La pesca en el litoral Pacífico de Nicaragua enfrenta la sobreexplotación de sus recursos, lo que obliga a los pobladores a migrar hacia otras actividades ante la “falta de peces” en el mar. El escaso control oficial y las malas prácticas como el uso de bombas, trasmallos o la captura de especies en tallas no permitidas han provocado esta escasez sin precedentes. Pese a ello, 188 familias de la zona encontraron en la acuicultura, técnica milenaria de reproducción inducida, una alternativa sostenible con buen impacto económico y ambiental. El potencial apenas se está descubriendo.
En la zona del Golfo de Fonseca de Nicaragua se encuentran las comunidades de la Reserva Natural Estero Padre Ramos y Aserradores que pese a la rica diversidad de flora y fauna, los pescadores afirman que su actividad es cada día menos productiva y el esfuerzo humano es mayor. Son pescadores que ya no quieren pescar.
Según testimonios recogidos en esta región, la sobreexplotación de recursos comenzó tras el maremoto del 1 de septiembre 1992, que afectó a varias comunidades pesqueras. A fin de reactivar la economía, las autoridades promovieron el uso de pesca con trasmallo (red), cambiando la dinámica de la pesca con cuerda de mano a una más agresiva. Así, la captura de peces dejó de ser selectiva y artesanal y comenzó a ser masiva.
“A la gente no se le enseñó a utilizar el trasmallo de una manera sostenible. Los pescadores lanzaban sus redes al mar y el período de espera, que era de una o dos horas, a veces se prolongaba hasta 12 o 15 horas”, dice Peltier Barahona, biólogo marino y ambientalista.
Asegura que algunas décadas después los efectos son visibles. “Yo diría que la problemática principal es la sobrepesca, la sobreexplotación de los recursos acompañada de dos aspectos principales: primero, el uso de la bomba para pescar, que es una manera de pesca ilegal que destruye en su explosión la larva de muchos peces, lo cual impide que se logre repoblar las áreas; y segundo, la depredación de los ecosistemas de manglar, las áreas semilleros que garantizan el repoblamiento de los arrecifes”.
La Reserva Natural Estero Padre Ramos, declarada como tal en 1983, se ubica en el noroeste del país, cerca del Golfo de Fonseca que comparten Nicaragua, El Salvador y Honduras. Es vecina de otros esteros: Real y Aserradores. Uno de los esteros más grande de Centroamérica, con más de 92 km2 de ecosistema costero y es el hogar de un proyecto acuícola liderado completamente por comunitarios que busca sostenibilidad ambiental y económica.
La Acuicultura es una técnica milenaria de crianza de especies acuáticas vegetales o animales, que consiste en un sistema de reproducción en estanques o jaulas de forma controlada y que tiene sus primeras referencias históricas en el año 3.800 a. C. en la antigua China, Grecia, Babilonia y Roma.
Elena del Carmen Martínez tiene 38 años y llegó a este lugar siendo niña. A sus padres los reubicaron tras el maremoto de 1992 y fundaron Monterredondo, hoy conocido como Aserradores. Sin vecinos y en un sitio rodeado de montañas y de agua, ella aprendió desde temprana edad el oficio de “conchar” viendo a otras mujeres “concheras”, dedicadas a la extracción y venta de conchas.
Elena cuenta que antes la pesca en la zona era abundante pero esto, al igual que en otras playas del pacífico nicaragüense, ha cambiado de forma radical. Desde hace 10 años se involucró en los proyectos pesqueros que organizaciones llevaron a Aserradores. Dejó la primera cooperativa al convertirse en madre, pero tiempo después fundó Valle de Roca, otra cooperativa conformada por extractores de concha atraídos por la idea de cultivar sus propios peces. Martínez dice que el trabajo más difícil de su vida ha sido tomar las riendas de una cooperativa pesquera.
El proceso legal y organizativo lo resume en pocas palabras, pero en realidad tardó al menos tres años para comenzar a operar con sus propias jaulas y enfrentar la resistencia de los varones, sobre todo, para quienes era impensable ver a una mujer liderando la cooperativa, una actividad que hasta hace poco era exclusiva de los hombres. Elena fue directa ante las manifestaciones de machismo: “Quien quiera seguirme que me siga y el que no, que se quede donde está”.
La Cooperativa Valle de Roca reunió fondos para construir tres jaulas en el estero Aserradores. Al principio los miembros se repartían el trabajo de cuidarlas en jornadas de 24 horas, pero ahora, gracias al éxito del proyecto, pueden pagar a una persona que vigila de forma permanente en la improvisada caseta de madera y zinc que flota junto a las jaulas. Elena guía la lancha a motor hacia ellas; hoy le ha tocado inspeccionar su estado y alimentar a los peces. Dice que es una de las actividades más complejas porque comen de tres a cuatro veces al día. Y requieren más atención que un recién nacido, bromea. “Uno tiene que irlos cuidando lo más que pueda, porque si no se nos mueren en el lugar. Peor que un niño tierno, porque a él lo bañaste, le diste su pecho y ya se durmió… ellos no”, se ríe.
