Antes de cada nueva elección presidencial, la política costarricense vive su propio intento de renovación. Nuevos o anteriores candidatos llegan con entusiasmo y con la promesa de cambio, pero a veces, algunos, confunden la independencia con la ruptura total, como si el simple acto de negar lo anterior bastara para crear algo nuevo. Sin embargo, la independencia genuina no surge del olvido, sino de la conciencia del origen.
La historia enseña que las transformaciones más duraderas no nacen de la negación, sino del diálogo. Los liderazgos sólidos, lo hacen con una mirada crítica, pero también con respeto por quienes los precedieron. La independencia que construye se apoya en la comprensión; la que destruye, en el desconocimiento. Renovar un movimiento, una institución o una idea no requiere borrar la memoria, sino fortalecer lo esencial y transformar lo obsoleto. Las organizaciones ya sean políticas, académicas o médicas son comunidades depositarias de memoria. Despreciar sus raíces no las moderniza: las deja sin orientación. La memoria nacional, lejos de ser una carga, es una brújula que permite no repetir errores y sostener lo que vale la pena preservar. La historia no debe ser un pedestal ni una excusa, pero tampoco un estorbo. El equilibrio está en saber mirar atrás sin quedarse ahí; en aprender sin idealizar y avanzar sin borrar.
El educador costarricense Omar Dengo escribió: “El adquirir conciencia de aquello que me creó, me hace creador.” Esa afirmación encierra una verdad que trasciende la educación: solo quien comprende sus convicciones y su historia puede crear algo nuevo con sentido. Negar el pasado no libera; vacía. Reconocerlo, en cambio, da profundidad y propósito a la creación. En cualquier ámbito -la política, la ciencia, la medicina- el progreso real no surge de la negación de lo aprendido, sino de su superación consciente.
En medicina, desde los primeros años, se aprende a respetar al maestro. No porque sea infalible, sino porque su experiencia revela los límites del conocimiento propio. Y cuando la situación es incierta o difícil, volver a él o a ella es un acto de humildad profesional, no de dependencia. Esa relación enseña algo valioso: reconocer la guía de quien sabe más no debilita la autonomía; la fortalece. En cualquier campo, la independencia madura convive con la gratitud y el aprendizaje continuo.
Un futuro con raíces
Costa Rica necesita liderazgos, instituciones y proyectos que unan en lugar de borrar.
El desafío no es romper con el pasado, sino dialogar con él para construir algo mejor.
Porque el futuro no pertenece a quienes niegan la historia, sino a quienes la entienden lo suficiente como para transformarla. En la Costa Rica que deseamos construir, todos caben, deberá ser una construcción intergeneracional, de consensos, de acuerdos, de vernos como ciudadanos, no como enemigos. Ojala los candidatos y las candidatas que compiten por la Presidencia de la República así lo entiendan y que su afán por diferenciarse se vea reflejados en sus propuestas y sus ideas, plasmadas en un programa de gobierno congruente con las necesidades de país.
En la medicina, y también en la vida pública se debería cumplir una misma ley: sin raíces no hay futuro, y sin memoria no hay creación.
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