Costa Rica atraviesa uno de los momentos más tensos de su historia democrática reciente. Las tensiones entre poderes, los procesos de levantamiento de inmunidad presidencial nunca antes vista, el uso político de las instituciones, la desinformación y el debilitamiento de la confianza pública han generado una tormenta perfecta. Pero más grave aún es la pérdida progresiva del pensamiento crítico y del respeto por el orden constitucional.

Como estudiante de Derecho, no puedo callar ante lo que reconozco como una vulneración constante a los principios que dan forma a nuestro Estado Social de Derecho. La independencia de poderes, la sujeción a la ley y la defensa de la institucionalidad están siendo cuestionadas o atacadas desde discursos que promueven el populismo, la polarización o la desinformación.

Hoy más que nunca, es necesario devolverle al pueblo costarricense la seguridad jurídica. Esa certeza de que sus derechos están protegidos. Esa confianza de que las decisiones públicas se toman conforme a la Constitución, no al capricho de una mayoría política o de una figura de poder.

No podemos permitir que se vulnere el marco legal que protege áreas esenciales para la dignidad de la ciudadanía: el ambiente sano, la salud pública, la educación gratuita y de calidad, la seguridad ciudadana y la justicia social. Estas no son concesiones del Estado, son derechos fundamentales que deben ser defendidos con firmeza, especialmente en contextos de crisis política.

Y para hacerlo, el país necesita pensamiento crítico. No más fidelidades ciegas. No más titulares compartidos sin análisis. No más apatía disfrazada de neutralidad. El pensamiento crítico implica informarse, cuestionar con fundamentos, entender el marco jurídico, y asumir un rol activo como ciudadano.

Una democracia no se sostiene solo con elecciones, sino con principios. Y esos principios se defienden día a día, desde el aula, desde el hogar, desde los medios, desde los tribunales, desde la calle y desde el corazón de cada persona que decide no ser cómplice del silencio.

Costa Rica aún puede sanar. Pero para hacerlo, debemos empezar por pensar.

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