Nuestra exploración de la experiencia humana se guía por el método, la conciencia y la divinidad. Estos conceptos nos invitan a comprender cómo navegamos nuestra existencia en busca de significado. El viaje inicia con la experiencia personal, una fuente invaluable de autoconocimiento y motor de crecimiento. Aunque nuestra vivencia no es la verdad absoluta, es nuestra verdad, un punto de partida esencial que nos transforma y nos conecta con nuestro potencial.

Este autoconocimiento nos impulsa a aceptar la realidad más allá de nuestra perspectiva individual. Aceptar no es resignarse, sino conocer de manera activa, con sobriedad y curiosidad, cómo funcionamos dentro del entramado de causas y consecuencias que nos rodean. Implica mirar más allá de nuestras percepciones iniciales para comprender nuestra interconexión.

Parte fundamental de esta aceptación es reconocer y celebrar nuestras diferencias. Mientras las semejanzas nos unen al permitirnos identificarnos con otros, son las diferencias las que nos ofrecen las mayores oportunidades de crecimiento. Nos brindan nuevas perspectivas, desafían nuestras certezas y nos enriquecen de formas inesperadas. Celebrar la diversidad es reconocer la abundancia que surge de la interacción humana abierta y respetuosa.

La historia y el presente nos muestran que el aferrarse a una creencia sin la flexibilidad de la aceptación es una fuente constante de conflicto. La incapacidad de aceptar que otros puedan tener caminos espirituales, culturales o vitales distintos, como diferentes calendarios para la celebración espiritual, genera división. Esta rigidez es la semilla de muchas discordias.

Las diferencias culturales ilustran bien este punto. Mientras disfrutamos fácilmente la diversidad gastronómica, las diferencias religiosas o filosóficas (como los distintos enfoques del catolicismo o el budismo hacia la divinidad y la conciencia) pueden ser más conflictivas. Es crucial entender que muchas de estas experiencias profundas trascienden la lógica pura o la validación científica. Son exploraciones de la conciencia y su conexión con algo más grande, sea la naturaleza o el cosmos. Intentar imponer una única visión es negar la riqueza de la búsqueda humana de sentido y el cultivo del ser.

Debemos estar alerta ante el mesianismo político, que confunde, de manera peligrosa, los roles de liderazgo cívico y guía espiritual. Ya sea por error o intención maliciosa, esta confusión enturbia la gobernanza pública y dificulta la convivencia pacífica entre ciudadanos con diversas creencias.

A pesar de estos desafíos, encontramos esperanza en valores compartidos. Principios como el amor, el perdón y la paz, centrales en muchas tradiciones, incluyendo las religiones abrahámicas, ofrecen un terreno común. Pueden servir como ancla en medio de la diversidad, recordándonos nuestra humanidad compartida.

Navegar la complejidad de la vida requiere una combinación de introspección – guiada por el método y la conciencia – una aceptación activa y curiosa de la realidad, una celebración genuina de la diversidad humana, vigilancia ante las manipulaciones que siembran división, y un compromiso con los valores universales que nos unen. Este enfoque nos permite transitar nuestro camino individual y colectivo con mayor sabiduría, comprensión y paz.

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