Desde la superficie, las jaulas simulan un cuadrilátero hundido en el agua. El sitio es acogedor y tiene una vista privilegiada del Volcán San Cristobal. El único ruido aquí es el de la naturaleza y el de los lejanos motores de otras lanchas que circulan por la zona; estas naves causan pequeñas olas que mueven las jaulas y la casa flotante, que mide unos cuatro metros de largo por cuatro de ancho y en donde caben de forma ajustada una cama, una tv, un asador y hasta un perro. Elena nos muestra unos barriles repletos de cabezas de camarón, la comida de una semana para estos pargos enjaulados. El alimento es donado por empresas camaroneras de la zona, en alianza con organizaciones que apoyan esta iniciativa.
Fundación Líder: soluciones prácticas para desafíos impensables
Nadie conoce mejor los esteros que Edwin Paniagua, un ingeniero agrónomo dedicado a resolver cada problema que la vida le presenta. Hace 18 años creó Líder, una fundación para la conservación ambiental y que, según cuenta, surgió con el afán de “cambiar el esquema de conservación” en el país. Llegó al estero tras realizar un estudio en el Golfo de Fonseca que reveló la urgencia de trabajar en el manejo de las zonas costeras.
Paniagua recuerda que aquí encontró más de 20 comunidades pesqueras y concheras, todas vulnerables, en condiciones de pobreza extrema. La mayoría de sus habitantes no habían completado la primaria y estaban dedicados a la extracción agresiva de los recursos en una zona donde estos se deben conservar por ser Reserva Natural y santuario de anidación de cientos de tortugas carey en peligro de extinción.
En el diagnóstico de la zona descubrieron que el “esfuerzo pesquero”, como le llaman a la suma de gastos operativos como combustible, hielo, marineros y comida, no se correspondía con las ganancias por producción en las jornadas laborales de los pescadores, lo que sumado a otros factores de pobreza estaba generando un colapso ambiental y social. A la vez, la cantidad de peces en el mar comenzó a disminuir en forma considerable, lo que requería una respuesta inmediata.
Paniagua afirma que la primera vez que hablaron de Acuicultura fue en 2012, en el marco de un proyecto de la Unión Europea que pretendía incluir a las mujeres en las actividades económicas de la comunidad, pero encontraron una gran resistencia. “No existía aceptación de los pescadores varones porque decían que la tecnología era una locura, que no podías producir en un estero y mucho menos que las mujeres fuesen capaces de producir, porque en este segmento poblacional prima el machismo”, destaca.
La Fundación Líder tenía referencias en México y en la vecina Costa Rica sobre la práctica de la Acuicultura, pero ambas eran a nivel industrial y con costos elevados. No existía hasta entonces un esfuerzo comunitario. “Empezamos a ver los ejemplos en intercambios que hicimos entonces y encontramos que una caseta flotante en México costaba 50.000 dólares. Pero, ¿cómo poníamos algo así en el Estero Padre Ramos, cuando las mujeres que bajaban a la playa vivían en una casita de plástico?”, recuerda.
La organización documentó que la construcción de una caseta flotante en México con cuatro flotadores de fibra de vidrio rondaba los 2.500 dólares por unidad, precio inviable para el proyecto, pero determinaron que la capacidad de flotabilidad de tres barriles de plástico de 210 litros resultaba igual que el proyecto mexicano y que en Nicaragua costaría unos 33 dólares cada barril. Una diferencia de 50.000 dólares contra 12.000, usando materiales alternativos.
La organización inició contactos en ambos países para explorar la forma de adaptar la tecnología a un costo adecuado a la realidad económica de los comunitarios. En ese momento, además de crear un marco de referencia para la producción acuícola, la organización también supo que debía enfrentar un nuevo desafío: en el país no existía un marco legal para producir peces en una reserva natural.
A lo largo de un año, comunitarios y Fundación Líder se reunieron con las autoridades de gobierno y, en forma conjunta, crearon una herramienta legal que permitiera a estas granjas tener la autorización oficial para operar, ya que las reservas naturales están registradas con fines de conservación y educación, no de producción. Un vacío legal que se superó con la aprobación, el 21 de abril de 2015, del Decreto ejecutivo 10-2015 a la Ley Ambiental, que autoriza a las cooperativas pesqueras de la zona cultivar peces con normativas ambientales. También desarrollaron una guía para no causar un impacto negativo en el ecosistema que buscan conservar.
