El “Ikigai” es un concepto sobre filosofía de vida que forma parte inherente de la cultura japonesa.
Es una palabra que se compone de dos vocablos: iki que se refiere a “vida” y kai que significa “la realización de lo que uno espera y desea”.
De acuerdo con esa cultura milenaria, todas las personas tenemos un Ikigai, una razón de vivir o de ser, una razón para levantarnos por la mañana. Es decir, es el sentido de nuestra existencia en nuestro día a día.
Si bien es cierto tiene que ver con el descubrimiento de la vocación más intrínseca que llevamos dentro, también lo es el hecho de que invita a superar el propio individualismo para pensarse desde una perspectiva de “ciudadanía global”, de una persona que de una u otra forma, en la búsqueda de su autodesarrollo, descubre como puede aportar a la sociedad.
A través del Ikigai podemos encontrar “un propósito determinado” en la vida mediante la respuesta a cuatro preguntas esenciales:
- ¿Qué amas hacer?
- De eso que amas hacer, ¿en qué eres bueno?
- De eso en que eres bueno, ¿qué necesita el mundo y cómo puedo al mismo tiempo cobrar por ello?
- ¿Cómo puedo unir lo que amo hacer, en lo que tengo capacidad y en lo que recibo una retribución para mejorar el mundo?
Uno de los preceptos fundamentales de las teorías que sustentan lo que conocemos como desarrollo vocacional es, precisamente, que el mismo debe valorarse en la plenitud que va alcanzando la persona en las diferentes etapas de la vida y que no solo prepara para el mundo del trabajo sino principalmente para la búsqueda de un desarrollo integral pleno en todas las áreas posibles.
Si una persona encuentra aquello que le da vida y razón a su diario vivir va a encontrar la satisfacción plena de su rol en la vida ya que le permitirá hacer aquello que quiere y que puede hacer bien, lo cual está completamente asociado a su vocación personal.
Cuando escogemos una profesión u ocupación donde dedicarnos estamos expresando una parte importante de nuestra identidad, de ahí que esa decisión no debe ser algo que se pueda tomar a la ligera y mucho menos pensar que se decidirá después de los 17 años casi por arte de magia. Es aquí en donde entra en juego la importancia fundamental de apoyar este proceso desde la infancia.
En el concepto de Ikigai lo que más nos gusta hacer, aquello que nos resulta placentero y lúdico, lo generamos, en primera instancia, en nuestra infancia.
El desarrollo vocacional en la infancia marca una especie de “hoja de ruta” para aquello que decidiremos hacer en el futuro. Allí todas las personas tenemos que cumplir 14 tareas de desarrollo muy importantes entre los 4 y 14 años de edad que son parámetros que irán marcando el camino para cumplir con las subsecuentes tareas de las etapas posteriores durante la adolescencia y la vida adulta.
Es en los años de la infancia donde las personas experimentamos deseos de explorar y de aprender que apropiadamente estimulados les ayudarán a ir descubriendo poco a poco intereses, desarrollando habilidades y, como consecuencia, ir descubriendo la propia vocación.
La filosofía del ikigai posee una relación intrínseca con la concepción occidental de la vocación ya que convergen en que es “un viaje” de autoconocimiento para encontrar nuestro posicionamiento en el mundo a través de las cosas que podemos hacer dentro del mundo del trabajo pero que también debe marcar el camino para darle sentido a nuestra vida.
Nos ilustra, de una forma simple, lo que el desarrollo vocacional debe de representar para las personas y cuán importante es ponerle la atención debida desde la infancia ya que no se circunscribe únicamente a la elección de una ocupación sino al conjunto de valores con el que la acompañemos para lograr nuestras metas, influir positivamente en nuestra sociedad y ser más felices.
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