—Abuelita, cuéntame el cuento del ja-guaro malo —pidió el perspicaz Matías.

—Está bien, querido —respondió la abuela—, con tal de que te duermas… aunque creo podrías sobresaltarte.

Hace algunos años, llegó a Bosque Rico un jaguaro tan oscuro como las tinieblas. Tenía orejas puntiagudas, el pelaje cubierto de manchas herrumbrosas y, en medio de sus dientes delanteros, un enorme orificio asomaba desde el hocico.

—¿Entonces se parecía al diablo? —preguntó Matías, abriendo mucho los ojos.

—Así es… —asintió la abuela—. Su aspecto era macabro. Además, mentiroso, bebedor, gritón, bufón, abusador, adulador, amigo de malas palabras… deseaba destruir todo a su alrededor. A pesar de eso, los animales lo hicieron su presidente.

—¿Y por qué, si era tan malo?

—Un día les prometió una vida mejor, igualdad, menos pobreza. Construiría estanques para que nunca faltara el agua fresca, cristalina, mintió con árboles siempre cargados de frutas.

—¿Y cumplió? —interrumpió Matías.

—No, hijo. Muy pronto mostró su verdadera cara: sedienta de poder y destrucción. Dividió a los animales, les enseñó a ser más violentos, rugir con furia, mostrar los colmillos, acabando con la paz. Cortó los árboles para vender la madera, provocó sequías, se juntó con hienas y serpientes para dominar el bosque. Derribó escuelas fundadas por los sabios búhos, debilitó a los osos policías para controlar él mismo todos los confines de Bosque Rico.

—¡Qué miedo! ¿Y nadie se defendía?

—Curiosamente, muchos lo seguían a él y a sus malvados, engañados por mentiras.

—¿Y no veían su crueldad?

—No. El jaguaro los había hipnotizado con promesas falsas, bebieron la pócima de la ignorancia, creyeron una a una sus mentiras.

—¿Qué es pócima Tita? —Un brebaje para hechizar. La preparó una serpiente peluda, maestra en engaño, revolvía ingredientes muy extraños:

  1. Ojos de lombriz, para cegarlos.
  2. Tripas de araña, para atraparlos en sus hilos de poder.
  3. Sesos de burro, para que dijeran “sí” a todas sus fechorías.
  4. Gotas de frustración y enojo, heredadas de la pobreza de otros tiempos.
  5. Deseos de destruir todo lo construido.
  6. Chips de celular, para embrutecerlos con noticias falsas y encuestas amañadas.

—Pero si bebían esa pócima… ¿acaso dejaban de ser pobres?

—No, Matías. Fue un truco. El jaguaro y sus cómplices se enriquecieron, mientras el bosque caía en la ruina.

Los hospitales cerraron, los búhos de la sabiduría desaparecieron, los animales se mataban por las escasas frutas.

Callaban por miedo, la libertad de expresarse fue arrancada de raíz.

—Entonces… ¿Bosque Rico ahora es Bosque Pobre?

—Exactamente. El jaguaro bebedor, panzón y malévolo, reina desde su trono, con su horrible orificio dental, las serpientes y arpías peligrosas se juntaron, la justicia en manos de fieras obedientes.

—¿Y el final feliz? —preguntó Matías, con un hilo de esperanza.

—En este cuento, querido, todavía no hay final feliz.

Los árboles que representaban las instituciones fueron arrancados de raíz; salud, educación, la alegría, borradas de rostros inocentes. Ahora el bosque tiene dueño, no hay democracia: los animales se devoran entre sí.

—No me gusta este final, abuelita. Me da miedo.

—Solo hay una manera de cambiarlo —dijo ella, acariciándole la frente—: los animales despierten del veneno de la mentira, rompan los frascos del hechizo, elijan nuevos líderes mediante el voto en las próximas elecciones para defender el bosque…aún estamos a tiempo.

Estampó el beso en la inocente criatura, los ojos del pequeño se aguaron, mientras la abuelita le hablaba a sus candorosos oídos.

Pensó en la serpiente peluda, sin Dios ni ley, mañana sería demasiado tarde.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.