El populismo es un fenómeno político recurrente en la historia, que ha cobrado nuevo impulso en las últimas décadas. Su principal herramienta no es política, económica ni estratégica en el sentido tradicional, sino emocional. Su fortaleza radica en canalizar el malestar social y ofrecer respuestas afectivas en lugar de soluciones estructurales. En lugar de construir políticas públicas sostenibles o estrategias nacionales de largo plazo, exacerba estados emocionales para generar la sensación de cambio inminente. Es un sistema muy eficaz para conectar con las emociones más profundas de las personas.

El populismo se presenta como la única alternativa legítima al statu quo, con un discurso que divide a la sociedad entre el pueblo “virtuoso” y otros grupos “corruptos”. Su atractivo rara vez se basa en argumentos racionales, sino en la promesa de transformaciones inmediatas lideradas por una figura excepcional, capaz de romper con todo lo anterior.

Para sostenerse, el populismo necesita una base emocional sólida. Si la ira y la frustración ya existen, se enfatizan. Si son insuficientes, se amplifican. Si no existen, se crean. No se trata solo de responder al descontento, sino de fabricarlo si es necesario. Su supervivencia no depende de si la situación general es mala, sino de hacer que lo negativo opaque cualquier logro o estabilidad existente. En este contexto, el líder populista se erige como el único capaz de rescatar a la nación de su crisis, real o exagerada.

¿Cómo podemos analizar el impacto del populismo en las naciones sin centrarnos en la economía o la política, sino en el bienestar de sus ciudadanos? ¿Es posible construir un futuro sostenible cuando la base del poder se sustenta en el resentimiento y la polarización? En lugar de cimentar sociedades sobre la división y el conflicto, ¿no deberíamos poner en el centro valores como la confianza, la empatía y la cooperación?

Veamos algunas de las premisas fundamentales del populismo:

  1. Fomento del descontento. Los regímenes populistas magnifican los problemas y propician el descontento para consolidar el poder.
  2. La emoción sobre la razón. La base del populismo es un estado emocional negativo. Arthur Schopenhauer argumentaba que el miedo y la ira son más efectivos para movilizar a las masas que la razón y la reflexión.
  3. Mensajes simples y emocionales. Los discursos populistas se caracterizan por su intensidad emocional y su lenguaje directo y simplificado, apelando más a los sentimientos que al análisis racional.
  4. Culto al líder y debilitamiento de instituciones. En los gobiernos populistas se promueve la idea de que solo el líder puede resolver los problemas del país. Bajo estas condiciones excepcionales de liderazgo, las otras instituciones y poderes (como el legislativo, judicial y electoral), responsables de los contrapesos, deberían estar cuanto antes bajo el control del líder, con la excusa de que entorpecen la voluntad del pueblo. La población debe percibirse a sí misma como víctima para generar la idea de un único salvador.
  5. Fragmentación y polarización. El populismo no busca unir a la sociedad. Por el contrario, depende de la fragmentación y la debilitación del tejido social. Se sustenta en la desconfianza y la polarización. La idea de “nosotros” versus “ellos” se basa en la identificación o creación de enemigos de la mayoría, reales o ficticios. Las minorías, por su vulnerabilidad, suelen ser el blanco más fácil.
  6. Crisis permanente como herramienta de poder. El poder del populista depende de una sensación constante de crisis. Esto le permite tomar medidas excepcionales, como la concentración del poder, la implementación de decisiones de emergencia y la deslegitimación de los opositores.
  7. Cambios improvisados. La mayoría de las acciones populistas corresponden a cambios abruptos y reacciones impulsivas. En general, se trata de soluciones mal planificadas, cortoplacistas, y sin sustento estratégico. Las decisiones se toman con base en la conveniencia del líder.
  8. El líder como única fuente de verdad. En los regímenes populistas, no puede haber más interpretación de la realidad que la del líder. El pluralismo es incompatible con el populismo porque la discrepancia debilita su autoridad. Si el líder cambia de opinión, se recurre a mecanismos de disonancia cognitiva para evitar que la población cuestione la contradicción, es decir, debe evitarse que el pueblo cuestione las contradicciones entre las acciones del líder y los principios morales que predica. Un criterio debe poder ser reemplazado por su opuesto sin que genere contradicciones en los habitantes.
  9. Simplicidad del discurso. La visión del líder debe ser lo más simple y emocional posible. El discurso es una herramienta heurística que simplifica juicios. El razonamiento profundo y análisis crítico son innecesarios. Las soluciones a problemas complejos suelen ser muy básicas, sostenidas por el carácter mesiánico del líder.
  10. Desinformación y control de la narrativa. La desinformación es uno de los activos más importantes del populismo. Los sistemas de información independientes deben ser debilitados, censurados o eliminados. La opinión pública debe ser manipulada, el acceso a opiniones críticas al gobierno debe ser limitado y las teorías conspirativas acreditadas para reforzar el discurso oficial. El control total de la narrativa es indispensable. La verdad es innecesaria.

¿Cómo afectan estos fundamentos el bienestar de los pueblos? En general, el populismo afecta de manera negativa el bienestar de sus ciudadanos. En estos regímenes se produce una erosión de la seguridad psicológica, se debilita la cohesión social, se ve afectado el pensamiento crítico y se reduce la autonomía ciudadana.

