Recibir una paliza gratuita por tres adolescentes, esa fue la escena introductoria para establecer la relación de Arthur Fleck con Gotham según Todd Phillips. A partir de allí, la reacción de masas había instaurado al Joker como una obra “políticamente importante” del cine de la última década, desde la representación casi mesiánica de un líder revolucionario, hasta la construcción ficcional del caos en una sociedad decadente.

La tesis de la película se puede sintetizar como la conversión de un personaje socialmente marginado y su transición de la violencia pasiva a la violencia activa, un enfrentamiento mental que la narrativa intenta manifestar desde la psique del personaje a través de su lenguaje, descripciones o metáforas visuales. Finalmente, la respuesta emocional que busca al espectador se resuelve en un acto político, pero el problema con la película es que precisamente el subtexto pretende ser político, demasiado político.

La confrontación al sistema por personajes resentidos que un despliegue de frustración personal, la acción social y política se ejercen con revueltas y caos, pero hacer política no solamente es encender antorchas. Ciertamente es una explicación reaccionaria e hiperbolizada al descontento social que el tercer acto desea resolver, pero las causas estructurales son obviadas y el resultado es parcialmente azaroso, no hay tratamiento en su desarrollo, es como si no existieran problemas causales más complejos de fondo olvidando que el resentimiento y las explosiones solamente son efectos subyacentes.

Existen multitud de enclaves entre cine y psicología más allá de paralelismos y grafía, ambos se han nutrido mutuamente desde la aparición del cine como arte y la psicología científica, a lo largo de sus historias se pueden observar diversas teorías psicológicas en las primeras obras de cine, asimismo el cine ha sido generador de comportamientos que la psicología ha adoptado como objetos de estudio de un arte incidental.

Este remanente acompaña el cine en todo su quehacer político, presenciar la destrucción, la fragilidad humana como catarsis emocional en un acto revolucionario, aunque la realidad también posee esos engranajes, algunos son muy ecléticos y simplista cuando ilustran la corrupción mental porque en esencia eso es, la mente es el individuo y sin individuo no hay sociedad.

El cine es un factor de influencia social potente, es una lectura antropológica de la realidad y como tal, películas como estas no escapan al contenido de violencia como eje argumental, quizá con una didáctica de contenidos moralizantes e ideológicos expositivos para el entretenimiento. Hay un abuso en la tendencia fílmica de la violencia como forma y elemento narrativo en el villano y es su construcción desdramatizada del individuo, el “declive”, la corrupción de los valores, todo representado vagamente como respuesta a la sociedad que el protagonista le ha correspondido vivir y es que rara vez ha sido abordado a la inversa. El escenario ya existe y no vemos la construcción del entorno, probablemente porque ninguna película expone como protagonista explícito el escenario, no es atractivo y el sentido común lo podría concebir hasta innecesario en términos de guion convencional, una apuesta que pocos realizadores sensatos podrían dar tratamiento en la industria cinematográfica.

El cine es un reflejo que requiere al espectador sentirse identificado con la obra, nosotros somos la obra y el héroe performático de la obra, aquella que desea desarrollar la naturaleza sustancial de su libertad que el guion convencional pareciera sugerir en cualquiera de sus abordajes tímidos como consecuencias indeseables de una violencia más legible, pero disímil en las interpretaciones tradicionales que la psicología científica brinda.

En el cine hay modelos sociales, hay estereotipos y hay ideas preconcebidas que, en el mundo de la psicología moderna han creado una serie de interpretaciones y consecuencias que calan en la percepción de tópicos importantes, se ha distorsionado la razón, la conciencia, la autopercepción, se han sobreexpuesto métodos, esto condujo al desconocimiento y la desesperación ética por el embellecimiento de la violencia en una discusión cuasi metafísica como aquello que se puede narrar sin que suscite duda alguna, sin que nadie se pregunte si es cierto o no lo narrado.

