Cuando surge la pregunta: ¿cuál sería la ciudad ideal?, una serie de sensaciones y respuestas llegan a la cabeza al instante; por cada persona hay una infinidad de posibilidades de lo que sería y como funcionaria esta ciudad. Cada respuesta trae consigo el factor de relación, desde una simple mirada hasta un apretón de manos en la calle o acera. La interacción humana trae consigo la necesidad de espacios urbanos multifuncionales y muchas veces no planificados para el desarrollo de las comunidades (Gehl, 2010).
Una ciudad o región urbana lleva de manera intrínseca y obligatoria un orden social colectivo y multifuncional, territorialmente delimitado por diversas variables que lo afectan en el momento, por lo tanto, estos espacios no son inmutables y al contrario se rigen por una estructuración de producción, consumo e intercambio (Castels, 1988).
En el aspecto urbano, algunas de las ciudades centrales de las provincias de Costa Rica funcionan bajo una grilla ortogonal previa, establecida en la época colonial, donde los espacios de reunión tienen su importancia. Se crearon plazas y parques en el centro de las ciudades, pero con una escasa noción sobre el espontáneo crecimiento urbano, el cual se da principalmente en los extremos de las regiones, donde las regulaciones sobre la planificación urbana se van perdiendo poco a poco.
“(...) pueden imaginarse dos modelos de organización del espacio: uno, el espacio integrador, en el que conviven personas de distinta condición social que comparten ciertos bienes públicos aunque sus condiciones de vida sean también muy diferentes. El otro es el del hábitat segregado, el espacio en donde las clases sociales no se mezclan ni en el barrio, ni en la escuela, ni en el espacio público. Los indicadores de segregación espacial pueden ser muy diversos, van desde lo más evidente que es la comunidad cerrada, hasta lo menos evidente que es el costo de la tierra (porque es un valor sujeto a múltiples expectativas o a mediaciones fiscales)” (Sojo, 2010).
La ciudad “metrópoli” de Costa Rica recae en San José, donde las actividades económicas y sociales se localizan en la ciudad capital, expandiéndose a otros cantones periféricos, creando una región, llamada el “Gran Área Metropolitana”. Estos poros de acumulación desplazan a las actividades agropecuarias a otras regiones rurales aisladas y en condición de pobreza, creando una fuerte exclusión social con baja inserción al mercado laboral o con acceso nulo para gran parte de la ciudadanía, colocando las mejores oportunidades laborales y las oportunidades de movilidad social en los centros urbanos, donde descansa la estructura económica y social del país (Vargas y Carvajal, 1988).
Nuestras ciudades son diversas, son un gran mosaico de colores, tamaños y texturas que las hacen únicas, sin embargo, este sistema es complejo, persisten muchos factores que conviven al mismo tiempo, en el mismo espacio y en la misma sociedad. Las zonas urbanas se sientan sobre un espacio físico con una historia y una identidad que se ha forjado con el paso de los años y descansa sobre las tradiciones, las costumbres y la religión. Este orden social crea su propio concepto dual de moral como sistema ideal y la normativa para la convivencia en sociedad (Töennies, 1964).
En síntesis, las zonas urbanas son los espacios más democráticos, donde vemos lo diversa que es la sociedad costarricense. Estos espacios se basan en un tipo de “contrato social” para lograr la vida en armonía y paz, sin embargo esta utópica idea no se logra, pues la exclusión social, la escasa planificación urbana y las políticas públicas neoliberales de las últimas décadas han proliferado sectores inseguros y violentos.
