La crisis que atraviesa Nicaragua es tan compleja que fácilmente podríamos pensar que hay poco por hacer desde un país como el nuestro. Un país sin ejército, con enormes desafíos pendientes y poco interesado en la fracturada región centroamericana en que vivimos. Sin embargo, si hace un par de décadas Nicaragua vivió otra dictadura y Costa Rica fue clave para ponerle fin, ¿por qué hoy no estamos discutiendo qué hacer para apoyar la lucha contra la dictadura Ortega-Murillo?

En la Costa Rica de los años 70 se gestaron todo tipo de acciones de solidaridad y apoyo a la lucha contra la dictadura de la familia Somoza. Desde pequeñas recolectas comunitarias de víveres para los frentes guerrilleros, hasta servir como base de operaciones para la dirigencia revolucionaria, que en su mayoría vivió por años en San José.

Acá se hicieron marchas multitudinarias contra la dictadura, operaban estaciones de radio para enlazar con los frentes de la lucha armada, se improvisaron hospitales de campaña y se trasegaban insumos militares. Incluso llegó a funcionar un Comité Costarricense de Solidaridad con Nicaragua, del cual participaron distintas agrupaciones de izquierda, pero también organizaciones juveniles y católicas, y el propio Partido Liberación Nacional. Costa Rica “era la retaguardia natural de nuestra lucha”, resume Gioconda Belli en su libro El país bajo mi piel.

El escritor Sergio Ramírez, entonces dirigente revolucionario y hoy perseguido por la nueva dictadura Ortega-Murillo, narra en su libro Adiós muchachos, cómo convencieron a Pepe Figueres para les apoyara dándoles las armas usadas en la Guerra Civil del 48 que había conservado en su finca La Lucha. Sabiendo esto, no extraña que en 1986 Figueres fuera condecorado por el propio Ortega con la más alta distinción del gobierno nicaragüense.

Si bien la región centroamericana y el mundo han cambiado radicalmente, hoy sigue habiendo mucho por hacer desde Costa Rica. No creo que haya otro país más interesado en la estabilidad y el retorno a la democracia en Nicaragua que Costa Rica. Va mucho más allá de compartir una frontera, nos unen profundos lazos históricos, culturales, familiares y económicos. Lo que allá pase, acá nos afecta y viceversa. Somos países interdependientes.

Hoy Costa Rica puede volver a ser esa retaguardia contra la dictadura. Para ello no hace falta alcanzar un utópico acuerdo multisectorial, basta con que los diferentes sectores del país puedan realizar acciones encaminadas al objetivo común de apoyar el restablecimiento progresivo de la democracia en Nicaragua y la construcción de una robusta institucionalidad capaz de resistir futuras tentaciones autoritarias. A continuación, apunto algunas ideas a manera de boceto para la discusión.

Aunque al actual gobierno le quedan escasos meses en el poder, aún puede promover internacionalmente la visibilización de la crisis nicaragüense y la construcción de consensos diplomáticos para acorralar a los Ortega-Murillo. Especialmente luego de la farsa electoral del 7 de noviembre, cuando la pareja dictatorial se reelegirá sin competencia real, se requiere desplegar una ofensiva diplomática proactiva y no únicamente reactiva; es decir, un “plan de acción, bien coordinado, concreto y progresivo”, como señaló un reciente editorial de La Nación, a raíz de las certeras propuestas de la expresidenta Chinchilla en el Congreso estadounidense.

En el plano interno, se debe combatir activamente la xenofobia y garantizar condiciones de vida digna para la diáspora exiliada en Costa Rica. Con discreción y respeto de su autonomía, el gobierno también puede ofrecer algunas condiciones (logística, canalizar apoyo internacional, entre otros) para incentivar la articulación de la oposición política nicaragüense, aprovechando la circunstancia de que algunos de los liderazgos que lograron escapar de la persecución del régimen se han exiliado en Costa Rica.

Las élites del sector privado deben comprender que la estabilidad sociopolítica nicaragüense es clave para la sostenibilidad de sus negocios en el futuro. Deberían proteger los intereses del empresariado nacional que exporta e importa en Centroamérica, a través de Nicaragua. Hay que recordar que Centroamérica no solo es uno de nuestros principales mercados, sino que lo es especialmente para las empresas del régimen definitivo, es decir, la industria nacional que no está en zonas francas.

Es necesario que se entiendan las serias repercusiones económicas y sociales que implicaría la prolongación de la crisis nicaragüense. De manera reiterada, el Banco Central ha señalado en su programación macroeconómica que uno de los principales riesgos externos para la economía nacional es el “deterioro de la situación socio-política en Nicaragua”. Además, desde 2018, cuando estalló la crisis producto de la represión del régimen, hasta mediados de 2021, se registran 77.000 solicitudes de refugio y las proyecciones señalan que la migración nicaragüense hacia Costa Rica seguirá creciendo.

Entendiendo la trascendencia que tiene para Costa Rica el restablecimiento de la democracia y la estabilidad en Nicaragua, debemos exigirles a los partidos políticos propuestas concretas sobre cómo abordarán la situación, ya sea desde el gobierno o como oposición. Un riesgo es que algunas candidaturas utilicen el aumento de la migración nicaragüense para intentar capitalizar políticamente a partir de narrativas xenófobas. El escenario ideal sería contar con acuerdos mínimos entre los partidos y la campaña electoral ofrece oportunidades especiales para ello; o al menos, para acercar posiciones.

Lo anterior dependerá, en gran medida, del abordaje mediático de las venideras elecciones. Los medios de comunicación deben garantizar que la política exterior hacia Centroamérica, con particular énfasis en Nicaragua, sea tema de debate electoral. Los movimientos sociales también pueden impulsar la visibilización de la crisis nicaragüense a través de acciones colectivas permanentes (movilizaciones, pronunciamientos, foros, actividades culturales, entre otras) que promuevan la empatía y el respaldo de la sociedad costarricense.

Finalmente, la academia puede ser un catalizador de la articulación multisectorial requerida. Aparte de investigaciones académicas, foros de discusión, distinciones a personalidades de la oposición y promoción de la articulación universitaria centroamericana contra la dictadura, las universidades públicas de Costa Rica deben ir más allá. Un buen ejemplo al respecto es la Cátedra Centroamérica como plataforma para el encuentro, diálogo y análisis regional.

En esa misma dirección, las universidades podrían convocar una Mesa de Trabajo por Nicaragua. En un plazo corto y con una integración plural al tiempo que estratégica, esta instancia podría desarrollar un proceso abierto para la recepción de ideas y propuestas, discusión y análisis, y generación de un informe que reúna un conjunto coherente de propuestas que los diferentes sectores podrían llevar a cabo para apoyar la lucha contra la dictadura desde Costa Rica.

Sabemos que la neutralidad es un mito. Pero, hoy más que nunca, la inacción solo fortalece la dictadura de Ortega y Murillo. Como señala Sergio Ramírez, laureado escritor y, esperemos, próximo ciudadano de honor costarricense, la situación de Nicaragua es “un asunto de simple escogencia entre dictadura y democracia”. ¿De cuál lado estamos?

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