Son las 7 de la mañana de un domingo 6 de febrero, los veinte grados bajo cero de la fría Montreal abrigan mi mañana. Es un día nublado, como las dudas que me surgieron durante todo este proceso electoral. Por quién votar, una pregunta que nunca me fue tan difícil de contestar.
Desayuno, llevo tres semanas sin comer galletas, esa pasión que tenía por rellenar la ansiedad que produce el trajín de mi vida desde buena mañana. Así que piña, fresa, frambuesa y arándanos acompañan mi cereal. Falta la papaya y el olor a café chorreado, pero bueno es invierno, tampoco da para tanto.
Me preparo: un abrigo, los guantes, un gorro y las botas de nieve. Mi traje polar esconde la camisa de la sele y un pecho encogido en nostalgia cuando veo mi cédula, la misma que no veía desde la última vez que fui a Costa Rica, antes del comienzo de la pandemia. Más canas, más barba, más arrugas, el paso del tiempo es inexorable. Muchas cosas han ocurrido, pero aquí estoy listo para ir a votar.
Mi Waze me dice que son 216 km los que me separan de mi objetivo, dos horas con seis minutos del Consulado General de Costa Rica en Ottawa. Un litro de agua, dos barras de cereal y un sin número de recuerdos. Un paisaje blanco de gigantes praderas me espera (cómo si las montañas de verdes multicolores que rodean el valle central no me hicieran falta), letreros en francés acompañan mi viaje, que luego cambian en modo bilingüe cuando cruzo la frontera entre Quebec y Ontario. Pienso en las notas de Malpaís, o en alguna canción de allá. Sin embargo, la playlist de mi hijo le gana al instinto. Primero es Ed Sheeran, luego Coldplay y cuando aparece Maggie Rogers se me dibuja una sonrisa cuando pienso en su ¡dejá esa que me gusta mucho, papá!
Hablo con mi hermano, que se prepara para ir a casa de mis padres, los cuales, como todos los domingos, desayunan unas tostadas con mantequilla y miel. En ese momento, es ahí donde inevitablemente, me transporto a ese primer recuerdo del día de las elecciones: 1990, mi padre liberacionista y militante me prepara para ayudarlo a repartir almuerzos, ubicar a la gente en su respectiva mesa electoral y hacer bulla. Son las 6 de la mañana en la casa numero 2 del barrio de Colonia Kennedy en San Sebastián, lugar que hacía que algunos compañeros de universidad arrugaran la cara, pero el mismo donde construí mis sueños. El agua fría, por la termo ducha Lorrenzetti, no interrumpía mi orgullo. Enfundado con una camisa blanca, que me quedaba enorme, con el logo de campaña de Castillo, salgo de la mano de mi padre hacia el Colegio Ricardo Fernández Guardia.
Los kilómetros pasan y otro recuerdo se viene a mi mente: son las elecciones del 94 y ante la incansable pregunta de cómo era votar que le hacía a mi abuela paterna (que vivía con nosotros), ella decide pasarse por miope y requerir los servicios de su nieto que la acompaña hasta las urnas. Con un giño, mientras salimos del recinto, me dice que con un poco de suerte en mis primeras elecciones podremos ir a votar juntos.
Ese día llegó, en 2002 y para tristeza de mi padre mi primer voto no fue verde. Desde entonces, trato de informarme y no votar por un partido ni por un nombre, cosa que se convirtió en una tradición en nuestra familia. Con mi mejor amigo nos dedicamos a analizar entrevistas, planes de gobierno, debates y demás menesteres que nos permitan tomar una decisión. Nunca pensamos que este ejercicio cívico se volvería tan pesado con 25 candidatos en 2022. Mi conclusión y gran interrogante: ¿qué pasaría si cambiamos esas 25 soluciones por 2 o 3 grupos o alianzas de soluciones? Porque al final tenemos más en común de lo que pensamos y eso inevitablemente crea comunidad.
Con mi voseo josefino y arrastrando mis erres, saludo al embajador y con un ¡pura vida! que me sale del alma, entro al consulado, presento mi cédula y con la papeleta en mano, mi pulso me tiembla cuando dibujo una equis en la casilla de mi escogencia. Por unos minutos, entre el cuadro de algún expresidente histórico, los confites Gallito, el escudo labrado en madera, el acento familiar, me siento tico y aunque lejos, digo presente cuando la patria pide a sus hijos votar.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.