Durante estas controvertidas elecciones sucedió algo que para muchos, incluyéndome, fue inesperado. Nos fuimos a vacaciones de fin de año con una población dividida entre la indecisión (33%) y 3 candidatos en los primeros lugares: Juan Diego Castro (17%), Álvarez Desanti (15%) y Rodolfo Piza (9%), pero terminamos con Fabricio Alvarado y Carlos Alvarado en la Segunda Ronda.
Ya todos sabemos lo que pasó, nos atravesaron el caballo (y no el de Juan Carlos Bolaños...). Tras la respuesta consultiva de La Corte Interamericana de Derechos Humanos y la irresponsabilidad de algunos medios de premiar los “dimes y diretes” sobre la discusión de fondo en debates nacionales se creó el escenario ideal para que nos pasaran la factura 20 años de mala gestión pública.
El discurso populista ganó
El 4 de febrero salieron a votar 2 Costa Ricas, la del Valle Central y la de la periferia. Eso que temieron analistas y politólogos a inicios de los 90 se hizo realidad: la democracia costarricense de la que tanto nos jactamos no sería más sostenible si no se acompañaba el proceso democrático, de la democracia social. Tarde o temprano, de no procurar un desarrollo justo para toda la población, el sistema democrático costarricense, que Furlong (1994) explica como una mentalidad colectiva que procura un entendimiento mutuo y relaciones equitativas pata obtener consenso, terminaría sucumbiendo.
Y es que no podemos pedir a una sociedad que vive en la pobreza (20% y 6+% en pobreza extrema), con limitado acceso a educación de calidad y oportunidades de trabajo digno (más del 40% de los jóvenes entre 15 y 24 años no estudian ni trabajan), que se interese por los derechos humanos cuando no puede resolver ni siquiera los suyos de primera y segunda generación.
No podemos culpar a esa clase media que todos los días se enfrenta al caos vial, al aumento de la inseguridad, la desigualdad y el alto costo de la vida, y que es testigo de los escándalos de corrupción, si perdió la fe en el proceso democrático y le da pereza ejercer su derecho y deber de votar.
No se vale alzar la bandera del progresismo y la indignación sin ponerse en los zapatos del otro y sin entender qué hay detrás de la defensa ciega en una u otra postura de esta Costa Rica polarizada.
¿Y ahora qué sigue?
En América Latina el populismo ha surgido como una respuesta a la “severa crisis en el sistema de representación política, traducida no solo en la pérdida de confianza de la sociedad en los partidos políticos, sino también respecto a los políticos profesionales tradicionales”, desembocando en gobiernos como el de Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, entre otros.
Si no queremos caminar pronto el mismo camino, a usted y a mí nos toca desenmascarar el populismo. Socavar el discurso vacío y monotemático para dar lugar a las propuestas concretas y comprobables que hagan frente a los problemas que tenemos como sociedad. No se trata de “elegir al menos malo”, se trata de exigir a los candidatos que sean honestos y gobiernen para los 82 cantones de Costa Rica. Se trata de informarse e informar sobre los pro y los contras de cada una de las propuestas en los planes de gobierno y elegir la que represente lo mejor para la mayoría.
Nos toca estar más presentes y ser críticos no solo ahora, sino a lo largo de los siguientes 4 años. Usted y yo somos parte de esta empresa y también nos toca trabajar.
A los candidatos a la presidencia les toca abrirse al diálogo y rodearse del mejor equipo para gobernar. Este pueblo los eligió como su última esperanza, de uno de ustedes dependerá que esta empresa a punto de irse a la quiebra, salga de la crisis y que retome el rumbo hacia un bienestar para toda la sociedad.
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