Banco Mundial, y su nombramiento como ministro de Hacienda, selección cuyo endeble raciocinio y detalles aún no han trascendido de manera clara y unívoca a la opinión pública. El nombramiento aconteció pese a que, en tanto funcionario, Chaves había sido acusado por acoso sexual y sancionado por el Departamento de ética y de conducta laboral del Banco Mundial, que determinó que su comportamiento ante las demandantes y otros reclamantes “era parte de un patrón de comportamiento inapropiado e indeseado de naturaleza sexual, dirigido a personal femenino joven de bajo rango con límites en sus nombramientos y en su experiencia”, desarrollado desde 2008 a 2013. Debido a ello fue sancionado con las medidas disciplinarias: descenso de su categoría funcionaria, inelegibilidad para ser promovido y para aumentos salariales durante tres años, y una censura por escrito mediante una enérgica carta del Vicepresidente de recursos humanos del Banco, destinada al expediente del funcionario.
El asunto no concluyó allí: alegatos posteriores de dos afectadas demandantes, llevaron a que el 7 de junio de 2021 se dictaran medidas de protección a ellas en caso de que Chaves visitase las instalaciones dentro del FMI y del Banco Mundial, por un período de tres años; en el texto que acompaña este fallo del Tribunal Administrativo del Banco Mundial se afirma que “La institución y su personal son beneficiarios de la perseverancia de las demandantes. Este caso ha dado visibilidad a deficiencias en el enfoque del Banco respecto de la responsabilidad en cuanto al acoso sexual y la protección del personal” (La documentación respectiva pública sobre el caso puede consultarse en el sitio web del Banco Mundial).
Tras un fugaz paso por el Ministerio de Hacienda, que condujo a diferencias y conflictos con el presidente Alvarado, que Chaves manejó públicamente en forma desleal y desafiante, debió dejar el Ministerio, para perfilarse algún tiempo después como candidato a la Presidencia de la República, y la sanción del Banco Mundial siguió oculta durante largos meses, hasta que trascendió a la prensa internacional y nacional. Se trata de una pieza abrasadora de su currículum, archivada en su expediente del Banco (pieza sacrosanta para la gestión de personal en los organismos internacionales) y de la cual objetivamente no podrá nunca desembarazarse, pero que recurrentemente pretende archivar y desterrar al conveniente reino de la posverdad, en el cual la verdad no solo se falsifica o se refuta, sino que tiene una importancia secundaria: de allí que hasta pueda afirmar sin ambages “Yo gané el caso, lo he ganado tres veces” (como dijo en entrevista con Glenda Umaña).
Para desentrañar la osadía de su trayectoria hacia la candidatura presidencial, resulta muy interesante su propia narrativa acerca de cómo esta llegó a concretarse. Ha reconocido como su “mentora” a Pilar Cisneros, quien tendría la enorme virtud de “decirle las cosas como son”, “no me pasa la brocha, me regaña”, “me da muy buen consejo”, y califica que ambos constituyen una yunta muy parejita, en términos de comunicación y de valores. La habría conocido presuntamente “por accidente”, por alguien -impreciso- que le recomendó hablar con ella, a quien califica como una persona valiente y clara, que sabe lo que quiere para el país y que, partir de su “gran conocimiento” lo “puso al día”, brindándole “el historial” de los cuarenta años en que ella fue EL personaje de Telenoticias. De tal manera que cuando decidió “dar la lucha por Costa Rica”, la llamó, pero le tuvo “que rogar” tres veces, ya que le habría contestado “se volvió loco” y “Rodrigo, si usted sabe contar, no cuente conmigo” (todas frases de la entrevista con Glenda Umaña).
Si bien quién buscó a quién puede ser algo disputable para los analistas, lo que interesa de esta entusiasta narrativa es percibir meridianamente que, tras 30 años de no residir en Costa Rica y en que tampoco se ocupó profesionalmente del país, Chaves recibe una actualización, una visión de Costa Rica, precisamente de la mano de Pilar Cisneros, periodista que durante décadas, de manera emblemática e icónica, había oficiado en el altar de la anti política que laboriosamente contribuyó a esculpir desde los medios de comunicación: desde tiempos remotos, lo suyo ha sido refocilarse contra la política, denostada como sinónimo de lo sucio y lo corrupto, y que no hace sino fomentar interesadamente el deterioro de la política.