Como mencionaba Belohradsky[1], el arte y la sociedad se entiende desde la “escatología de la personalidad”, esta plantea cuestiones morales más allá del plano humano, más impersonales desligándose de la responsabilidad moral y metódica para la psique humana.

Sociedad depresógena

Se ha monopolizado la depresión como un tema recurrente que generaliza cuadros clínicos no concebidos en el análisis transcultural del cine estricto, friccionando en el inconsciente colectivo como una condición simplista y accidental, un recurso que ha funcionado como motor para la conversión de villanos y giros argumentales.

En el mundo fáctico el aumento de los cuadros clínicos de la depresión, la exposición de los males afectivos en sus variables, abarca toda una nosografía médica que ha servido como materia creativa del cine, justamente el psiquiatra español Alonso Fernández [2] describe una sociedad occidental actual profundamente depresógena, esta conduce a creer que la depresión acompaña las formas de vida cotidiana en un mundo en que están más extendidas y divididas las clases sociales, solo  una minoría acceda al nivel de vida compatible con la condición humana. En nuestro tiempo es cada vez más extendido el desencanto, el escepticismo y se acentúa un mayor matiz gris, atardecido en los grupos humanos carentes de una proyección futura. No vivimos "el fin de la historia", sino el aparente fin de la ilusión utópica.

Existen exploraciones no tan “célebres” en círculos académicos ajenos sobre el rastro transcultural de la depresión en el arte, reposicionamientos antropológicos del hombre desde su mismicidad y la coexistencia con el entorno, pero el triunfalismo de la sociedad moderna ha mermado estos tratamientos necesarios en asuntos de salud mental mutándolos de individualistas e inhibidos. Aunque algunos modelos teóricos e investigativos han destacado el papel de factores sociales en la depresión, los objetivos de estos estudios es mostrar como la no inclusión de factores sociales en el origen de la depresión han llevado a una errónea consideración del papel de los procesos de atribución en la fenomenología de los trastornos depresivos, dando espacio a falsas ideas de estas afecciones que incluso avalan la práctica irresponsable de temas complejos que las sociedades modernas explotan con fines de lucro y ocio, convirtiendo la psicología reduccionista en filosofía de frases, asimismo en psicología de entretenimiento a la pornografía de la violencia.

El hombre es una realidad biológica pero también cultural, Antonio Llosa[3]expresó que comprender el trastorno mental como enfermedad con una intervención meramente farmacológica, no ataja ni una sola de las circunstancias que desencadenaron ese proceso doloroso. El individuo alienado actúa en un vacío normativo, simbólico, personal y anestesiar el malestar es la práctica más común. En el cine este horizonte domina la dinámica de los trastornos afectivos como enfermedades fundamentalmente biológicas donde la única cura posible sería la farmacológica.

Arthur Fleck experimentaba problemas de identidad, la identidad del “yo” y la autoimagen se dan en el proceso de interacción simbólica entre las personas y el entorno biosocial, el génesis de sus trastornos depresivos no son el producto de un hombre miserable, son la consecuencia de las relaciones entre el individuo y su contexto social, Joker solamente representa las posiciones sociales de los sujetos que interactúan y a la estructura social de la que forman parte manufacturadas por el mismo hombre donde el hecho depresivo es universal pero su distribución desigual.

El cine psicológico requiere demarcar el mundo contemporáneo, debe precisarse desde reflexiones socioculturales que respondan a perspectivas del corpus psicológico, relegitimando al individuo antes de su construcción ficcional en un cine sin propósito.

[1] Václav Bělohradský filósofo y sociólogo checo.
[2] Médico psiquiatraneurólogo y psicólogo español que trabajó en el tratamiento contra la depresión y la drogodependencia.
[3] Doctor en Educación y psicología, y Licenciado en Psicología, especializado en investigación e intervención psicosocial en contextos de riesgo de exclusión social y vulnerabilidad, así como en determinantes sociales de la salud mental.

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