El aumento demográfico y el modelo económico nacional afecta a la mayor parte de regiones rurales del país donde hay poca inversión pública y mayor desempleo, principales causas del incremento de comunidades marginales en las ciudades como focos de pobreza y una de las consecuencias es que miles de familias han tratado de emigrar a los centros urbanos en búsqueda de mejores condiciones de vida. Esta nueva población no logra integrarse a un mercado laboral que logre nuevas oportunidades de movilización social para salir de la línea de pobreza, creado cada vez mayor brecha social. La segregación de la población, como efecto urbano de todo este crecimiento, es una realidad donde se puede observar a los sectores más pobres comenzar a salirse de la zona central y tomar el poder de los espacios residuales, que en su mayoría quedan en los bordes, adueñándose de espacios vacíos y viviendo bajo en zonas ilegales.
Con el paso del tiempo estos espacios comienzan a ser una opción para más personas pertenecientes a un sector urbano-marginal de la población costarricense. Ante la falta de servicios básicos, el poco ingreso económico de sus habitantes y la escasa infraestructura pública, se genera una serie de consecuencias que van desde la falta de seguridad, el escaso o nulo equipamiento urbano, pocos espacios de desarrollo social y un sentimiento de abandono estatal expresado en la inacción de las autoridades y en el deterioro de servicios básicos como salud, educación, seguridad y justicia (Calderón y Salazar, 2015).
La Conferencia Regional sobre Desarrollo Social (2015) afirma que para garantizar derechos, erradicar la pobreza y disminuir la desigualdad no hay un modelo único deseable, sino desafíos que deben abordarse dentro del contexto institucional. Se debe fortalecer el papel del desarrollo social en la agenda pública y la capacidad de coordinación y articulación de las políticas de superación de la pobreza con las políticas de protección social, transformando la idea de gasto corriente en la de inversión social, tanto en lo referente al financiamiento como a la ejecución. Las condiciones de sociabilidad, la comunicación y la integración vecinal pueden dar inicio como herramienta para mejorar la eficiencia de la inversión gubernamental. Se requieren de espacios aptos para la autogestión para consolidar el desarrollo de la comunidad, permiten a los habitantes orientarse y conocer con los recursos que cuenta y así implantar un sentimiento de pertenencia e identidad para así reforzar un desarrollo en comunidad.
“La esencia del cuerpo social y de la voluntad consiste en armonía, tradiciones, costumbres y religión, cuyas formas múltiples se desarrollan en condiciones, favorables mientras viven. Así, cada individuo recibe su parte de ese centro común, que se manifiesta en su propia esfera, es decir, en sus sentimientos, en su mente y su corazón (...)” (Toennies, 1964).
Las ciudades deben estar planificadas con un sentido incluyente, promoviendo espacios para todos, lo cual va a repercutir directamente en la búsqueda de oportunidades para lograr una movilidad social para los grupos vulnerables. Debe existir una mejor inversión pública, empezando por infraestructura de calidad que permita eliminar brechas y generar puentes para el desarrollo de las zonas rurales, que han sido segregadas y cuentan con los mayores índices de pobreza y desempleo. No solo debemos contar con una metrópoli central en nuestra capital, sino que debemos avanzar en crear nuevos focos a lo largo y ancho del país para avanzar juntos.
Referencias
Castells, Manuel (1988) “Problemas de investigación en sociología urbana” Siglo XXI Editores. México.
Rodolfo Calderón y Karla Salazar. (2015). Dinámicas de violencia en las comunidades costarricenses. En Exclusión social y violencia en territorios urbanos Centroamericanos (pp. 61-69). Costa Rica: Flacso.
Sojo, Carlos. (2010). Igualiticos. Costa Rica: Flacso.
Töennies, Ferdinand (2003) “De la comunidad a la sociedad” en Etzioni, Amitai y Etzioni, Eva “Los cambios sociales”. Fondo de Cultura Económica. México (pp. 66-73).
Vargas Cullel, J. y Carvajal Alvarado, Gmo. (1988) “El surgimiento de un espacio urbano-metropolitano en el Valle Central de Costa Rica: 1950-1980” en Fernández, Rodrigo y Lungo, Mario “La estructuración de las capitales centroamericanas”. EDUCA, San José, Costa Rica (pp. 183-223).
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