Si el tipo con el tupé de búfalo que ha adornado todos los noticieros en los últimos días le parece un perfecto marciano, este artículo es para usted.

Con bombos y platillos, el 2021 no demoró en darnos una sonora cachetada: la polarización política extrema sigue hirviendo. La pregunta que deberíamos hacernos (y los estoy viendo a ustedes, mis queridos gringos demócratas) es: ¿cómo diantres bajarle la temperatura a la polarización que continúa arruinando almuerzos de domingo alrededor del mundo? Sobre todo, considerando que vienen dos años de control político prácticamente absoluto.

Un regalo que me ha traído mi cuarta década sobre la tierra es una pequeña voz dentro de mi cabeza que, a veces, me indica cuáles batallas no vale la pena pelear. Otro regalito de la edad ha sido el poderoso bálsamo de escuchar atentamente sin arruinar dicha delicada poción mágica con mis propias ideas (escucha activa, para los googleadores empedernidos).

En fin, ¡a lo que vinimos! Hoy les comparto dos ideas que me han ayudado a coexistir con individuos de visión política diametralmente opuesta a la mía—que es justamente por lo que abogo—.

El cerebro político

En su librazo The Republican Brain, el galardonado periodista del Washington Post, Chris Mooney, da una visión inaudita sobre la naturaleza de las opiniones políticas. El enumera una serie de estudios neurológicos y psicológicos en los cuales se señalan ciertas diferencias estructurales a las cuales se atribuyen la orientación política de las personas. ¿Muy jalado del pelo?

Aguánteme: una de estas diferencias quedó perennemente grabada en mi memoria y es la llamada tolerancia a la ambigüedad. Mientras existen quienes pueden seguir riendo y tomando Malbec plácidamente a pesar de tener pequeñas incertidumbres, como qué se yo… lo que pasa después de la muerte (alta tolerancia a la ambigüedad); al otro lado están quienes la idea de vivir ante dichas incógnitas los dejaría por siempre como la pintura de Edvard Munch (baja tolerancia a la ambigüedad).

Mooney explica que los miembros de esta última tribu (usualmente los llamamos conservadores) tienden a hacer todo lo posible para evitar el dolor psicológico (nombre técnico) que les provoca la ambigüedad. En particular, estos tienen un baile de dos pasos:

  • Buscan una construcción cultural (por ej. dogma religioso, afiliación política, incorporación a alguna institución) a la cual suscribir su modelo de la realidad.
  • Una vez elegido dicho modelo, lo meten dentro de lo más recóndito de su conciencia. Cierran tapa, le meten llave y tiran la llave. Y así, sin ton ni son: Nada. Los. Va. A. Cambiar. Mae, ¡nada!

Nótese que estamos hablando de diferencias hereditarias tan inamovibles como la estatura o el color de ojos.

Entonces la idea de que “los otros” simplemente “no entienden” la verdad se evaporiza. Por el contrario, las opiniones políticas (por más abrasivas que puedan parecer) emergen de la mera biología del otro.

“The American Dream Is Dead”

Segundo libro turbo-recomendación de este artículo es La negación de la muerte del excelso psicólogo Ernest Becker, quien argumenta que los seres humanos somos absolutamente incapaces de contemplar la total y abrumadora realidad de nuestra mortalidad con elegancia y calma.

¿La solución? —Igual que arriba— buscar el consuelo de pertenecer a una cultura que nos va a sobrevivir. Cuando dicha cultura e identidad se ven pisoteadas… desesperación, ira y tupés de búfalo.

Es aquí donde entra la (¡gulp!) genialidad de Trump: basta ver el grafiti de los QAnon. Añoran el imaginario de un Estados Unidos Rocky-Rambo, Rey de la Industria y Economía Mundial. Sobra decir que los ataques del 11 de septiembre, la globalización, y crisis financiera de 2008 demolieron sin piedad ese constructo cultural. Se cierra el telón.

Se abre el telón y aparece Trump vociferando que el sueño americano está muerto y prometiendo que va a restaurar los buenos viejos tiempos que pronto vendrán. Et voilà! Botín en el Capitolio.

Perfectos marcianos de un lado… y del otro también

Bueno, un turbo-libro más, ¿ok? J. D. Vance, quien proviene de un pueblo de los Apalaches, escribió una fantástica autobiografía llamada Hillbilly Elegy (ahora también existe una peli). Vance es nativo de una población impactada por los eventos antes mencionados. Él narra una cotidianidad plagada de violencia doméstica, drogadicción y pobreza y dice que, para los oídos de los habitantes de su pueblo natal, Barack Obama, con “su acento, limpio, perfecto, neutro, es un extranjero”.

Entonces, ¿de aquí para dónde?

Las fotos tomadas esta semana del ataque al Capitolio de los Estados Unidos pudieran ser arte surrealista de primer orden. Estoy de acuerdo. Sin embargo, también he escuchado epítetos y generalizaciones lanzadas sin pudor, de un lado y del otro. Esta, a su vez, es la mismísima gasolina con la que arde la polarización.

Costa Rica: por favor, tomemos nota. La debacle de los gringos se engendró gracias a un armamento de propaganda política que también está completamente disponible en nuestra tierra. Si algo debiésemos considerar de las tesis de Mooney y Becker es que las diferencias de opinión política no nacen de un deseo gratuito de molestar al otro. En cambio, corresponden a visiones de mundo que emergen de nuestra propia biología. ¿Será que logramos bajar la temperatura?

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