El pasado 5 de mayo, durante la presentación del “informe” presidencial, un grupo de diputaciones de oposición levantamos varios carteles, señalándole al presidente las cosas de su gobierno que deberían darle vergüenza. No es casualidad que esta iniciativa, impulsada y liderada por diputadas, haya molestado tantísimo al séquito de Chaves y a Cisneros. Tampoco es casualidad que fueran —con la excepción de los tres diputados del Frente Amplio— solo diputadas mujeres quienes se atrevieron a desafiar directamente a un machista, agresor y tóxico durante su puesta en escena.

Resulta curioso que uno de los argumentos usados para desacreditar la protesta sea que "se rompió la solemnidad y el protocolo del acto". ¿Es en serio? Cuando hemos visto al presidente y a su pandilla romper todas las formas políticas como parte de su "estilo propio". Claro, quienes se ofendieron por los carteles celebran esas actitudes de Chaves como muestra de una supuesta valentía. Esta indignación selectiva aparece también cada vez que movimientos feministas pintan paredes denunciando el aumento y la impunidad de los femicidios, e inmediatamente muchos hombres y algunos medios se ofenden desproporcionadamente; por las paredes, claro, nunca por las víctimas.

A propósito del 9 de mayo, fecha en que se conmemora el aniversario de la derrota del fascismo en Alemania, es preciso recordar que este momento histórico nos dejó a la humanidad dos aprendizajes implacables:

  1. Al fascismo y a los autoritarismos se les debe detener desde su génesis, para que no crezcan.
  2. La única manera de hacerlo es de frente, cara a cara y sin titubeos.

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