Costa Rica no es una isla sin ningún tipo de interdependencia, aislada de las corrientes de pensamiento y acciones geopolíticas. Hemos ido configurando nuestro espacio habitable con estrategias materiales y no materiales, logrando crear un hogar simbólico e identitario que refleja nuestras formas de diálogo político, producción y educación.

Al ser un espacio no solo físico, sino cultural y simbólico, compuesto por grupos y personas, se convierte de una red de conexiones sociales y emocionales, donde es importante los vínculos. Es un lugar donde sentimos, creamos confianza, y experiencias y significados con los vecinos, con la comunidad. No obstante, actualmente está siendo atacada por la posverdad, la mentira y la violencia, como argumentar que “cayó una mordaza” en pleno inicio de campaña electoral.

Hay algo que poco se menciona con el avance de las autocracias y la posverdad y es el costo a nivel psicosocial y el peso que esto ocasiona en la salud mental y en la participación y el interés de formar parte del país. En Costa Rica, para entender ese peso y la aparición del desinterés por participar requiere un poco de retrospectiva.

Desde un punto de vista histórico, tenemos orígenes complicados. La cultura política e institucional, tiene legados en la colonia. Si bien es cierto tuvimos un proceso diferenciador frente al resto de Centroamérica, el centralismo se ha quedado entre nosotros junto con la figura del rey. El maestro/a ha pasado de ser un agente clave del siglo XIX a ser perseguido como “pensionado de lujo”, al igual que el funcionario público, etiquetándolo de vago y a otros cómo parásitos que chupan de las arcas del Estado.

Súmele que Costa Rica venía con una cola de apatía desde los primeros casos de corrupción de los 90, con un viejo patrón de crianza que consideraba que la figura de poder es el ordeno y mando, usando la cultura de “a mí me enseñaron con la faja”, como parte de ese legado de la figura de autoridad necesaria por el país, al ver que no se obtienen resultados en educación, infraestructura, salud y empleo realmente importantes.

Precisamente, ese cuerpo amorfo llamado “chavismo”, no como partido claro, consume esa narrativa de figura del macho, imponiendo miedo y no respeto. Sobre esta base, hay una apatía y desazón producto de una institucionalidad en archipiélago con pocos resultados efectivos, deudas históricas como las presas, las filas en la CCSS, las brechas de oportunidades y desarrollo marcadas entre la ciudad y lo rural, con claros bolsones de pobreza y una alta tasa de desempleo.

A este estado crónico de la salud histórico costarricense, súmele la ola de violencia interna, la persecución, la homofobia y la xenofobia en un contexto geopolítico internacional, que ha usado la diplomacia transaccional para imponer una visión y adulación por el más poderoso en esa lucha por las cuotas de poder en un nuevo orden mundial.

¿Dónde queda Costa Rica en este espacio y dinámicas?

Países vecinos ya tienen experiencia, con la llegada de la posverdad, la corrupción, el enquiste en la silla presidencial, la apatía, el negacionismo de la ciencia y la búsqueda constante de la mentira y la desmoralización. Terminan siendo dictaduras donde miles de personas tienen que huir, mientras que, mediante la violencia o autorizaciones subrepticias e informales, empujan a que haya una adhesión a ese pensamiento político, praxis política o sino tendrá que irse.

Acá vimos efectos de esas dinámicas, con la recepción de los migrantes, el uso de la migración como moneda de cambio a nivel internacional, o como ese cancelado “sospechoso” de visas de forma legítima, o los impuestos por negociar con un cierto país de Asia.

No seamos ciegos, así empezó en muchos países, tanto en Europa y Latinoamérica. Siempre busca dividir, odiar y adoctrinar sectores para que alimenten directa o indirectamente (propaganda). Aquí ya muchos han caído en ese juego, en la búsqueda de la razón y no la verdad, han decidido enfrascarse en que se trata de un modelo de izquierda o de derecha, o la eterna lucha de clases, que si los gringos o los chinos; renunciando a ver cómo los países se arman hasta los dientes para “disuadir” y continuar la línea de esas relaciones de poder.

La plata no se mueve si no hay organización y capacidad, pero sin salud mental y física, será de poco interés organizarse para participar, porque enfermos y desmovilizados, no se va tan lejos ni mucho menos invalidando al otro, como ha sucedido acá con aquellos que mordieron el anzuelo, reproduciendo el discurso de odio con etiquetas llamándolos: “los del lenguaje inclusivo de las y los”, “los woke”, “los izquierdistas”, “las feministas”, “los pensionados de lujo”, “los progre”, sin saber que sin mucho de esto, no hubiese seguridad social al día de hoy para esa cremita de rosas, no hubiese ascenso social y las mujeres seguirían en la edad de piedra sin saber que es votar.

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