Sin embargo, recuerda Paniagua, “bajo esa premisa surgió un tercer problema: ¿cómo lograr el apoyo de la cooperación internacional, desde una ONG local con dos socios principales, para una tecnología que todavía ni nosotros mismos estábamos tan claros de cómo desarrollarla? Entonces el proceso fue enseñar haciéndolo”. Las primeras granjas de pargo fueron lideradas a nivel experimental por el Instituto de la Pesca y el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (Marena), pero las autoridades fracasaron en el proceso de alimentación del pez. Al darle comida rica en carbohidratos, los peces comenzaron a presentar problemas hepáticos y descamación, entre otros.
Con el apoyo de técnicos del El Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba, CITMA, lograron determinar que en la zona existen varias empresas camaroneras que desperdician de forma contaminante la cabeza del camarón como un subproducto de su actividad, cuando esta contiene 43% de proteína que, una vez procesada, ofrece un alto grado nutricional para los peces durante al menos ocho meses del año. Tras invocar la Responsabilidad Social Empresarial de estas compañías e invertir recursos logísticos para que la cabeza de camarón fresca llegase hasta las jaulas del estero, la pregunta era cómo alimentarlos durante los otros cuatro meses cuando las camaroneras no producen este “desperdicio”. Crearon entonces una mezcla en forma de harina a base de cabeza del camarón, que se almacena y sirve de alimento para los meses de escasez.
Al consultar a Elena Martínez si sería posible mantener sus granjas de peces sin el apoyo alimentario de la Fundación Líder, respondió que ese escenario sería muy difícil “porque no tenemos comunicación con la empresa que les da la cabeza, y Líder sí”.
Jaulas marinas, una barrera ecológica
Luego de la etapa de innovación tecnológica y la creación del marco legal, aún están pendientes grandes desafíos para potencializar el cultivo de peces. Como afirma Paniagua, “el decreto te dice que no está abierto para el empresario privado. Es única y exclusivamente para cooperativa comunitaria. Además, tenés que tener al menos tres años de pescador, integrar a mujeres dentro de la estructura y bajo ese concepto lo que empezamos a hacer fue masificar paulatinamente la tecnología”.
Fundación Líder junto a la ONG Amigos de la Tierra apoya logística y financieramente nueve granjas de cultivo de pargo en la Reserva Padre Ramos y Aserradores. Cada una de estas, además de cultivar peces, busca crear barreras de contención contra el uso de la bomba y evitar que esa práctica se realice dentro del estero, un sitio de anidación de especies como el Pargo Lunarejo y las tortugas marinas. La organización, con el apoyo de las autoridades, ha logrado desmontar fábricas de explosivos y los pescadores comunitarios se han convertido por necesidad en sus “informantes anónimos”.
“De las granjas se han derivado dos escenarios importantes. Primero, que cada unidad productiva representa ahora un arrecife natural. No necesitas ir a hacer captura con cuerda a lo largo del estero, porque el poquito sobrante de alimento de las jaulas está permitiendo tener una serie de especies de valor comercial fuera de ellas. Entonces, capturar especies de mayor tamaño es más fácil en la jaula. Segundo, hay un avistamiento de tortugas juveniles en los entornos de la jaula que me parece es producto del alimento que sobra, aunque sea poco”, explica Paniagua.
El pescador Félix López nos habla de cuando empezó a conocer de explosivos en la zona. Según relata, al concluir la guerra civil de la década de 1980 en Nicaragua, comenzó en esa práctica a la que le atribuye parte del deterioro ambiental. “Ahora, si no llevás explosivos al mar no traés peces. Entonces, hay un problema con los pescadores. Ellos no quieren dejar esa práctica porque si la dejan no pescan. Pero para que pueda haber peces de nuevo, tenés que dejar esa práctica y sufrir un tiempo”, dice López. Él propone apostar por la Acuicultura.
A sus 54 años, don Félix vive en una pequeña isla llamada Venecia, ubicada justo en la línea que separa el agua calma del estero con el oleaje del océano Pacífico. Desde un lado de su casa puede observar las jaulas de su cooperativa con la tranquilidad que caracteriza al estero Padre Ramos y, desde el otro, el inmenso océano y sus típicos atardeceres. Cuando la organización lo invitó a participar en el proyecto de Acuicultura se emocionó, porque había visto documentales en televisión que narraban las experiencias en Costa Rica y en Taiwán.
“Nos invitaron primero a una reunión. Solo fuimos cinco, pero a mí me gustó el proyecto. Además que ya tenía idea de que sí era bueno. Entonces comencé a motivar a mis compañeros y amigos y logré reunir a diez”, recuerda. Su cooperativa se constituyó legalmente en 2018 y en la primera cosecha lograron cultivar 3.600 libras, motivando a varios incrédulos que al principio veían como una locura engordar peces en una jaula.
