El 28 y 29 de junio se celebró en Osaka, Japón, la XIV Cumbre del Grupo de los 20, que reúne a los gobernantes de las 20 economías más grandes, que en conjunto representan el 65% de la población mundial y el 84% del Producto Bruto Global. La anterior tuvo lugar en Buenos Aires, Argentina y la próxima en Riad, Arabia Saudita. El grupo se estableció en 1999, pero hasta 2007 el encuentro era de ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales. Cabe destacar que esta vez la notable ausencia fue la del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, representado por el canciller. Mientras que se incorporaron, como invitados, los líderes de ocho países —entre ellos Chile— y representantes de nueve organizaciones intergubernamentales.
El G20, junto con el G7 constituyen foros de discusión y coordinación de la economía mundial y forman parte de la denominada “diplomacia de cumbres”. Hasta 2017 este esquema buscaba la liberalización del comercio, la eliminación de las políticas proteccionistas y la adopción de acciones conjuntas para amenazas globales, como el cambio climático. La agenda de Osaka comprendió: economía global, comercio e inversión, innovación, medio ambiente y energía (cambio climático, energía y medio ambiente —basura plástica marina—), empleo, empoderamiento de la mujer, desarrollo y salud.
Sin embargo, con la llegada de Donald Trump, como un líder disruptivo y desestabilizador, las cumbres no han logrado llegar a acuerdos unánimes, que contribuyan a resolver los problemas mundiales. Se han convertido más en encuentros que permiten medir las brechas entre los distintos gobernantes y los alineamientos en el juego de poder por alcanzar la hegemonía global entre las tres superpotencias: China, Estados Unidos y Rusia. Las cuales, por cierto, adoptan estilos hegemónicos muy distintos: la hegemonía confuciana de Xi Jinping, la ortodoxa de Vladimir Putin y la tradicional de Trump.
No hay que olvidar que el estilo de Trump, caracterizado por la creación de caos —a través de sus amenazas y desacreditación de sus interlocutores— y el cambio de posiciones en cuestión de horas, para favorecer las negociaciones bilaterales, en las que considera obtendrá más beneficios a través del potencial uso de la fuerza, como ha sido su estilo como empresario —que llevó a muchas personas a la quiebra—, ocultando, alterando y manipulando información, impidió que en Osaka se lograra un acuerdo unánime sobre medio ambiente y energía, entre otros de los temas de la agenda. Por eso los otros 19 países, incluido Brasil —y señalo esto porque se temía que Jair Bolsonaro, como seguidor de las tesis “trumpianas”, siguiera la posición de su “aliado”—, ratificaron el apoyo al Acuerdo de París. Lo mismo ocurrió en Buenos Aires.
El encuentro en Trump y Xi sirvió, al igual que hace un año, en una supuesta postergación de nuevos aranceles y en el levantamiento del veto a las operaciones de Huawei. Ambos mandatarios anunciaron una tregua y el reinicio de las negociaciones. Sin embargo, al menos en Pekín, el anuncio fue recibido con cautela y desconfianza, pues en otras oportunidades el mandatario estadounidense cambió de criterio y desconoció el acuerdo.
La reunión con Putin dejó entrever que Trump reconoce la intervención rusa en las pasadas elecciones presidenciales y que Rusia continúa siendo uno de sus países preferidos para desviar las acciones de su corporación y en donde consigue recursos monetarios para manipular sus negocios. Pero esto no significa que Moscú sea un aliado de Washington, sino un competidor estratégico.
Por ello, para entender la dinámica entre las grandes potencias económicas hoy es necesario revisar los encuentros bilaterales en Osaka, y no, como en el pasado reciente, las sesiones multilaterales y las declaraciones conjuntas. Las reuniones de Trump con Putin y Xi definen el rumbo de los próximos meses en la agenda de la confrontación entre superpotencias. Ello está tornando el sistema internacional más inestable e incrementa el potencial estallido de una confrontación armada, en alguno de los “puntos calientes” alrededor del planeta. Un giro significativo en la diplomacia de las cumbres. La esperanza es que los mecanismos diplomáticos eviten, a diferencia de hace 100 años (con la firma del Tratado del Versalles), una nueva guerra sistémica.
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