El Semanario Universidad, que ha venido detonando invaluables bombas informativas últimamente, lo hizo de nuevo con su reporte sobre el aumento de los suicidios en nuestro país: “La tasa nacional de suicidio pasó de 6,4 en el 2017 a 7,2 por cada 100 mil personas en el 2018, en línea con una tendencia creciente desde los 80´s y los intentos de suicidio crecieron un 65%.”
¡Un sesenta y cinco por ciento! Necesitamos tener una conversación abierta y bondadosa sobre salud mental. En mi adolescencia yo misma traté de terminar con mi vida, un amigo lo logró. Conozco a varias personas que lo han intentado. Años después, sé que ignoramos casi por completo qué es lo que mueve a una persona al suicidio, pero hoy quiero tocar algunos puntos que me han ayudado.
Ver al diablo a los ojos
A finales de este año estaré caminando en uno de los lugares más extremos de la tierra: Antártica. Considerando que manejar a través de paredes de nieve en Noruega fue intimidante, no sé qué sorpresas emocionales me traerá el fin del mundo. Puedo adelantarles que el viaje ya ha sido fuerte psicológicamente.
Por supuesto, llegar a Antártica no va a ser espontáneo. La expedición será el punto final de un año de preparación, el año de desarrollo profesional y personal más consciente de mi vida. Para permitirme llegar al punto más frío de La Tierra, Homeward Bound me ha pedido que primero pase por donde asustan y mire hacia adentro. Que enfrente mis demonios.
Un demonio en particular ha sido exponerme al escrutinio público. Yo he hecho una carrera detrás de la cámara, en el comfort de la invisibilidad. Homeward Bound me ha empujado a dar charlas, aparecer en programas de televisión, tocar puertas y hacer networking. Me ha lanzado de frente contra una de las cosas que más me asusta en la vida: el rechazo. Y claro, he comprobado lo que ya sabía: que no somos moneditas de oro para gustarle a todo el mundo. Y que eso duele.
Aun así, el salir de la zona segura y exponerme al rechazo me ha fortalecido muchísimo. He tenido que estar muy consciente de que cada paso ha sido mi decisión y no soy ninguna víctima, y el darme cuenta de que precisamente fui yo quien se levantó para enfrentar miedos y mirar al diablo a los ojos, me ha hecho sentir un respeto y orgullo por mí misma que hace tiempo no sentía.
Evitar la tentación de la comparación
Recientemente estaba sobre el escenario, sin poder ver a mi audiencia debido a la luz que me apuntaba directamente y me cegaba. Mientras repetía robóticamente y sin ningún tipo de carisma mi presentación, me asaltó el impulso casi irresistible de disculparme y salir corriendo de ahí. Todos vivimos dentro de nuestra cabeza, y el sentir que estaba fallando tan clara y públicamente, fue casi insoportable. Nadie me pide ser perfecta, solo mi cabeza. ¿Y cuál es la medida que aplico para saber si estoy triunfando o no? Compararme con otras personas. Error.
Como bien lo dice Susan David en su libro Emotional Agility: “No importa el contexto, el acto de hacer comparaciones es el mismo (…) Si necesitamos orientación, miramos a nuestro alrededor para ver qué hacen otras personas, escogiendo sin pensar todo tipo de cosas que creemos que son claves universales de la satisfacción, como una educación universitaria, ser propietario de una casa o tener hijos. De hecho, esas cosas no nos traen felicidad a todos. Pero es mucho más rápido y fácil seguir lo que vemos, que decidir lo que queremos por nosotros mismos”.
Ese es el gran reto. Definir lo que genuinamente vale para nosotros, y seguir nuestro propio camino. No perseguir los indicadores de triunfo o satisfacción que han sido construidos por otros. En las palabras de Mark Manson en El Sutil Arte De Que Te Importe Un Carajo: “Si deseás cambiar la forma en que ves tus problemas, tenés que cambiar lo que valorás y/o cómo medís el fracaso y el éxito”.
No luchar contra el vacío
Lidiar con haters puede desestabilizarnos emocionalmente. Y esto no aplica únicamente para apariciones públicas, nos pasa a todos, todo el tiempo. Pero como me lo dijo mi esposo claramente: “Si alguien se acercara a vos respetuosamente y te debatiera algún punto que no comparte con vos, podrías resistirlo o debatirlo. Pero cuando hay personas que simplemente te rechazan por motivos abstractos y personales, no podés luchar contra el vacío”. Aun así, el rechazo duele. No somos moneditas de oro.
¿Qué podemos hacer? ¿Podemos verdaderamente ignorar a estas personas y estos rechazos y seguir adelante? No es tan fácil, pensemos por ejemplo en un niño enfrentando bullies en la escuela diariamente. Y sin embargo, debemos evitar el instinto de luchar contra el vacío. Lo único que se me ocurre es refugiarnos en la solidaridad, aprender a genuinamente alegrarnos por los triunfos de otras personas, ofrecerle una mano a quien lo necesita. Aplicando el principio de solidaridad, crecemos y nos fortalecemos de formas que ni siquiera habríamos sospechado, y quizás podamos ofrecer un lugar seguro a quienes están sufriendo.
No darle tiempo
La gente que habla inglés le llama “walk it off”. Algo así como no ser quejicas, darle tiempo y “walk it off”. Si viéramos a alguien con una pierna rota, jamás le diríamos que no fuera quejica y se aguantara hasta recuperarse. Pero sí lo hacemos con nuestra salud mental, porque no podemos ver nuestras emociones rotas. Esto tiene que parar. No, no le des tiempo. Buscá ayuda, hablá con alguien.
Necesitamos construir una red de apoyo genuina alrededor de nosotros. Tener el valor de salir de patrones de pensamiento nocivos, y de relaciones nocivas. Nosotros tenemos que ser el amor de nuestra vida y amar saludablemente a otras personas debería ser nuestro más profundo propósito.1
Bukowski escribió una vez: "Todos vamos a morir, todos nosotros, ¡menudo circo! Debería bastar con eso para que nos amáramos unos a otros, pero no es así. Nos aterrorizan y aplastan las trivialidades, nos devora la nada”.
No somos moneditas de oro, y primero debemos hacer las paces con eso. Y sin embargo, tenemos una capacidad enorme de tener impacto en la vida de otras personas. Nuestra propia sanación y felicidad, estoy convencida, vendrán de elegir usar ese impacto para dar valor y apoyo a la vida de los demás, y dejar de vivir centrados en nosotros mismos, siguiendo indicadores absurdos de éxito y satisfacción
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