En Costa Rica solemos pensar la danza en mundos que rara vez se cruzan: lo folclórico, lo urbano, lo clásico, lo popular, lo contemporáneo. Cada uno con sus públicos, sus códigos y sus espacios. Sin embargo, hay artistas que se han atrevido a romper esas fronteras, a tender puentes y a demostrar, con creatividad, las infinitas posibilidades de diálogo entre disciplinas que, en ese cruce, nacen formas nuevas de contar quiénes somos.

El año pasado, en el marco del programa Residencias Artísticas Creando Escena (RACE) del Taller Nacional de Danza, el coreógrafo Erick Rodríguez emprendió un proyecto que partió del swing criollo —ese baile prohibido por años en los salones de baile de la capital— para enlazarlo con la danza contemporánea y con el lenguaje audiovisual. El resultado fue un cortometraje de video danza que en agosto de este año forma parte del Festival urbano Bunka y de la sección Churchill del Festival Shnit San José, uno de los festivales internacionales de cortometrajes más importantes del país.

La misma investigación creativa también derivó en una coreografía presentada en el 2024 en el Festival de Coreógrafos Graciela Moreno del Teatro Nacional, confirmando que una sola idea puede transformarse y multiplicarse en distintos formatos. Para dimensionar más este logro: en una misma semana, el cortometraje se proyectó en tres salas diferentes, con dos funciones dentro del Shnit y una adicional en Bunka. Tres públicos distintos, tres espacios de exhibición, un mismo producto artístico que circula y se resignifica.

Más allá de la anécdota, lo valioso es lo que este proceso representa. Estamos frente a un ejemplo de encadenamiento creativo: un baile popular convertido en obra contemporánea, trasladado a un formato cinematográfico, proyectado en festivales nacionales e internacionales y capaz de hablarle tanto al espectador que va al teatro como al que consume cine independiente. Es, en otras palabras, un ejercicio de interdisciplinariedad e innovación que conecta la danza con otros campos de conocimiento y con audiencias que usualmente no se cruzan.

El swing criollo, durante décadas relegado al ámbito social o visto solo como una curiosidad cultural, se coloca aquí como un patrimonio vivo. Al darle un lugar dentro de un lenguaje contemporáneo y proyectarlo en circuitos audiovisuales, se resignifica: deja de ser únicamente un recuerdo de salón de baile para convertirse en un vehículo de identidad, capaz de interpelar a nuevas generaciones y de insertarse en la conversación cultural actual.

En tiempos donde la cultura enfrenta el reto de acercarse a públicos más amplios y diversos, experiencias como esta nos recuerdan que la innovación no se trata siempre de inventar algo completamente nuevo. A veces basta con mirar lo propio desde otra perspectiva, atrevernos a jugar, explorar y cruzar lenguajes para contar historias desde otros ángulos y miradas.

Lo que muestra esta experiencia es que un proceso creativo sostenido tiene la capacidad de generar más que una obra puntual: abre rutas de diálogo entre disciplinas, activa encadenamientos y multiplica los espacios de circulación. Cuando la danza se permite la interacción entre lenguajes, diversificarse y trasladarse a otros territorios como el audiovisual, se convierte en un arte más cercano, capaz de resonar con distintos públicos y de afirmarse como un motor cultural vivo, significativo y transformador.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.