La seguridad psicológica—sensación de estabilidad, previsibilidad y confianza en el futuro—es un pilar esencial del bienestar. Sin embargo, el populismo genera una constante sensación de crisis, haciendo que los ciudadanos vivan en un estado de ansiedad e incertidumbre. La sensación de falta de control aumenta la desesperanza, afecta la capacidad para disfrutar la vida y construir relaciones positivas.

Al exacerbar la percepción de amenaza (sean crisis económicas, conflictos con enemigos internos o conspiraciones externas), el populismo mantiene a la sociedad en un estado de alerta permanente. Hannah Arendt argumentaba que los regímenes totalitarios dependen de la creación de una "realidad alternativa" donde la crisis es eterna, permitiendo que el poder se consolide sin cuestionamientos.

El bienestar no es solo individual, sino que se sustenta en la confianza y cohesión social. Las sociedades con alto bienestar se caracterizan por un alto nivel de confianza interpersonal, lo que facilita la cooperación y el crecimiento económico. Sin embargo, el populismo fomenta la polarización, debilitando los lazos comunitarios. El discurso de “nosotros” versus “ellos” hace que los ciudadanos se enfrenten entre sí en lugar de trabajar juntos, destruyendo la posibilidad de cooperación y debilitando la solidaridad. Esto tiene consecuencias directas en la salud mental y emocional de la población, ya que fomenta la hostilidad y el aislamiento.

El discurso populista tiende a profundizar las divisiones sociales, llevando a un aumento del conflicto entre ciudadanos con diferentes formas de pensar, así como un incremento en las tensiones raciales y políticas.  Dietrich Bonhoeffer advirtió que cuando las personas dejan de pensar críticamente y se dejan llevar por narrativas simplificadas, la manipulación política destruye el tejido social.

El bienestar individual también está ligado a la capacidad de tomar decisiones informadas. La libertad de información y el pensamiento crítico permiten a los ciudadanos evaluar su realidad y actuar en consecuencia. Sin embargo, el populismo necesita controlar la narrativa para mantenerse en el poder. Schopenhauer advertía que las personas que no están acostumbradas a la reflexión crítica son fácilmente manipuladas por discursos emocionales. Para él, las emociones (como la esperanza inmediata en un líder mesiánico) pueden nublar la razón y hacer que las personas apoyen medidas que, a largo plazo, afectan negativamente su bienestar.  Una medida muy frecuente en los gobiernos populistas es la eliminación de los Ministerios de Educación, justificada con una variedad de excusas superficiales.

Las democracias fuertes garantizan el bienestar al distribuir el poder y evitar abusos mediante instituciones independientes (poder judicial, prensa libre, organismos de derechos humanos). Sin embargo, el populismo concentra el poder en el líder y debilita las instituciones democráticas, eliminando los mecanismos que protegen a los ciudadanos. Arendt advertía que el totalitarismo crece cuando las instituciones pierden su independencia, pues el ciudadano deja de tener control sobre su propio destino. Como consecuencia, se reduce la capacidad para influir en el rumbo del país. Cuando los ciudadanos pierden la confianza en las instituciones, también pierden la capacidad de trabajar juntos en comunidades solidarias, lo que afecta negativamente su calidad de vida.

Además, la falta de diálogo y pluralismo limita la capacidad de las personas para entender y respetar perspectivas diferentes, lo que socava la empatía y la cooperación. En este contexto, las relaciones sociales se debilitan y aumentan los conflictos, afectando el bienestar emocional y social de los ciudadanos.

En el libro “Felicigenia: el arte y la ciencia de crear felicidad”, sostengo que el futuro humano tiene garantizado el progreso. La pregunta crucial es: ¿significa esto que seremos más felices?

A lo largo de la historia, los modelos populistas —como muchos otros sistemas— han basado su promesa en el crecimiento económico. En el mejor de los casos, han generado avances materiales; en el peor, han sido meras promesas vacías. Pero ninguno de estos modelos ha elevado al ser humano a una mejor versión de sí mismo. Un progreso unidimensional, centrado solo en lo material o financiero, puede ser un retroceso si no va acompañado de un desarrollo en nuestra humanidad.

Según el modelo SPIRE, el bienestar humano no puede reducirse solo a lo financiero. Debemos crecer en otras cinco dimensiones esenciales: espiritual, física, intelectual, relacional y emocional. Solo cuando integramos estas dimensiones en nuestra visión de crecimiento logramos una brújula centrada en el ser humano, guiándonos hacia un progreso integral y sostenible: abundancia económica con propósito humano, conocimiento intelectual con sabiduría espiritual, avances tecnológicos con desarrollo social, salud física con conexión con la naturaleza, inteligencia emocional con relaciones profundas, empatía y compasión.

Pero alcanzar esta visión no es solo una responsabilidad personal; es también un compromiso colectivo. Debemos trabajar juntos para construir sociedades donde el progreso no se mida solo en términos de riqueza y poder, sino en la capacidad de las personas para crecer en todas las dimensiones de su vida.

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