Costa Rica posee un gran propósito: generar bienestar a partir de la paz, la educación y el respeto por la naturaleza, esa vocación ha sido su gran fortaleza ya que es buena tanto para sus ciudadanos, como para turistas e inversionistas internacionales que lo perciben como un destino estable, verde y confiable. Sin embargo, la voluntad nacional se diluye cuando los proyectos enfrentan trámites interminables o una falta de visión mediadora y egoísta.

El país demostró sabiduría al apostar temprano por el ecoturismo y las energías limpias, esa visión lo posicionó globalmente como un modelo de sostenibilidad, pero en los últimos años esa intuición se ha desconectado o se ha dado por sentada y se ha vuelto más defensiva que creativa. Costa Rica necesita atreverse de nuevo.

Las instituciones ofrecen estabilidad, pero su exceso de trámites ahuyenta las oportunidades. Una ventanilla única eficiente y digital sería más útil que muchos discursos sobre competitividad. La inversión internacional no le teme a las normas; le teme a los laberintos.

La amabilidad de los costarricenses sigue siendo un imán. Ese capital humano cálido y educado es parte esencial de la marca-país, pero la cordialidad sin estrategia puede no ser percibida tan atractiva ahí afuera, necesita dirección y enfoque.

El sistema judicial y el respeto por la ley brindan seguridad, pero su lentitud y falta de carácter en la gestión limita la eficiencia que demanda el mundo. La disciplina debe medirse en resultados, no en más leyes y reglamentos.

La belleza natural del país es su carta más poderosa. Quizá ningún otro destino combina selva, playa y paz social con tanta armonía. Sin embargo, esa belleza exige mantenimiento. Infraestructura deteriorada, contaminación visual de calles y crecimiento desordenado sin planes reguladores son señales de descuido. La naturaleza sola no sostiene la reputación; el orden también comunica valor.

Costa Rica ha demostrado resiliencia económica y social, superando crisis sin daños mayores, pero la resiliencia no negocia con la complacencia. La falta de renovación y la lentitud para adaptarse hacen que otros países de la región avancen más rápido en cambiar y captar inversión.

El país comunica bien su esencia con el famoso “Pura Vida”, pero necesita perseverar en lograr nuevos horizontes, resaltar la identidad por región, Guanacaste, Osa, Caribe, Zona Norte deben resaltar sus identidades individuales para complementar la identidad nacional.

En términos logísticos, la conectividad aérea es buena, pero el transporte terrestre sigue siendo un desafío. La falta de carreteras modernas o trenes limita el desarrollo de destinos emergentes en las costas y zonas rurales.

En el ámbito práctico, Costa Rica ya ofrece un entorno confiable, educación, salud y un estilo de vida envidiable, sin embargo, la informalidad y la desigualdad territorial impiden que ese bienestar sea uniforme. Solo se puede ser un país desarrollado cuando cada parte del territorio desarrolle sus fortalezas.

El país tiene el potencial de ser un modelo de prosperidad sostenible si alinea su visión, su voluntad y su ejecución. Necesita una agenda nacional que combine propósito, planificación y resultados. Si logra traducir su vocación ecológica en productos turísticos y de inversión bien estructurados, Costa Rica podrá mantener su brillo transformándolo en un haz de luz enfocado, constante y duradero.

En síntesis, Costa Rica no necesita inventarse de nuevo, sino reencontrarse con su mejor versión: la de un país que entiende que la paz, la naturaleza y la confianza solo generan valor cuando se organizan con inteligencia, con disciplina y con propósito.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.