Tal fue el éxito de la primera camada que pasaron de diez a 17 socios y tenían más solicitudes, pero la crisis política que afectó a Nicaragua en 2018 los tomó por sorpresa: “Primero nos entró un problema social cuando estalló aquí en el país. Eso nos dejó mal parados de varias maneras. Pasó el problema social, y nosotros comenzamos a superarlo y después nos cae este virus, que nos terminó de dar el golpe final. El precio se fue abajo, las plantas que procesaban camarón cerraron y no teníamos comida para alimentar” a los peces.
Junto a varios miembros de la cooperativa logró conseguir alimento para los más de 5.000 peces en jaulas, pero la pandemia desplomó los precios. El pescado capturado en mar abierto se vendía a mediados de este año en 80 córdobas por libra (2,35 dólares) y la granja de Félix apenas logró colocarlo en 60 córdobas (1,7 dólares). Para él, estos escenarios adversos han sido de gran aprendizaje. “Pensaba terminar de construir la casita y me quedé esperando. Otro señor quería comprarse una o dos vaquitas para tener lechita en la casa pero lo mismo, la vaca no llegó, se la llevó el coronavirus”, bromea con pesar.
Acuicultura, estrategia nacional
En febrero de 2020, el gobierno de Nicaragua reunió en un acto oficial a pescadores de todo el país para presentarles la Estrategia Nacional de Promoción de la Acuicultura, que entre sus objetivos destaca fortalecer la tecnología, incrementar la producción de peces y mejorar genéticamente a las especies. El Sistema Nacional de Producción, Consumo y Comercio, que engloba al menos a seis instituciones estatales, se propuso mejorar las capacidades y las tecnologías de los productores para que produzcan “cuidando el medio ambiente”.
Según el documento oficial, “implementaremos técnicas del cultivo de peces usando tecnologías como geomembranas, aireadores, alimento balanceado, jaulas flotantes y otros para mejorar la productividad”. También promete beneficiar a 10.000 productores, pero no se detalla cómo. El plan incluye eventos, capacitaciones, videoconferencias, manuales técnicos de manejo, registro de granjas acuícolas, registro sanitario y la implementación de una etiqueta de “Producto Acuícola Sostenible” para las granjas registradas, aunque los actores consultados dijeron desconocer la estrategia gubernamental.
Guillermo Páiz es técnico de Amigos de la Tierra, una organización ambientalista española que aporta al proyecto. Explica que la Acuicultura, “además de ser una actividad que genera ingresos económicos, garantiza la seguridad alimentaria. Para las familias se vuelve sostenible porque ellos llevan un control de la mortalidad de los peces. Se aseguran de que el cultivo logre llegar adecuado al momento de la comercialización”. Por cada córdoba invertido, se genera una utilidad de 2.70 córdobas, afirman.
A pesar de las dificultades, Edwin Paniagua considera que esta historia no está del todo escrita y se ha propuesto realizar una síntesis de los aspectos tecnológicos, sociales, ambientales y económicos a partir de los cuales el proyecto cobró vida. Asegura que “lo que ha pasado en los últimos cinco años es que hemos ido encadenando los problemas y conociendo sus raíces. La problemática propia de la comunidad la hemos entendido desde la raíz. Somos organizaciones de territorio, los problemas los vemos en el territorio y los resolvemos ahí con ellos”.
Pese al impacto generado por el Covid-19 en la economía mundial, los organismos que apoyan a las cooperativas de Padre Ramos y Aserradores esperan seguir adelante para cerrar los ciclos reproductivos y que estas sean rentables sin su ayuda. Paniagua piensa que al menos cinco de las nueve granjas podrían sobrevivir si se retiran de la zona y que las granjas acuícolas son replicables en países vecinos como Honduras y El Salvador, que comparten condiciones similares.
La Pesca y la Acuicultura aportan a los países de Centroamérica 24.5% del producto interno bruto (PIB) del sector primario de la región, según el informe “Contribución de la pesca y la agricultura a la seguridad alimentaria y el ingreso familiar en Centroamérica”, publicado en 2014 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En la actualidad, la Acuicultura es la actividad de mayor crecimiento a nivel mundial entre las actividades agropecuarias, así como la principal fuente de pescado disponible para el consumo humano.
De acuerdo con el documento de la FAO “Estado Mundial de la Pesca y la Acuicultura”, la producción acuícola mundial alcanzó otro récord histórico de 114,5 millones de toneladas de peso vivo en 2018, con un valor total de venta en la explotación de 263.600 millones de dólares. El informe agrega que en 2018, aproximadamente 59,51 millones de personas trabajaban en el sector primario de la pesca y la acuicultura; entre estas, el 14% eran mujeres.