Por Ximena Víquez Tormo – Estudiante de la Escuela de Estudios Generales
Las comidas rápidas son los alimentos estrella en las escuelas y los restaurantes costarricenses. Un estudio reciente realizado por La Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños (HNN) evidenció que un 65% de estudiantes de secundaria de la Gran Área Metropolitana consumen comida “chatarra” al menos una vez a la semana. Aún más, de los estudiantes entrevistados, 27% ingieren comidas altas en grasa todos los días (Rodríguez, 2016). Esta situación alimentaria es alarmante, ya que promueve padecimientos como la diabetes, la hipertensión y los problemas cardiovasculares en una población que requiere de altas fuentes de nutrientes para tener un proceso de crecimiento óptimo (Jiménez, 2017).
Conociendo esta problemática, surgen dudas como ¿cuál es la correcta alimentación para el adulto joven, y cómo es que esta correcta alimentación pasa de la teoría a convertirse en un hábito saludable? La adecuada alimentación para un adulto joven incluye una dieta elevada tanto en proteínas, carbohidratos y grasas, como en vitaminas y minerales, ingeridos en forma proporcional (Castillo, s.f.). Una vez definidos los alimentos saludables, el joven deberá poner su conocimiento en práctica mediante un proceso gradual (Hidalgo, 2012). Comienza con cambios conscientes de comportamiento alimenticio que eventualmente se convertirán en prácticas instintivas del individuo.
La alimentación a lo largo de toda la vida debe ser nutritiva, natural y equilibrada. Sin embargo, cada etapa del ser humano posee peculiaridades que deben ser atendidas con comidas específicas (Vivo Sano, 2017). Durante la adolescencia, los jóvenes pasan por un proceso de cambios físicos, sociológicos y sociales que, si se tratan correctamente, llevan a un buen estado de salud (Castillo, s.f.). Los especialistas en el tema recomiendan a esta población optar por fuentes proteicas como las legumbres, ya que su alto contenido de fibra genera mayor sensación de saciedad y previene el estreñimiento, la obesidad y la diabetes (Anderson et al., 2009). En cuanto a las carnes, son preferibles las magras, por su bajo contenido graso, y las artesanales, por su calidad nutricional (Solano, s.f.). Como fuente de energía, es ideal consumir carbohidratos naturales, como frutas y verduras, y no carbohidratos procesados, como panes y pastas (Thompson et al., 2017). Además, se recomienda evitar bebidas azucaradas, ya que conducen a riesgo de aumento de peso, diabetes e hipertensión (Malik et al., 2010).
Entre los errores más frecuentes en la alimentación del adulto joven está omitir comidas por falta de tiempo e ingerir gran cantidad de comidas procesadas fuera de casa (Castillo, s.f.). Estos comportamientos pueden ser corregidos con un cambio en el estilo de vida del joven. El cambio es posible de lograr por medio de un proceso gradual, en el cual el individuo, conscientemente, adopta hábitos alimentarios saludables y, con el tiempo, los pone en práctica de manera instintiva (Hidalgo, 2012). Por ejemplo, para completar las cinco comidas diarias, un joven puede proponerse llevar un almuerzo y dos meriendas hechas en casa a su universidad o trabajo por una semana completa. Al inicio, esta práctica le resultará difícil de ejecutar, pero, si la continúa por más tiempo, se convertirá en un hábito saludable que realiza de manera inconsciente.
No existe una fórmula científica que contenga un plan de alimentación perfecto para todos los adultos jóvenes. En general, lo que se espera de ellos en su proceso de crecimiento final es que coman los más natural y equilibrado posible. Para que esto se logre ejecutar de manera sostenible, cada individuo debe crear hábitos saludables de alimentación que se adapten a su estilo de vida personal. Si este sector de la población costarricense tomara conciencia de ello, se lograría ver a una generación joven sana y con menores riesgos de mortalidad.