En el mundo, y nuestro país no escapa a aquello, los lazos de lealtad entre los partidos mayoritarios tradicionales y sus bases populares se fueron debilitado —también a la luz de profundas transformaciones sociales— originando lo que Eatwell y Goodwin denominan “desalineamiento”, que hace a los sistemas políticos democráticos mucho más inestables, fragmentarios e imprevisibles. La capacidad de tomar la palabra en el mundo digital derrumba el ejercicio monopólico de la palabra delegada y difumina la categorización de las personas a quienes se decía representar, con lo cual “los individuos se representan a sí mismos o reclaman no ser reducidos a la categoría que les representa” (Innerarity).
En Costa Rica, la creciente desigualdad, el anquilosamiento de los partidos políticos tradicionales y su penetración por el poder del narcotráfico y por tendencias religiosas fundamentalistas, algunos lacerantes privilegios del empleo público que no se condicen con la productividad y la capacidad fiscal del país, el descontento ante la relación incestuosa entre política y dinero, el desborde del clientelismo, las expectativas frustradas de reformas profundas de la educación, el socavamiento de los lazos sociales por las densas y sangrientas redes del narco poder y de la narcoeconomía, el alto desempleo juvenil, son todos factores que han densificado una atmósfera de descontento, agravada por el shock económico y social acarreado por la pandemia. Estas circunstancias crean un terreno fértil para los cantos de sirena populistas, que ofrecen respuestas fáciles y antojadizas a problemas complejos, y de este abono ha medrado el corrosivo discurso populista y “antipolítico” desarrollado conjuntamente por Chaves y Cisneros, que se nutre de la ira de votantes que experimentan un desafecto por el sistema político.
Carente de una estructura partidaria —y contando ahora solo con nueve diputados tras la elección parlamentaria—, el advenedizo candidato ha hecho ostensivo que pretende introducir transformaciones disruptivas y abruptas, mediante la descomposición de instituciones democráticas y la sustitución por “nuevas reglas” generadas desde el Ejecutivo (el Soberano, como gusta denominarlo, quizá por una de sus connotaciones: la monárquica). En el caso de los referéndums y plebiscitos, según lo manifiesta el propio candidato, se trata de la capacidad del soberano de influenciar las políticas públicas; la Asamblea Legislativa y la Sala Cuarta han sido precisadas como instituciones cuyas disposiciones podrían objetarse recurriendo a ellos (como dijo en Noche sin tregua). Así, en sus palabras, si la Asamblea Legislativa “no se alinea” y “no legisla las cosas que el país necesita, vamos a poner la gente a legislar a través de referéndums”, a “darle una opción a la ciudadanía para hacer lo correcto en caso de que la Asamblea Legislativa no quiera, yo quiero que la Asamblea legislativa quiera, pero tiene que haber una alternativa si la gente no quiere negociar para el bien del país” (entrevista con Glenda Umaña). Cisneros, por su parte, la emprendió contra el Tribunal Supremo de elecciones en cuanto garante de los resultados electorales, y fue secundada por Chaves, y sus confusas excusas posteriores no lograron remendar el confeso trumpismo de su exabrupto. Se trata, por tanto, de ambiciones que buscan socavar la división de poderes y el Estado de derecho inherentes a un orden democrático, con una fuerte y evidente carga autocrática.
En cuanto a la libertad de expresión, el candidato la emprendió contra empresas periodísticas de peso en el país, que reduce a empresas corruptas, y amenaza a sus dueños: “somos un tsunami y, sí, vamos a causar destrucción, vamos a causar la destrucción de las estructuras corruptas de La Nación y de Canal 7…” (como dijo en un acto de campaña). Además, es ostensible el desprecio con que trata a los periodistas, especialmente si son mujeres.
Fiel al más puro libreto populista, para aprovechar el desafecto por el sistema político se impugna la credibilidad de los opositores, para validar un modo de pensar de “nosotros-versus-ellos”, mediante narraciones maniqueas que tienen una capacidad apelativa y persuasiva por su reduccionismo. Para hablar de su partido dice “que no somos un club de amigos ni parientes”. E incluso utiliza un lenguaje para aludir al contrincante, que alude directamente a lo soez: “Hagamos una campaña de altura… ¿y a qué se han dedicado? a repartir barro, para no decir una palabra más pior…, algo que se parece al barro… y ahí me callo”; “el cambio no puede ser darle las llaves del carro a los sinvergüenzas que nos trajeron aquí”. Además, con el lema “nos comemos la bronca”, se apela al pleito y la riña entre las personas, a la polarización social como mecanismos para enfrentar los problemas que enfrenta el país, y a la constitución de un populacho embravecido.
