Por Carlos Agustín Arguedas Dávila - Estudiante de la carrera de Ingeniería Informática
Era el 31 de diciembre de 2019. La oficina de la OMS en China era notificada sobre un acontecimiento peculiar que comenzaba a presentarse en la ciudad de Wuhan. Tan solo 4 días después, el 3 de enero de 2020, se contabilizaban 44 casos de una nueva enfermedad nunca vista; o por lo menos jamás registrada como una amenaza para el ser humano. (Organización Mundial de la Salud, 2020, párr. 1). Diez meses en el futuro, el Centro Europeo para la Prevención y Control de las Enfermedades declara una cifra total de aproximadamente 37 millones de casos provenientes de todas partes del mundo, de los cuales alrededor de un millón han resultado en la muerte. (Centro Europeo para la Prevención y Control de las Enfermedades, 2020, párr. 1). En consecuencia, la humanidad ha tenido que adoptar medidas que algunos considerarían extremas, pero que son ultimadamente necesarias para la contención del nuevo virus, como, por ejemplo, altos niveles de adaptación, creatividad, resiliencia y tolerancia al cambio (Buheji y Buheji, 2020). Esto se conoce como el nuevo normal. Pero ¿qué tan normal es? ¿Y qué tanta posibilidad hay para desarrollar estas competencias?
Asonye (2020) aborda esta idea. Afirma que el término puede llegar a ser atractivo; creando un concepto de renovación en el que dejamos atrás todo lo que “el antes” implicaba. Sin embargo, el autor asegura que esto no nos da un tiempo adecuado para procesar y aceptar la verdadera naturaleza negativa, y, además, ignora el hecho de que este modelo no funciona para un segmento de la sociedad:
“El ‘nuevo normal’ describe una realidad a la que muchos no tienen acceso… [este] no solo inhibe nuestra habilidad de sanarnos a nosotros mismos, sino que también restringe nuestra habilidad para pensar expansivamente sobre transformar a la sociedad”. (párr. 6-7).
Por esto, si bien es necesario adoptar competencias para ser exitoso en este nuevo esquema, la adaptación solo sucederá si existe la accesibilidad a los recursos necesarios para ella. Asimismo, a pesar de que se deban acoger nuevas habilidades, esto no implica una estandarización permanente. En su lugar, se deben buscar maneras de recobrar lo que se tenía antes, sin olvidar que la pandemia ha puesto en evidencia deficiencias de nuestro sistema, las cuales deben ser corregidas.
Además de exponer problemas sociales y económicos, la crisis también ha puesto en evidencia quiénes somos. Por ejemplo, en India y Canadá se comenzó a realizar una actividad denominada caremongering, en la que grupos de voluntarios les brindan apoyo a las poblaciones vulnerables, con especial énfasis en la pandemia (BBC Mundo, 2020), mientras que en Costa Rica se dio una situación en la que estafadores desarrollaron una aplicación llamada “CovidLock”, la cual infectaba con malware a los dispositivos de los usuarios, pasándose por un sistema de advertencia de propagación (Solano, 2020). Al contrastar estas situaciones, es posible observar cómo la situación ha logrado sacar tanto lo positivo como lo negativo de las personas.
En conclusión, si bien la crisis implica adaptación, no se debe tomar la realidad actual como el estándar para el futuro, además de que es un esquema que no funciona para todos. Por lo contrario, es necesario mantener viva la idea de volver a un estado pre-pandemia, utilizando las lecciones aprendidas sobre la sociedad y nosotros mismos para crear un mejor mañana. La crisis potencia el desarrollo, y es nuestra responsabilidad utilizar esa herramienta para bien, y así crear un futuro mejor que nuestro pasado.
