El antisemitismo se ha normalizado de una manera alarmante. También en Costa Rica. En ciertas mentes ha calado una narrativa antigua y peligrosa: una vez más, los judíos aparecemos como los grandes sospechosos de la imaginación occidental.

Cada vez que surge una ansiedad social o un temor colectivo, el “judío” se convierte en la explicación por defecto. La historia ya ha demostrado los riesgos de ese mecanismo. No importa si se sustenta en mentiras o en hechos falsos: la sospecha siempre termina señalándonos. Algunos medios de prensa no son inmunes a este sesgo.

El mismo New York Times publicó en primera plana la foto de un niño gazati con problemas médicos asegurando que era víctima de hambruna; días después, escondió el descargo en una página secundaria, con apenas una fracción de lectores. Peor aún, algunos medios locales, pseudo intelectuales de chancletas o de pelo largo repitieron esta narrativa, como si fuese basado en periodismo de calidad, cuando en realidad recordaba a los libelos medievales que tanto dolor sembraron.

Es innegable que la situación en Gaza es una desgracia, una guerra más en un mundo cruel y plagado de guerras. Pero basta observar que el mundo islámico ha sido escenario de atrocidades diez veces mayores en la última década —de Siria a Sudán— sin que ello radicalizara a la opinión pública contra el islam. Esto evidencia que no se trata de “crímenes”, sino de un prejuicio milenario dirigido a los judíos.

En otras guerras no hemos visto plantones todos los jueves en la Fuente de la Hispanidad, ni diputados ondeando banderas palestinas de manera permanente, muchas veces incluso al revés. No hemos visto recolectas de dinero que supuestamente llegan a Gaza, lo cual además contradice el relato de un “genocidio” o de una “hambruna” puesto aparentemente hay mucho que se puede comprar en Gaza.

En otros conflictos no hemos visto cosas como hemos visto en este: llamados a sustituir la bandera costarricense en el Día de la Independencia, ni artistas judíos costarricenses amenazados por exponer su obra, ni campañas en redes sociales para boicotear negocios de ticos de religión judia.

Apoyar la libertad y la mejora de vida de los palestinos es una causa legítima. Pero cruzar la línea hacia el silencio ante los secuestrados, la justificación de los crímenes de Hamás o la propagación de consignas antisemitas, es injustificable y, además, no mejora en nada la vida de los propios palestinos. Solo ayuda a incrementar los odios, y por ende, a alejar una posible solución pacifica.

Mientras tanto, parece que el antisemitismo sigue inscrito en la arquitectura mental de muchos. Hoy parece florecer entre sectores de la izquierda woke local. Autodenominados progresistas, humanistas e intelectuales han asumido el papel de portadores de este odio reciclado.

Ningún costarricense de ascendencia rusa responde por las acciones de Putin. Ningún musulmán debe dar cuentas por los crímenes de Boko Haram o del Estado Islámico. Ningún cristiano responde por las cruzadas ni por los abusos de sacerdotes. Pero los judíos, en Costa Rica y en cualquier parte del mundo, somos confrontados por los conflictos en Gaza. Somos interpelados por el apoyo a la defensa de Israel, que fue atacado de manera cruel el 7 de octubre del 2023.

Mientras tanto, y solo como ejemplo, en Londres, casi una docena de ataques a sinagogas ocurrieron en pocos días, mientras iglesias y mezquitas permanecían abiertas sin medidas extraordinarias. En cualquier ciudad, incluso en nuestro pacífico país, las sinagogas necesitan guardias armados para garantizar su seguridad.

Esa es la traducción cotidiana de lo que significa ser judío en el siglo XXI. Solo los judíos cargamos con las supuestas faltas de otros judíos. Solo los crímenes —reales o inventados— de Israel adquieren un carácter universal y paradigmático. Pareciera a veces que solo el Estado de Israel no tiene derecho a defenderse del terrorismo.

El Sionismo es el deseo del pueblo judío de tener su país en su tierra ancestral de Judea. Ese deseo se convirtió en realidad con la Partición en 1947 (que los árabes – como se llamaban entonces – rechazaron) y con la fundación del Estado de Israel en 1948. Negarle este derecho solamente a los judíos, pero mantenerlo para todos los demás, es ser racista contra los judíos. Llamarse hoy en día “antisionista” es solamente un disfraz moderno utilizado principalmente por estos pseudo humanistas para no tener que usar la palabra “antisemita”.

Existen guerras mucho más cruentas, con hambrunas y genocidios en curso, y sin embargo Gaza es la única que moviliza plazas, titulares y furias. La misma Gaza que tiene frontera con Egipto, que podría aceptar refugiados y salvarles su dignidad. Pero contra Egipto, o los egipcios esparcidos en el mundo, nadie se pronuncia.

Ese doble rasero de exigir derechos para un pueblo, pero negarlo solamente para uno otro, la doble moral de manifestarse solo en contra de una guerra, pero callar en las otras, los llamados a boicot comercial o cultural, y las exigencias ridículas a los judíos costarricenses, es en si mismo, una manifestación contemporánea del antisemitismo.

El problema es profundo y peligroso. Otros pueblos pueden cometer delitos; a los judíos se nos presupone delincuentes por naturaleza. Esa idea es injusta y devastadora. La historia nos advierte a dónde conduce. Si no aprendemos a identificar y combatir este prejuicio en todas sus formas, volveremos a abrir las puertas de un ciclo que la humanidad juró no repetir.

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