Estamos cabreados, muy cabreados. Cabreados con el coronavirus, que se interpuso en nuestras vidas recordándonos la fragilidad del ecosistema en el que vivimos. Se llevó nuestros planes, expectativas, viajes, empresas, empleos, y en algunos casos, nuestros seres queridos.

Estamos cabreados con el gobierno, con esa masa amorfa de poderes, instituciones, regulaciones, impuestos y, sobre todo, personajes. Muchos ciudadanos no tienen muy claro dónde comienzan las competencias entre unos y terminan las de otros, pero da igual, en este caso el cabreo es contra todos.

Estamos cabreados con el presidente, por su pusilanimidad, por su obcecación con la obesidad de lo público, por su errática comunicación, por su red de cuido, por impulsar, otra vez, meternos la mano en el bolsillo alegando que es la única vía de salvarnos del despeñadero.

Estamos cabreados con todo el mundo, es cierto. Las mascarillas nos disimulan el rictus, la ira se siente en el ambiente, sobre todo, en las redes sociales, ese campo en donde se vomitan sapos y culebras un día sí y otro también. Pero ese cabreo generalizado no debe convertirse en el río revuelto en donde el canibalismo político haga pesca de arrastre.

José Miguel Corrales y Célimo Guido son ese tipo de caníbales, que promueven básicamente el caos, la desestabilización y la anti política. Lo dijo él mismo: hay que crear la crisis. Sus halcones y seguidores dan rienda suelta a una política tóxica, de violencia y matonismo. Así, vimos a un sujeto blandiendo un machete profiriendo amenazas e insultos contra el Presidente, u otro echándole encima un backhoe a la Policía.

Pero estos halcones caníbales han sido efectivos, ya que han logrado aglutinar ese cabreo social en medidas concretas: bloquear, sabotear, amenazar y desestabilizar. ¿Contra qué? Contra todo y contra nada. Que no se negocie con el FMI, que no se hable de vender activos, que no se aprueben impuestos. ¿Y qué hacemos entonces? ¡Porta mí! Imagino que otros caníbales, más cómodos desde sus redes sociales, probablemente verán con cierta envidia como este señor de 80 años, les roba el mandado. Sin embargo, no perderán oportunidad de sumar agua a sus molinos y, aguardarán para devorarse a Corrales a la primera oportunidad.

Por otro lado, las opciones de oposición propositiva —que las hay— parecen ser aún demasiado livianas, comedidas, y calculadas para el contexto que vivimos, insuficientes para conectar con el gran electorado, que en este momento espera posiciones, pero sobre todo acciones contundentes. Vemos a algunos jugando ajedrez mientras otros pelean lucha libre. Vemos posiciones o discursos incestuosos, dirigidos a las burbujas políticas de electores que se dan me gusta entre sí, comparten contenido o ponen marcos en su perfil.

Los líderes políticos que desean transitar por el camino de la democracia y la construcción son los primeros llamados a plantear posiciones inteligentes, pero sobre todo políticamente viables. Deben salir de su zona de confort, pero sobre todo de sus redes sociales, y conectar con el gran electorado, el que no toma una decisión leyendo columnas de opinión o planes de gobierno. Las campañas son digitales, pero las elecciones siguen siendo analógicas.

Dejemos que los caníbales se coman entre ellos, pero no permitamos que se lleven el país en banda.

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