Revisando algunos clásicos en mi biblioteca, me encontré con el genial Fausto, de J. W. Goethe. En la página 42 de esta antigua edición de Editorial Porrúa, ya enmohecida, había dejado marcada, con una pestaña roja y un lápiz neón verde, parte de la conversación entre Mefistófeles y un estudiante. En particular, aquella frase que reza:

[P]recisamente allí donde faltan las ideas se presenta una palabra en punto y en sazón…”.

Una línea aparentemente sencilla, pero que desató en mí una serie de anécdotas del mundillo judicial, ese que suele estar plagado de fraseología que, como bien advertía el propio Mefisto, se transmite de forma casi hereditaria, como una enfermedad perenne.

La necesidad de eficiencia del sistema —así, pura y simple—, sin un correlativo incremento cualitativo en las resoluciones, ha encontrado en la oralidad una vía para desahogar el aparato de administración de justicia penal. El operador judicial, y lo digo con deliberado tono peyorativo (aunque, por supuesto, no pretendo generalizar, pues existen jueces y juezas de altísima calidad, que dignifican su función), se ve en estas resoluciones presionado a ofrecer de inmediato el fundamento de su decisión, sin contar con la asistencia directa de los potentes motores de inteligencia artificial que, en la actualidad, se han extendido con vertiginosa rapidez en la elaboración de documentos escritos.

La oralidad, tan sacralizada, deja ver con nitidez los prejuicios, sesgos y carencias tanto de quien decide como de los demás participantes en el acto comunicativo, sin eufemismos… al menos sería así, de no mediar el recurso al “estribillo”, equivalente oral de los “machotes” o formularios de la vía escrita.

El estribillo no es otra cosa que una o más frases cajoneras, de elasticidad superlativa, empleadas para resolver todo, o casi todo. Así, existen estribillos propios de la audiencia preliminar, que suelen reducirse a señalar que lo vertido por las partes ante el Tribunal se trata de “argumentos de fondo” impropios de esa etapa procesal y reservados al contradictorio; los hay para solicitudes de prisión preventiva u otras medidas cautelares, usualmente encaminados a demeritar los razonamientos de la defensa y reforzar riesgos procesales automáticos, mediante fórmulas del tipo: “sin embargo, dada la alta penalidad y la magnitud del daño causado, la única medida propicia es…”o “se respetan los excelentes argumentos de la defensa, pero no se pueden compartir” (sin externar las razones por los que tales argumentos no se comparten); y también existen los de corte subjetivista y moralista, que pretenden sustituir el razonamiento jurídico por un regaño solemne y una lógica intuitiva más propia, esta última, de una conversación casual en un bar que de un debate judicial.

Al operador le basta con activar la “velocidad crucero” y, en una imagen que recuerda a las ancianas que otrora recitaban con destreza el rosario en los novenarios patrios, soltar la información prefabricada y multimodal para decidir la vida de quienes tengan la infortunada circunstancia de participar en ese circo judicial. Los argumentos y teorías construidos con rigor para el caso concreto quedan así banalizados y descartados sin el menor análisis. Al operador no le interesan los trajes a la medida: prefiere resolver ad placitum, desde una zona confortable que demanda pocas ideas y apenas algo de buena memoria.

Con Boaventura de Sousa, quien acopió el concepto de justicia sacrificial, habría que advertir que ese tipo de “machotes orales” no pocas veces se limitan a mencionar, de manera programática, normas destinadas a la tutela de derechos, precisamente para transgredirlos. Y es que, sin duda, la sola desatención a los argumentos de las partes constituye ya una violenta afrenta a una administración de justicia penal que aspire a ser garante de los derechos de las personas. Pero el desaguisado de tener que presenciar una verborrea insulsa de esa índole podría pasar por una mala broma, que apenas provoca vergüenza ajena, si no fuera porque lo que está en juego es, nada menos, que la vida de seres humanos.

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