Con una elección en que pudieron inscribirse 25 partidos políticos, con el desfondamiento del partido político que ganó las dos últimas elecciones desde un crecimiento de sus candidatos a partir del margen, con liderazgos políticos electorales que no han logrado plasmar plataformas políticas sólidas ni mostrar un rumbo claro hacia el cual debe enfilarse al país para encarar los viejos y nuevos desafíos, con un creciente número de ciudadanos indiferente a la participación, o expuestos a una enorme volatilidad en sus preferencias de voto, el sistema político del país ha dado desde hace muchos años y en el presente evidencias muy claras de un agotamiento, y de la necesidad de una renovación profunda.
Recordando la pintura de Magritte, podemos ver al sistema político costarricense como esa ventana desde la cual se contempla y se imagina el país, o bien cuando el vidrio ya no es vidrio sino una pintura, como la acción sobre esa representación visual. Desde hace años, la dualidad vidrio/pintura había experimentado una grave fragilización y ahora esta trizada por la pedradas populistas, que atacan el Estado de derecho, que buscan socavar el ejercicio de los derechos políticos, de libertad, civiles y sociales, y que ningunean la dignidad de las mujeres hasta en su íntimo derecho sobre sus cuerpos y su sexualidad.
Por tanto, don José María Figueres tiene sobre sus hombros la dura empresa y la responsabilidad de remontar los cuestionamientos de varios sectores, y de reunir una mayoría que derrote a Rodrigo Chaves. Evidentemente, los votos que pueda lograr reunir en esa ardua empresa no expresarán necesariamente votos a su favor: ello implica que él deba hacerse eco de las numerosas aspiraciones ciudadanas que, entre una amplia gama aspectos, quieren que el Estado de derecho se fortalezca, que las mujeres ejerzan plenamente sus derechos, y sean seres libres. Los ciudadanos costarricenses anhelan una mejor calidad de la democracia en un mundo globalizado, oportunidades con las cuales hilar sus anhelos y sus aspiraciones de vida, una matriz inclusiva del sistema político para sus aspiraciones.
Don José María Figueres no podrá revitalizar la esperanza en el presente ni proveer al sistema político de una perspectiva de futuro con políticas “que sean más de lo mismo”. Volviendo al cuadro de Magritte, ello equivaldría a arrodillarse para recoger las trizas del suelo y pretender reconstruir con ellas el sistema político en crisis, pegando las partes desprendidas del cristal roto o de la pintura del paisaje, pensado como la acción de ese sistema político sobre la realidad. Tal vidrio o pintura fracturada no soportaría siquiera el fragor del viento y, menos aún, las violentas tormentas que experimenta el mundo contemporáneo.
El Estado costarricense debe remozar y renovar su capacidad para crear proyectos políticos fiables, que fortalezcan el tejido de la convivencia social y restituyan a las personas una promesa de futuro en un mundo plagado por incertidumbres de diversa naturaleza. Por lo demás, más de lo mismo es inviable por la inserción de las naciones en un mundo plagado por riesgos globales. De ellos, me permito enunciar someramente tres: un cambio climático que evidencia la interdependencia entre el clima, los ecosistemas y la biodiversidad, y que implica acciones inmediatas y pertinentes para un desarrollo que sea resiliente en esos términos; el ingreso del planeta en una nueva era epidemiológica, signada por la virtualidad global de pandemias, que hace indispensable enfatizar aspectos íntimamente relacionados con la explotación no sostenible del medio ambiente, reformar de raíz la gobernanza global de la salud y que hace imperativo establecer vínculos diferentes, novedosos, convergentes y complementarios entre ámbitos de políticas que tradicionalmente han sido tratados como disociados, dispares o contrapuestos: dentro de esta interconexión sistémica de políticas, la salud pública debe adquirir una centralidad estratégica en la agenda pública nacional y supranacional, y se debe otorgar otro calibre y relevancia a una nueva vigilancia epidemiológica. Y last but not least, el inicio de una Guerra fría de nuevo cuño, a partir de la invasión de Ucrania perpetrada por Putin. Evidentemente, no hay tiempo que perder.
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