Así como la crisis económica provocada por la pandemia tiene orígenes muy diferentes a las crisis que el sistema económico ha enfrentado a lo largo de la historia, también su solución plantea desafíos inéditos. El carácter global y sistémico de la actual crisis, agrega complejidades adicionales para gestionar los problemas asociados con una caída dramática en los niveles de actividad económica y sus implicaciones sobre los niveles de bienestar de la población a escala global, que tiene manifestaciones diferenciadas entre los países más desarrollados y los países de menor desarrollo relativo, estos últimos con grandes dificultades presupuestarias. En este nuevo contexto de crisis profunda del sistema en su conjunto, tanto el mercado como el Estado, o una gestión combinada entre ambos, están teniendo grandes dificultades en encontrar acciones efectivas para enfrentar la recesión económica y los desequilibrios macroeconómicos y sociales generalizados. Ante esta situación, la pregunta es ¿Cuáles son los alcances y limitaciones que enfrentan los países para gestionar y superar la crisis en forma integral?

El carácter cíclico de la dinámica económica pasa por fases de expansión y fases de recesión, las cuales responden a una serie de factores determinantes del crecimiento, a las contradicciones inherentes del proceso de acumulación de capital y a eventos propios del contexto. El ejemplo histórico más ilustrativo, que sintetiza el origen y causas estructurales y contextuales de la crisis económica, es la Gran Depresión de 1929. Esta crisis se interpretó tanto desde el lado de la oferta como desde la demanda agregadas del sistema económico: como endógena a las propias fuerzas que orientan el proceso de crecimiento. Desde el lado de la oferta, se analiza la crisis como un exceso de capacidad productiva, que conduce a una sobreacumulación del capital (Marx, Schumpeter), que sobrepasa las condiciones de la demanda para absorber ese exceso de producción. Por el lado de la demanda, las interpretaciones de la crisis ponen énfasis en una caída en el empleo de los factores, las inversiones y los ingresos de la fuerza de trabajo, lo cual se refleja en una caída en el consumo (teoría del subconsumo de Paul Sweezy) y en la interpretación keynesiana de la “insuficiencia en la demanda efectiva”.

Ante el contexto de crisis estructural del sistema económico se plantean soluciones (arreglos) de carácter económico, que entienden la crisis como una condición propia del proceso cíclico del crecimiento económico, que no está exento de sus propias contradicciones. Desde una perspectiva schumpeteriana, las crisis se entienden como un momento ineludible de agotamiento del patrón de acumulación vigente y del paradigma científico-tecnológico que lo acompaña, el cual se vuelve obsoleto. Esto se manifiesta en una situación de baja productividad-rentabilidad y sobreacumulación de factores de producción (Robert Brenner).  Desde esta perspectiva, la frase más conocida en la literatura económica es la noción de “destrucción creativa” schumpeteriana, que admite la crisis como un punto de inflexión histórico para evolucionar hacia un paradigma tecnológico más eficiente, que genere las bases para una nueva fase de expansión del ciclo económico.  A esta visión, optimista del cambio tecnológico, es a lo que se ha denominado el “arreglo tecnológico” de la crisis (technological fix).

Cuando las crisis se producen endógenamente dentro del sistema económico y los mecanismos del mercado y las acciones de los agentes económicos son incapaces de reactivar y dinamizar el ritmo de crecimiento económico, entonces se requieren nuevas alternativas de solución.  Ante esta situación, se busca un arreglo exógeno de la crisis, que se fundamenta en la intervención del Estado (government fix), a través del multiplicador del gasto público, para estimular el empleo de los factores, la inversión y el consumo (demanda agregada), a partir de políticas expansivas de ingresos por parte del Estado. En esto consistió la solución keynesiana para enfrentar la Gran Depresión de 1929 e iniciar una nueva onda larga de acumulación de capital en el periodo de posguerra, que se extendió hasta principios de la década de los 1970s (lo que Robert Boyer denomina la “era dorada del capitalismo”).

Está claro que la crisis de la pandemia por COCID-19, se diferencia de todas las crisis económicas anteriores. En primer lugar, porque no es una crisis estrictamente de carácter económico, y, en segundo lugar, porque es una crisis exógena al sistema económico, que, por su alcance global y pandémico, ha contagiado todos los ámbitos relacionados con el tejido social y productivo de la sociedad del conocimiento y la información del siglo XXI. De tal manera, la complejidad y carácter sistémico de esta crisis impone enormes desafíos para encontrar una solución de corto plazo, ya que la recuperación de los niveles de actividad económica está sujeta a una cura efectiva y determinante de la pandemia.  Este que sería el arreglo tecnológico, al que están abocados los esfuerzos científicos de los gobiernos y las transnacionales farmacéuticas: desarrollar vacunas efectivas y tratamientos antivirales de última generación, se estrellan con barreras temporales y un deterioro acelerado de los indicadores económicos y sociales, que parecen no podrán esperar más tiempo.

Por otra parte, la caída libre del crecimiento económico, particularmente en los países de menor desarrollo relativo, con una gran vulnerabilidad a los choques externos, está llevando a una situación que pone en peligro la misma reproducción social.  Los problemas presupuestarios (fiscales) y de inestabilidad macroeconómica que enfrentan estos países (América Latina, siendo un muy buen ejemplo) restringen una salida efectiva orientada por el Estado y la inversión pública; de tal manera, el arreglo basado en la intervención pública keynesiana se topa con una muralla a punto de colapsar países enteros.

Mientras el arreglo tecnológico sigue siendo una expectativa, el arreglo de la intervención gubernamental ha estado más enfocado en resolver los problemas del déficit fiscal recurriendo al endeudamiento externo y a una política de incremento de impuestos, que compromete aún más el deterioro sistemático de las condiciones de vida de amplios segmentos de la población, que han visto como sus ingresos y capacidad de consumo (propensión a consumir) siguen en caída libre.  La realidad es más dramática cuando observamos con detenimiento y sensibilidad social, el aumento galopante del desempleo, la informalidad, la quiebra sostenida de pequeños negocios, la pobreza y la desigualdad socioeconómica.

Toda esta situación está llevando a un nivel de frustración y desesperación de la sociedad civil, especialmente en los grupos sociales más afectados y con menos capacidad para sostener sobre sus hombros el peso de los ajustes económicos.  De tal forma, el arreglo social (social fix) emerge y se vislumbra con fuerza ante la expectativa incierta del arreglo tecnológico y el carácter contradictorio y regresivo del arreglo gubernamental.

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