Ser un negocio “pet-friendly” es un concepto que ha estado en boca de todos, en los últimos días, con argumentos y opiniones diversas y contrapuestas. Para algunos, sin importar la raza o tipo de animal, las mascotas no pertenecen a espacios para “humanos”, como los centros comerciales o restaurantes; para otros, es impensable dejar a sus “perrijos” en casa mientras van de compras o paseo. Finalmente, para los comercios, es una opción llamativa, ya que admitir animales es una opción que atrae a un gran grupo de consumidores, el cual podría dejar de visitarlos si sus mascotas no son bienvenidas en esos espacios.
Entonces, como sociedad nos enfrentamos a una situación que para algunos podría haberse evitado y para otros presenta una oportunidad, un momento para cuestionarnos si lo estamos haciendo bien. A propósito, a Mahatma Gandhi se le atribuye la frase "la grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados."
Como dueños de perros: somos felices con su compañía, pero no todos los perros son felices en todos los espacios. Hay espacios que son ruidosos, con sonidos y movimientos inesperados y molestos para ellos. Es aquí donde moral y legalmente encontramos nuestra primera obligación como tenedores o guardianes de nuestras mascotas: “su bienestar”. Una manifestación de una buena tenencia de mascota es la socialización, pero, además, tenemos la obligación de ser buenos líderes con nuestras mascotas, de protegerlos y cuidarlos, lo cual implica: no exponerlos al dejarlos sueltos; darles espacio para hacer sus necesidades en lugares adecuados y recoger y limpiar si se requiere; ponerle un bozal en lugar público para evitar que nuestra mascota, aun si nunca ha demostrado agresividad, termine como objeto del juicio de todo un país.
Como familias, personas cuidadoras y sociedad en general: dicen que "se necesita una aldea para criar a un niño”. Ciertamente, es nuestra obligación como sociedad, enseñar a los niños a respetar los espacios de las personas y de los animales. Así como existe una convención social sobre cómo podemos o no acercarnos a otras personas sin despertar una reacción negativa, lo mismo aplica para con los animales. Es nuestro deber enseñar a los niños que primero debemos preguntar si un animal se puede acariciar o no y sobre todo que los animales no se golpean o asustan, puesto que reaccionarán como lo que son: animales. Es importante normalizar el uso de collares que indiquen que un perro no se puede tocar y que las personas respetemos dicha indicación; esto es especialmente relevante para los animales que trabajan.
Como comercios o espacios que admiten animales: hay que recordar que al momento de ofrecer espacios para actividades distintas que sirven de atracción para los consumidores inevitablemente se asume una responsabilidad sobre lo que sucede en esos espacios; por lo tanto, es imperante contar con políticas claras y visibles con respecto a la presencia de mascotas, vigilancia sobre el ingreso y cumplimiento de las normas impuestas, así como protocolos claros de respuesta y preparación del personal para responder en casos de emergencia, con el fin de que nuestra marca y espacio se mantengan como lugares seguros para todos los visitantes.
Podemos concluir diciendo que detrás de cada uno de estos puntos de vista hay derechos y obligaciones. En todos los espacios y en especial en los “pet-friendly”, convergen leyes, reglamentos y regulaciones de bienestar animal y tenencia responsable con la obligación de los padres de familia de educar y proteger y la responsabilidad civil y ética de los comercios de regular estos espacios. Sin embargo, de nada sirven todas esas normas y leyes si como sociedad no entendemos que todos tenemos un rol que cumplir, una responsabilidad en las interacciones que tenemos con los animales y la obligación de respetar el sentir de todas las personas.
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