Pepe Mujica (1935-2025)

Se está muriendo el Pepe, se muere el Pepe, se nos murió el Pepe. Así es la vida, así es la muerte, así, el propio morir. La noticia venía llegando hace tiempo, en forma de viejos teletipos, como llegan estas noticias. Y hasta eso nos lo advirtió, antes de irse, calmo y contundente, no me jodan más, ahora sí, hasta los guerreros tienen derecho a descansar, dijo, déjenme trabajar en el tractor mientras tanto, agregó, y así fue, se subió al tractor todos los días un par de horas y recorrió su Chacra en el Rincón del Cerro, la emblemática propiedad en las afueras de Montevideo, Uruguay, allí donde la ciudad se ladea cercana al Cerro, allí donde lo visitaron desde presidentes, ex presidentes, artistas, políticos, periodistas de todos los rincones del mundo. Dijo hace poco, lo que ya todos sabíamos, pero si lo decía él, “me estoy muriendo”, adquiría un tono sobrio, hasta pedagógico para enfrentarnos a su despedida, la despedida de unos de los mayores referentes de la izquierda de los últimos tiempos. La izquierda amplia, progresista, inclusiva, democrática que defendió hasta el último de sus días.

No hay otredad más otra que la muerte, pues parece que también el morir es una de las actividades de nuestra vida, parece decirnos el Pepe, como se le decía, sonriente en su despedida como un Seneca medio loco una tarde cualquiera del otoño austral que lo vio partir. O no hay otredad más otra que la vida. Su idea central de la solidaridad que practicó con el ejemplo, nos habla con generosidad y amplitud de tenderle la mano al otro, el otro a quien abrirle una puerta, el otro con quien hacer comunidad. Con el otro, no contra el otro, machacaba, antes de partir, ya sin dientes, el pelo blanco y largo encapotado en su cabeza, en la sala sin lujos de la casa de la chacra donde vivió con Lucia su compañera de lucha y amor de la vida. El otro, nos dice Pepe, no es un enemigo que viene a quitarnos algo que es nuestro, es nuestro semejante incluso aunque piense distinto. Pepe no tenía enemigos, tenía contrincantes, ni siquiera consideraba enemigos a aquellos que le infligieron la tortura y el atroz cautiverio de 13 años en la época de la dictadura militar uruguaya (1973- 1982). “Yo no estoy para odiar a ningún compatriota”, sobre este tema aclaraba, “ni perdoné, ni olvidé, no cobro, porque hay cuentas que no se cobran, se cargan”. Al recuperar su libertad tras el retorno a la democracia, eligió la vía del diálogo y la construcción democrática. Fue diputado, senador, y finalmente presidente de Uruguay (2010-2015). Desde ese cargo sorprendió al mundo por su estilo de vida austero y coherente, donando gran parte de su salario, viviendo en su modesta chacra, manejando su viejo escarabajo, y hablando con la franqueza de quien no busca poder, sino verdad.

Es la ley de la vida, la que nos deja Mujica como enseñanza, como una vena abierta que recorre nuestra América, intrínsicamente conectada a la naturaleza, a la tierra, a los seres vivos. Hay que llorar al Pepe, con dolor de esos hermosos. “La vida es hermosa. La vida es una y se va, y hay que darle sentido. Con todas sus peripecias amo la vida. Y la estoy perdiendo porque estoy en el tiempo de irme” Y es precisamente la búsqueda del sentido de la vida lo que nos deja como enseñanza hoy más que nunca. “Sos libre cuando escapás a la ley de la necesidad, cuando gastás tiempo de tu vida en lo que se te ocurre... Los humanos podemos crear necesidades infinitas. Vivimos para comprar, y vivimos para pagar” “Porque cuanto más tenés, menos feliz sos” repetía, aconsejando siempre tener alguna pasión, alguna causa para vivir y no centrarse solo en consumir. “Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido. Y he generado muchos amigos y muchos aliados en esa locura de cambiar el mundo para mejorarlo. Y le di un sentido a mi vida. Me voy a morir feliz, no por morirme sino por dejar una barra que me supera con ventaja. Nada más”.

Hay que llorar con compromiso al guerrero que se fue a su descanso y nos dejó la vara alta, “Que me prendan fuego y me entierren debajo de una sequoia que tengo plantada hace años, es un árbol que vive mucho, al lado de mi perrita Manuela y tá”

Y la chacra del rincón del Cerro, donde se esparcirán sus restos, seguramente se convertirá en lugar de peregrinación, para que el sentido de la vida le dé sentido a la muerte.

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