El mundo gira en torno a un nuevo orden del comercio internacional. Las reglas con las que veníamos acostumbrados a trabajar, y con las que Costa Rica ha sido un país exitoso, están cambiando. El multilateralismo y la globalización fracasaron en mejorar la calidad de vida en los países desarrollados y ahora los votantes de esas naciones demandan cambios más radicales.

Esto no quiere decir que el comercio internacional desaparecerá, ni nada parecido. Sin embargo, es una realidad que los países desarrollados están adoptando políticas más proteccionistas, desde aranceles como el caso de Estados Unidos, hasta regulaciones ambientales y laborales que realmente buscan limitar la competencia externa como el Pacto Verde Europeo. China por su lado realmente nunca se abrió a las importaciones, ellos venden, pero no compran.

En este escenario, un país como Costa Rica que siempre ha vivido del comercio internacional debe readaptar su estrategia, como lo ha hecho de forma exitosa en el pasado. Costa Rica inició apostándole al café, luego diversificó la oferta de productos agrícolas y participó en exportación de servicios como “call centers”. Posteriormente se dio el paso a servicios profesionales y dispositivos médicos. Ante un mundo cambiante, Costa Rica siempre ha sabido dar la talla.

Hoy el país cuenta con dos activos envidiables a nivel regional: una mano de obra muy calificada para la prestación de servicios de alta tecnología y una matriz eléctrica renovable que depende poco del extranjero (aunque requiere más inversión pública y privada). Sin embargo, a pesar de esos activos el país no tiene una empresa nacional referente en exportación de tecnología. Eso coloca a Costa Rica en una situación de vulnerabilidad conforme los países desarrollados intentan reclamar de regreso algunos de los trabajos que sus empresas hacen remotamente.

A pesar de lo anterior, Costa Rica sí tiene una empresa nacional de tecnología, que ya ofrece servicios B2B con credibilidad y puede reunir el capital para dar el salto al exterior; sin embargo, es una empresa estatal. Desligar a Kolbi de las discusiones ideológicas es una tarea compleja, pero quizá necesaria en este contexto. La Ley Orgánica del ICE no le permite concentrar esfuerzos en exportación de servicios de forma competitiva. Reformar esta normativa puede ser quizá la decisión comercial más estratégica que tome el país en la próxima década.

La reforma tiene que ser flexible y tendrá opositores de todas las ideologías. Por un lado, pensar en que una empresa estatal se ponga a exportar generará temores en la derecha por los experimentos fallidos de un Estado empresario ineficiente y politizado, pero esto no tiene que ser así. Singapur es un ejemplo de lo que un país con una población similar y menor tamaño puede hacer; allí sus fondos soberanos controlan empresas exitosas en tecnología como ST Engineering y Singtel. Por otro lado, para que este plan funcione hay que dejar la burocracia tica de lado, que usualmente es apoyada por la izquierda. Para las actividades de exportación de Kolbi hay que permitirle hacer alianzas con proveedores regionales de forma directa, eliminar aprobaciones previas de la Controlaría y limitar la injerencia de los sindicatos en la operación en el extranjero. Solo así podría esta oferta ser competitiva a nivel regional.

Del lado administrativo, Kolbi también tiene que ser una empresa cautelosa, donde lo más lógico sería exportar en el mercado centroamericano que es cercano y requiere servicios B2B en la nube, así como ciberseguridad y digitalización para los gobiernos. El mercado de las telecomunicaciones tradicionales B2C está muy saturado y tal vez no vale la pena entrar allí, a menos que haya una oportunidad específica.

Costa Rica necesita desarrollar en la próxima década una capacidad propia de exportación de servicios de tecnología que además permita el surgimiento de otros encadenamientos. Sé que la idea de un Kolbi exportador puede sonar disruptiva y llena de dificultades políticas, pero si no se discute ahora, tal vez será tarde después.

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