Ayer vi la nueva película de Superman y aprendí una lección poderosa que quiero trasladar al ámbito electoral: en tiempos donde gritar parece más fácil que escuchar, esta película me recordó que la verdadera rebeldía está en la decencia. Hace un año tuve la oportunidad de dirigir un debate de candidaturas al FEUCR, cuando me desempeñaba como presidente del Tribunal Electoral Estudiantil de Guanacaste. No imaginé que una película de superhéroes me devolvería a aquel momento.
Recuerdo que, al cerrar aquel debate, quise dejar un mensaje claro: una invitación a la paz, a la cordialidad y al debate de altura, al verdadero intercambio de ideas.
Dije entonces:
De chiquititos van para grandes, y yo no quiero que los males de la política nacional se repliquen en la política universitaria.”
Ayer, mientras veía Superman, recordé justamente eso. Recordé que la vida va mucho más allá de la envidia, el individualismo o la arrogancia de creer que uno es el mejor y que los demás no saben nada, esa misma soberbia que encarna Lex Luthor. No, la vida no se trata de eso. La vida se trata de hacer lo correcto, simplemente porque es lo correcto.
Por eso creo firmemente que, si las personas candidatas a ocupar diputaciones o la Presidencia de la República quieren ser realmente rebeldes, deben demostrarlo con integridad, respeto y un genuino compromiso por el desarrollo del país, más allá de la necesidad de alimentar un ego o de ocupar una silla importante.
Sé que habrá candidaturas que me dirán: “yo nunca le he faltado el respeto a nadie, de mi boca no ha salido insulto alguno”. Perdón, pero muchas veces se puede maltratar a una persona sin pronunciar una sola palabra ofensiva. ¿Cuál es la necesidad de llamar incompetente a quien se debate? ¿Cuál es la necesidad de tildar de ignorante a un competidor? Esto no se trata de rivales políticos. Desde el momento en que se concibe así, ya se empezó mal. Los políticos que han replicado esa postura durante años han transformado lo que alguna vez fue una fiesta democrática en un evento cuatrienal agotador y hostil.
Está perfecto cuestionar los atestados, ideales, propuestas y actitudes de quienes se postulan; de hecho, es necesario hacerlo. Pero ese cuestionamiento debe surgir desde el respeto, la argumentación con fundamento —porque hay quienes debaten con falacias o simples inventos— y el intercambio de ideas. Siempre cuestionaré a las candidaturas que basan su discurso en “tirarle” a los demás, pero nunca presentan sus propios proyectos.
Honestamente, resulta cansado ver cada semana un espectáculo de insultos, gritos, alaridos, ideas endebles y cuestionamientos sin sentido. Sí, está bien cuestionar. Pero hay que hacerlo por las razones correctas, no porque alguien no nos deja hacer lo que se nos antoja. Como me enseñó mi mamá: eso se llama malacrianza.
Entonces… ¿a qué voy con Superman, Lex Luthor y esta comparación de situaciones?
Genuinamente creo que quienes habitamos este hermoso país nos hemos convertido, por momentos, en seres irracionales: odiamos, criticamos y juzgamos sin razón; nos peleamos entre nosotros mismos y hasta nos hacemos zancadillas. Y eso ocurre tanto en la ciudadanía como en las representaciones políticas.
Pensar que una masa uniforme va a resolver la crisis de seguridad, educación, salud o ambiente es un error. Lo que puede salvarnos es la esperanza, la empatía y la disposición de ayudarnos unos a otros. Las verdaderas transformaciones comienzan cuando quienes tienen mayor visibilidad dan el ejemplo. Porque, seamos honestos, es profundamente triste ver a dos “pelados” —que al final son quienes sufren las decisiones de quienes están arriba— peleándose en redes por un político que uno tiene endiosado y el otro tachado. Ninguno gana nada. El país, en cambio, pierde siempre.
Hoy, el mayor acto de rebeldía es ser amable, porque pareciera ser lo más difícil.
Y por eso no invito, sino reto a todas las candidaturas a debatir con propuestas sólidas, bien estructuradas y con respeto. Porque, en el plano político actual, ese —precisamente ese— sería el mayor acto de rebeldía: no gritar como locos por unos votos, sino construir con altura.
Y si el competidor político recurre al discurso del odio, hay que tener algo muy claro: al odio se le responde con empatía. Hay que seguir dándole amor al mundo, aunque no siempre lo devuelva.
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